La historia se repite. Marruecos vuelve a ganar la partida tras sus continuos y acostumbrados chantajes a España para imponer su voluntad por encima del derecho internacional y de las resoluciones de las Naciones Unidas. Pedro Sánchez, al igual que el régimen franquista, ha capitulado a las presiones y amenazas de Rabat, respaldando y aceptando a su forma las pretensiones y reconocimiento de la soberanía marroquí sobre el Sahara Occidental, la que fuera la provincia española número 53. Para el Gobierno, la autonomía que propone el régimen alauita es “la base más seria, realista y creíble para la resolución del conflicto”. Se olvida de lo que piensa la población saharaui, que huyendo de la brutal represión se encuentra refugiada en campamentos del pobre desierto y en el sur de Argelia, donde sigue luchando y clamando por la independencia de su tierra. La invasión marroquí los despojó de hogares y tierras que fueron ocupadas por colonos llegados del norte.
Poco importa, era cuestión de tiempo, porque Madrid siempre cede ante Marruecos, que nunca a lo largo de la reciente historia se ha dado por satisfecho con las concesiones españolas, reclamando espacios de soberanía sobre tierras colonizadas y administradas por España y entregadas, poco a poco, sin considerar la voluntad de sus habitantes. Lo hizo en 1956, entregando un Rif que llegó incluso a proclamar su República independiente, por no sentirse vinculado a los sultanes del sur; entregó en 1958 el llamado Protectorado Sur (Tarfaya), habitado por tribus saharauis, donde nació el Polisario, separado de Marruecos por el río Draa; entregó en 1969 la provincia española de Ifni, que formaba parte de los derechos españoles desde el siglo XV (Santa Cruz de la Mar Pequeña), reconocidos incluso por el Sultán marroquí en 1860; y en 1975, en el summum del último despropósito descolonizador, huyó del Sahara, desarmando a sus habitantes y abandonándolos a su suerte, a pesar de ser ciudadanos españoles, cediendo al órdago de la Marcha Verde y entregando el territorio a Marruecos y Mauritana.
Pedro Sánchez, sin consultar al Parlamento, ha decido por su cuenta seguir la estela de Franco y Trump, apoyando al sátrapa de Mohamed VI en su propósito injustificable de adueñarse definitivamente del Sahara
Sin ninguna consideración ética se desentendía del mandato de las Naciones Unidas para organizar un referéndum de autodeterminación en el territorio. El abandono no fue reconocido y por ello España, desde 1884, sigue siendo de `iure´ la potencia administradora de un Sahara invadido y ocupado por los marroquíes.
Ahora, Pedro Sánchez, sin consultar al Parlamento, ha decido por su cuenta seguir la estela de Franco y Trump, apoyando al sátrapa de Mohamed VI en su propósito injustificable de adueñarse definitivamente del Sahara. Es como si hubiera decidido apoyar a Putin reconociendo la soberanía rusa sobre los territorios ucranianos conquistados por la fuerza. Lo mismo. Se ve que el derecho internacional no existe ni para Putin, ni para Mohamed VI, ni para Trump, y por supuesto, tampoco para Sánchez, que olvida las resoluciones de las Naciones Unidas sobre esta cuestión y se entrega en brazos de la dictadura marroquí, tal como también hizo el régimen franquista en 1975. Y todo, olvidando que el Sahara es un territorio a descolonizar, según la Resolución 1514 de la ONU, y que la Corte Internacional de La Haya, el 16 de octubre de 1975, dictaminó que “no existe ningún vínculo de soberanía territorial entre el Sahara Occidental y el Reino de Marruecos o el complejo mauritano”, lo que provocó la ira de Hassan II que organizó la Marcha Verde para presionar a España, acobardando al régimen y haciéndose por la fuerza policial y militar con el territorio ante el rechazo de la población natural.
Enfrentamientos cíclicos
Se veía venir. Tal como recogió Diario16 hace dos meses, en el artículo, “A España le molesta el Sahara”, se materializan los hechos expuestos ante la agresividad y exigencias de Marruecos sobre esta cuestión, que una y otra vez se vuelve contra España que cíclicamente vive enfrentamientos con el régimen alauita en cuestiones muy diversas, mientras que diplomáticamente se intenta mantener cierto equilibro.
España, desde 1884, sigue siendo de ‘iure’ la potencia administradora de un Sahara invadido y ocupado por los marroquíes
Ahora, unilateralmente, con todo lo que eso significa en un régimen democrático, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ha decidido ceder al vil chantaje y ha virado sobre la tradicional postura diplomática española de apoyar las Resoluciones de las Naciones Unidas para ejecutar el referéndum de autodeterminación de los saharauis, que España no supo ni quiso ejecutar en momentos muy difíciles por la agonía de Franco. Tampoco el entonces Príncipe Juan Carlos cumplió su palabra, cuando, como jefe de Estado en funciones, arengó en el Aiún a las tropas españolas para defender a los ciudadanos saharauis, con DNI español, que vivían en su tierra esperando pronunciarse sobre la descolonización (la grabación de sus palabras desapareció de los archivos de RTVE cuando las pedí para hacer un documental sobre la cuestión).
Los militares españoles se sintieron traicionados por el Borbón y no con disimulada indignación aceptaron las órdenes de los ministros franquistas que manejaron aquella situación, algunos tratando de salvar sus intereses personales y económicos, diluidos y perdidos con el tiempo, como ocurrió con la pesca y los fosfatos. Se antepusieron a la conceptos éticos aquellos intereses económicos y geoestratégicos, hoy la historia se repite.
Si en 1975 el tándem formado por Arias Navarro, presidente del Gobierno, y José Solís Ruíz, ministro secretario general del Movimiento (sería recompensado inmediatamente con el Ministerio de Trabajo), fue muñidor de la entrega y abandono de la provincia española del Sahara, hoy el tándem formado por el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez y el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, han maniobrado, a espaldas del Parlamento, para enterrar las ansias de independencia de quienes se levantaron contra la invasión marroquí del Sahara y que durante 46 años han padecido la represión, la tortura, los asesinatos y el exilio.
Pedro Sánchez y José Manuel Albares se han alineado con un régimen dictatorial que no solo no respeta los Derechos Humanos, en lo que llama “provincias del meridionales”, sino que como ocurrió en la última etapa del franquismo se alinean en defensa de intereses geoestratégicos, económicos y empresariales. Se ve que no conocen la historia, tras hacerse con el Sahara y pasado un tiempo, Marruecos irá por Ceuta y Melilla y volverán las tensiones entre los dos países. De hecho, el estrangulamiento social y económico que padecen las ciudades españolas norteafricanas por el cierre de fronteras ha sido uno de los motivos, junto a la enorme presión migratoria que siempre gira en la voluntad y chantaje del régimen de Rabat.
Si a eso unimos los intereses económicos españoles en la zona, Sánchez ha apostado por alinearse con Marruecos, Estados Unidos, Francia y Alemania y aceptar de hecho el reconocimiento de la soberanía marroquí sobre el Sahara Occidental, bajo el paraguas de que “la autonomía es la mejor solución, una base seria sobre la que cimentar una solución al conflicto del Sahara Occidental”. En realidad, lo que el Gobierno español pretende es cerrar la crisis bilateral de los últimos años, en la que Rabat ha llevado la voz cantante y España ha sido un monigote del monarca alauita.
El plan de Marruecos sobre la autonomía del Sahara data de 2007, después de que el conflicto se enquistase al no cumplir con el acuerdo de alto el fuego alcanzado, en 1991, con el Frente Polisario (representando a la República Árabe Saharaui Democrática, RASD), para poner fin a la guerra que ambas partes mantenían desde 1976. Las divergencias sobre quien debía participar en el referéndum de autodeterminación acabaron por alargar la solución, ya que los saharauis querían que en el referéndum solo participaran los ciudadanos y descendientes del último censo español, mientras que Marruecos, para asegurarse un resultado a su favor, quería que participasen todos los nuevos colonos que había llevado durante años al territorio ocupado.
El referéndum nunca se ha celebrado, a pesar del claro mandato de la ONU, que sigue considerando al Sahara Occidental un territorio a descolonizar, cosa que poco le ha importado a Sánchez y a Albares. Parece que el presidente del Gobierno hace suyas las palabras que, en 1978, en sede parlamentaria, pronunció aquel mandatario del régimen franquista, José Solís, cuando dijo que “se decidió negociar con Marruecos porque la ONU no servía”. A España hoy tampoco le vale la ONU, que recientemente nombró un nuevo representante para el Sahara, Staffan De Mistura, para buscar una solución entre las partes antagónicas.
Sánchez y Albares han maniobrado a espaldas del Parlamento para enterrar las ansias de independencia de quienes durante 46 años han padecido la represión, la tortura, los asesinatos y el exilio
Marruecos no quiere soltar el Sahara, rico en fosfatos, minerales, gas y pesca, y los saharauis no quieren renunciar a formar un Estado independiente de Rabat. El régimen alauita, que contaba con la defensa de Francia, su mayor aliado e inversor, se encontró, en diciembre de 2020, con la sorpresa de que, en los abruptos últimos días de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos, éste reconoció la plena soberanía de Marruecos sobre el Sahara Occidental.
Ese giro en la escena internacional es ahora secundado, a su forma, por Pedro Sánchez y el ministro Albares, quien venía preparando el terreno, tal como indicó al entrevistarse este mismo año con el secretario de Estado norteamericano, Tony Blinken, con quien acordó “unir fuerzas para resolver este conflicto”. Ya se ve que esa unión no era ni más ni menos que aceptar las propuestas de Marruecos, apoyado por EEUU. Claramente, ya entonces el Gobierno, el tándem Sánchez-Albares, tenía decidido el giro de su posición sobre el Sahara. No es extraño que Sánchez quisiera cerrar cuanto antes los acuerdos del suministro de gas argelino, pues sabía que a Argel no le iba a gustar nada esta nueva posición, ya que es el país que da asilo y apoyo a los refugiados saharauis, mientras considera a Marruecos como su mayor enemigo. Ahora, el gobierno deberá estar atento al nuevo frente que ha abierto posicionándose junto a Marruecos, aprovechando además que la atención internacional está centrado en la guerra en Ucrania.
Si Rabat, en el inicio de la crisis, retiró a su embajadora en Madrid, ahora Argel retira a su embajador y no sabemos si afectará al suministro de gas, del que tanto depende España. Malo, porque a nuestro país no se le suele dar bien nadar entre dos aguas.
De hecho, cuando Marruecos organizó en 1975 la llamada Marcha Verde reclamando el Sahara español, lo hace apoyado por Estados Unidos, que no quería que el Polisario y la República Árabe Saharaui Democrática cayera bajo la influencia del régimen socialista argelino. Tema esencial para entender el origen del conflicto. El régimen de Rabat nunca se hubiera atrevido a provocar a España de no haber contado entonces con el apoyo de los Estados Unidos, tal como ocurre hoy con el reconocimiento de la soberanía que firmó Donald Trump y ahora secunda Sánchez. Una postura rechazada por todo el arco político español, incluido Unidas Podemos, que sigue pidiendo un referéndum para el Sahara. Hasta el PNV se ha posicionado pidiendo “cumplir con la legalidad internacional”, pero el Gobierno se ha doblegado al régimen alauita intentando ablandarlo a costa del futuro de los saharauis, olvidando que un día fueron españoles.
Los saharauis se sienten abandonados y traicionados de nuevo y no entienden cómo el Gobierno español le dice a Ucrania que no debe aceptar las imposiciones de Putin sobre los territorios conquistados y acepta la ocupación marroquí del Sahara. Algunos recuerdan a José Solís, cuando en 1978, en el Parlamento declaró que ante la amenaza de una guerra se acordó en las negociaciones “de la madre de nuestros soldados, de sus hijos”. Estaba claro que no se acordó de los “otros españoles”, los que vivían de siempre en el Sahara. Hoy tampoco se recuerdan las palabras del socialista Felipe González, prometiendo en los campamentos saharauis que si una vez llegaban al Gobierno lucharían por devolver el Sahara a sus auténticos dueños, los saharauis. “Sentimos vergüenza -dijo entonces Felipe González- de que el Gobierno de España no haya solo hecho una mala colonización sino una peor descolonización, entregando el territorio en manos de gobiernos reaccionarios como los de Marruecos y Mauritania. Sabemos que vuestra experiencia es la de haber recibido muchas promesas nunca cumplidas. No prometeros algo sino comprometerme con la historia. Nuestro partido estará con vosotros hasta la victoria final”.
Felipe González entonces, y ahora Pedro Sánchez, siguen sin cumplir las promesas socialistas, de hecho el programa electoral del PSOE incluía el apoyo “a la libre autodeterminación del pueblo del Sahara Occidental”, pero en demostrada cobardía se autoexcluyen del “compromiso con la historia”, buscando la complicidad y la amistad con Marruecos. Los intereses en juego olvidan de la tragedia del pueblo saharaui. También el rey Juan Carlos se olvidó de sus bravuconadas que lanzó ante los militares destinados en el Sahara y utilizó la entrega del territorio a Marruecos para llevarse bien con la satrapía alauita, calificando a Hassan II de hermano. Ahora los ‘primos’ son otros y Mohamed y Felipe, ambos Sextos, no logran entenderse, dando calabazas el primero a los intentos del segundo por distensionar la situación. El sátrapa marroquí quería más, que se aceptara la posición de Rabat sobre el Sahara Occidental.
El tiempo dice que cualquier buena vecindad con Marruecos dura hasta que al monarca de turno le da por exigir o buscar un nuevo conflicto. No olvidemos que ahí están Ceuta y Melilla esperando. Mientras tanto, el postureo diplomático siempre intenta que la cosa no vaya a más, pero el problema de España es que termina yendo. Ya lo dijo José Solís, tras entrevistarse antes de la Marcha Verde con Hassan II: “me dijo que Franco tenía su amistad y la del pueblo marroquí”. Con el vecino del sur, exactamente como ahora dados los antecedentes, no hay que fiarse de ciertas amistades, por lo que menos se entiende que Sánchez, en un cambio drástico de la tradicional postura española, haya decidido poner paz momentánea alineándose con el poco fiable vecino del sur, quien ocupa ilegalmente el territorio del Sahara, reprimiendo brutalmente toda oposición del pueblo saharaui, incumpliendo la legalidad internacional. A lo mejor espera que le den el Premio Nobel de la Paz, siempre que no se tengan en cuenta cuestiones éticas. Al menos el pueblo saharaui, abandonado de nuevo por el Gobierno español, sabe que “la población española nos abre sus brazos y sus corazones, eso nos da fuerza para seguir adelante”. Al menos, ya saben que no cuentan con Sánchez, como tampoco contaron con el régimen franquista que entregó el Sahara a Marruecos.