Los nuevos informes de la Unidad Central Operativa (UCO) sobre el Caso Koldo han ocultado un poco el revuelo generado tras la publicación por OkDiario de los audios de Juan Carlos I. Más allá del morbo que generen las conversaciones con la vedette Bárbara Rey, hay elementos relacionados con la seguridad nacional y con información sensible para el Estado.
La realidad es que Juan Carlos I reinó y gobernó, por más que la Constitución tenga muy marcadas las funciones de la Corona y el rey emérito pudo haber sobrepasado esas líneas gracias a su control de los servicios de inteligencia.
Es un hecho que todos los presidentes elegidos democráticamente en la etapa del reinado de Juan Carlos I, desde Adolfo Suárez a Mariano Rajoy, han buscado cobijarse una y otra vez, para tomar sus decisiones, en el rey.
Esa es la razón por la cual, el anterior Jefe del Estado, ejerció de manera efectiva el poder político que la Constitución le tiene vedado. Es más, se podría afirmar que hubo momentos en los que se convirtió en una especie de amo del país, en un poder fáctico real.
Para ejercer ese poder, Juan Carlos I se dio cuenta de que necesitaba ser el hombre mejor informado de España. Para ello, precisaba controlar los servicios de inteligencia, tanto los del Estado Mayor como lo que a partir de 1977 fue el CESID (actual CNI).
El exjefe del Estado no dudó en llamar a capítulo a La Zarzuela a sus máximos dirigentes y en colocar a sus más fieles vasallos al frente de los mismos a la primera oportunidad. Tras el intento de golpe de Estado del 23F colocó al frente del CESID a su amigo y confidente el coronel Alonso Manglano.
Un gobierno en la sombra
El rey emérito ejerció durante años una función de jefe de un gobierno en la sombra que decidía y, posteriormente, presionaba a los legítimos presidentes democráticos para que hicieran suyas las decisiones adoptadas en la Zarzuela.
Durante la época de Adolfo Suárez, el Juan Carlos I casi ejerció de «dictador máximo» al utilizar como marioneta al presidente. Con la llegada de Felipe González al poder, en 1982, el rey se creció más en su subterráneo poder.
Juan Carlos no tuvo ningún inconveniente en ayudar a los socialistas en desmontar el aparato franquista del Ejército. Eso sí, a costa de ser él quien diese el visto bueno a todas las decisiones importantes del gobierno de Felipe González, tanto las legales como las gestadas por los servicios de inteligencia, por ejemplo, en la guerra sucia contra ETA.
Información privilegiada y directa
El monarca recibió durante años información privilegiada y directa del CESID. A partir de octubre de 1981, cuando colocó al frente del mismo a su íntimo amigo y confidente Manglano, su relación con este centro de información del Estado sería continua, especial, secreta y estrechísima.
El jefe de los militares/espías españoles, que hizo, sirviendo dócilmente a Juan Carlos de Borbón, una brillantísima carrera militar (de coronel a teniente general sin salir de su despacho de espía y sin cumplir jamás los requisitos reglamentarios para los sucesivos ascensos), le informó regularmente, durante años y años, en La Zarzuela (a veces a altas horas de la madrugada), facilitándole documentos secretos supersensibles.
Manglano puso a disposición Juan Carlos I, una y otra vez, datos y análisis de los distintos departamentos del CESID. En muchos casos, se trataba de documentos de los que nunca dispuso (o lo hizo mucho más tarde) el gobierno legítimo de la nación.
Dosieres ultrasecretos
El rey recibía estos dosieres ultrasecretos y, cuando despachaba con los respectivos presidentes de Gobierno, gustaba de bromear con ellos. En medio de la reunión, en la que se hacía el ignorante sobre asuntos que conocía a la perfección mientras el presidente de turno se lucía ante el rey, Juan Carlos I soltaba, siempre entre risas, bombas informativas de las que el jefe del Ejecutivo era absolutamente desconocedor.
Al final de esos despachos se producía el hecho que dictaba quién gobernaba realmente. Cuando el presidente de turno, perplejo por la información que le había dado el rey, todavía no se había repuesto de la sorpresa inicial, Juan Carlos I le proponía, más como amigo que como superior jerárquico institucional, la decisión o decisiones que, según él, un inteligente hombre de Estado debería tomar para reconducir la situación de forma conveniente. Y así se hacía.