La llegada a la Presidencia de los Estados Unidos de Donald Trump parece ser el punto de quiebre de un modelo de seguridad en las relaciones internacionales que parece estar llegando a su fin. Desde 1945, en que los aliados derrotaron a Alemania y a Japón, el orden mundial se sustentaba en la cooperación entre los Estados Unidos y sus aliados europeos. Comenzaba la Guerra Fría, con dos bandos claramente definidos, el bloque occidental fundamentado en el vínculo transatlántico entre nuestros aliados de Norteamérica -Estados Unidos y Canadá- y los estados europeos democráticos liderados por el Reino Unido, Francia, Italia y la nueva Alemania que emergía de las ruinas del fascismo.
El enemigo estaba claro, la Unión Soviética y sus nuevos aliados comunistas en Europa del Este, que competían en todo el mundo por imponer el socialismo cuartelero y una ideología incompatible con la democracia, el mercado libre, la libre expresión y los valores y principios que fomentaba el considerado mundo libre liderado por los Estados Unidos. El nuevo modelo de seguridad se basaba en confrontar al comunismo con todos los medios para evitar su avance en el mundo.
De la formación de la OTAN a la disolución de la URSS
Este modelo recibió su espaldarazo definitivo en 1949, cuando se fundó la OTAN, la unión de todas las naciones democráticas de Europa y del otro lado del atlántico, Canadá y Estados Unidos. La nueva organización político-militar se sustentaba fundamentalmente en el artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), que establece que en caso de un ataque armado contra un miembro de la alianza sería considerado un ataque contra todos los miembros. En este caso, los socios de la OTAN deberían tomar las medidas necesarias para ayudar al aliado atacado.
La confrontación pasaba del terreno ideológico al militar y no era para menos, dado que la Unión Soviética ya luchaba abiertamente apoyando la desestabilización del sudeste asiático y fomentando las guerras de Corea, Laos y Vietnam para apuntalar regímenes comunistas. Paralelamente a estos conflictos, la URSS utilizó al movimiento comunista internacional para desestabilizar a los países europeos democráticos y también en otras latitudes, como América Latina, donde uno de sus mayores logros geoestratégicos fue la revolución cubana, que dio paso, en 1959, a la conformación del primer régimen comunista en este continente, situándose una gran base para la subversión a apenas doscientas millas de los Estados Unidos.
Entre 1949 y 1989, en que cae el Muro de Berlín y es el fin del dominio soviético en Europa del Este, este esquema de seguridad permaneció intacto y los dos bloques evitaron la guerra porque funcionó la disuasión nuclear, es decir, una estrategia militar que buscaba evitar que se produjera un ataque mediante el uso de armas nucleares, ya que el potencial destructivo dichas armas podía disuadir a uno de los dos bloques agresores. Eran los tiempos de la coexistencia pacífica entre los dos bloques antagónicos, en que ambos negociaban acuerdos y tratados para contener la carrera militar y evitar una confrontación nuclear de impredecibles resultados.
Así llegamos al año 1991, en que un golpe de Estado contra el líder comunista Mijail Gorbachov derivó en el final del monopolio político del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) en ese país y la disolución en 15 repúblicas de la hasta entonces monolítica URSS, abriéndose un proceso de tímida democratización y una caótica privatización de los bienes públicos que fueron a parar a manos de la antigua burocracia comunista. Rusia, ya independiente, comenzaba su nueva andadura entre la incertidumbre y la confusión, el desorden y la decepción debida a que el final del comunismo no se traducía en una mejora de la calidad de vida. Una auténtica casta corrupta y mafiosa, tolerada por el nuevo líder ruso, Boris Yeltsin, se hizo con la mayor parte de las empresas públicas y acaparó fortunas inmensas, mientras la mayor parte de los rusos vio cómo súbitamente desaparecen sus ahorros consumidos por la inflación y que el supuesto cambio democrático era solamente cosmético.
La deriva agresiva de la Nueva Rusia
Mientras los cambios se sucedían en el mundo comunista, la OTAN fue creciendo y siguió desempeñando un papel fundamental en el nuevo orden internacional para garantizar la seguridad y estabilidad en Europa y en el mundo. En 1999 se integraron en la Alianza Atlántica República Checa, Hungría y Polonia; más tarde, en el año 2004, les llegaría el turno a Bulgaria, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Letonia, Lituania y Rumanía; en el 2009 entrarían Albania y Croacia; Montenegro en 2017; Macedonia del Norte en 2020 y, finalmente, Finlandia y Suecia en 2023 y 2024, respectivamente.
Pero Rusia tomó una deriva inesperada y agresiva hacia sus vecinos. Alentó, inspiró y armó a los secesionistas de Transnistria, en Moldavia, con la ayuda del XIV Ejército ruso, y consiguió la “independencia” de esta región, cuya ocupación bajo presencia militar rusa dura desde 1991 hasta el día de hoy. Más tarde, entre 1992 y 1993, siguiendo un guión muy parecido al empleado en Transnistria, Rusia animó los procesos secesionistas de Abjasia y Osetia del Sur, entre 1991 y 1992, en la recién independizada república ex soviética de Georgia, convertidas en nuevos “Estados” solamente reconocidos por Moscú.
El 31 de diciembre de 1999, tras dimitir el presidente ruso Boris Yeltsin después de un periodo caracterizado por la corrupción, los escándalos económicos y el nepotismo rampante, Vladimir Putin se hace con la presidencia de Rusia y se estrena con la segunda guerra chechena. Violando abiertamente los derechos humanos, utilizando la política de tierra arrasada y causando miles de bajas civiles, Rusia acabó ganando la guerra, expulsando a los secesionistas del poder en Grozni, e instalando una administración prorrusa en Chechenia.
Más tarde de estos hechos, en marzo de 2014, Putin, aprovechando el caos reinante tras la revolución Maidán en Ucrania y la caótica salida del poder de su presidente, Víktor Yanukóvich, se anexionó la península de Crimea ilegalmente y aprovechando el vacío legal creado por una declaración de independencia aprobada por el parlamento de esa región. Mientras se produce esta anexión no reconocida por la comunidad internacional, las regiones de Donetsk y Lugansk se declaran independientes a merced del apoyo político y militar ruso y comienzan un levantamiento armado contra Ucrania, alentado por Moscú. Los ciudadanos de estos países reciben pasaportes rusos y sus pensionistas cobran directamente sus pensiones de Rusia; se crea un “Estado” paralelo y la guerra se recrudece en estos territorios, aunque teóricamente los acuerdos de Minsk firmados por Rusia y Ucrania, que se incumplen sistemáticamente, deberían de haber puesto fin a la guerra.
¿Abandonará Estados Unidos la OTAN?
El expansionismo militar ruso es la brújula política de Putin con respecto a sus vecinos. Así llegamos al 22 de febrero de 2022, en que Rusia ataca, ocupa y bombardea Ucrania, comenzando una guerra cuyos objetivos son claros: desmembrar y neutralizar a Ucrania, privarle de una buena parte de sus territorios e instalar una administración proclive a sus intereses en Kiev. Aunque todavía no ha conseguido todos sus objetivos en esta guerra, Putin por lo pronto ha conquistado el 20% del territorio ucraniano y se ha anexionado los departamentos de Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia casi en su totalidad. Putin es un peligro y ahora, con Trump en la Casa Blanca, se siente más fuerte que nunca. Sus delirios imperiales, nunca ocultados, se ven ahora formalmente cumplidos.
El reciente voto de Estados Unidos en la Asamblea General de las Naciones Unidas en contra de sus aliados más cercanos, poniéndose del lado de Rusia, Bielorrusia y Corea del Norte para votar en contra de una resolución sobre el conflicto en Ucrania, ha puesto de manifiesto el acercamiento de la nueva administración norteamericana hacia las posiciones de Putin, un juego realmente muy peligroso y de impredecibles resultados.
Por no hablar del trato humillante recibido por el presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, al que Trump pretende obligar a capitular frente a Rusia, aceptando sus humillantes condiciones, y también para que entregue sus materias primas casi sin condiciones a los Estados Unidos. A este giro copernicano en la política exterior norteamericana, y añadiendo más leña al fuego, se le vienen a unir las declaraciones del influyente multimillonario y consejero de Trump, Elon Musk, en las que apuesta porque Estados Unidos abandone la OTAN y la ONU, dejando el mundo en manos de Rusia. Estamos en una nueva era incierta y terrible, en la que Trump -un supino ignorante de la historia- apuesta por defender al invasor en lugar de ayudar al atacado, apoyar al victimario que desangra a Ucrania en vez de ponerse del lado de la víctima. Se trata de una reedición de los tristemente conocidos acuerdos de Munich, por los cuales Francia y el Reino Unido, en 1938, entregaron a Hitler Checoslovaquia para saciar sus ansias territoriales. Lo que ocurrió después es de sobra conocido: Hitler atacó Polonia, el 1 de septiembre de 1939, y comenzaba la Segunda Guerra Mundial. El resultado: sesenta millones de muertos y una Europa destruida material y espiritualmente tras conocer el Holocausto.
Este anuncio de la posible salida de la OTAN por parte de Estados Unidos y abandonar a Europa a su suerte, dejando desprotegido al continente, abriría las puertas a previsibles ataques rusos a otros países europeos, como los bálticos -Lituania, Letonia y Estonia-, Polonia y Moldavia, siempre en el punto de mira de Moscú. Vivimos tiempos turbulentos e inciertos, tal como ha advertido el presidente francés, Emmanuel Macron, hace unas semanas en un discurso televisado.
Tal y como dijo el general Douglas MacArthur, “la Historia de los fracasos de la guerra se puede resumir en dos palabras: demasiado tarde. Demasiado tarde para comprender el letal peligro. Demasiado tarde para colocar todos los recursos disponibles para enfrentar ese peligro. Demasiado tarde para ponernos al lado de nuestros amigos”. ¿Será demasiado tarde para que Europa pueda defenderse por sí misma ante el expansionismo ruso sin la ayuda de los Estados Unidos?