Tras haber tejido durante cuarenta y cinco años una extensa red de aliados y grupos terroristas que le apoyaban, que se extendía desde Teherán hasta Gaza pasando por Irak, el Líbano, Yemen y Siria, ahora el régimen teocrático atraviesa su peor momento en la escena internacional. Israel ha descabezado a sus dos principales apoyos en Líbano y Gaza, Hezbolá y Hamás, respectivamente; ha conseguido, con apoyo, claro está, de los grupos rebeldes sirios, la caída del régimen de Bashar al-Asad; ha ocupado militarmente una franja de unos 300 kilómetros cuadrados de territorio sirio en la zona de los altos del Golán y ha logrado descabezar a las cúpulas políticas de todos estos aliados iraníes en apenas unos meses.
Además, Israel, con el asesinato del máximo líder de Hamás en Teherán, Ismail Haniya, ha demostrado que mantiene intacta su capacidad operativa en la capital iraní y que ya se ha infiltrado en las filas de su mayor enemigo. Aparte de todas estas consideraciones, ya de por sí mismas importantes, el 20 de enero llega a la Casa Blanca, el presidente más proisraelí de toda la historia de los Estados Unidos, Donald Trump, y se auguran malos tiempos para Irán. Si Irán fuera atacada por Israel para desactivar de una vez por todas sus programa nuclear, es más que seguro que nadie hará nada por detener a los israelíes, mientras que Rusia, como hemos visto en la crisis siria, tampoco se verá inmersa en una crisis de inciertos resultados y con un Irán cada vez más debilitado.¡Bastante tiene ya Putin con Ucrania!
El denominado “eje de la resistencia” liderado por Teherán es un recuerdo del pasado, una metáfora de una época que ya no existe y que se ha consumido en muchas bravatas y fanfarronadas que al final han acabado con una decisiva victoria israelí en el campo de batalla, aunque ello ha tenido un alto coste en vidas humanas, sacrificio nacional en todos los órdenes de la vida y desgaste político. Los enemigos de Israel, entre los que destacan Irán y Turquía, salen muy debilitados de esta nueva guerra que está abriendo el camino hacia la recomposición de Oriente Medio. Pese a querer atribuirse una victoria que no lo es, el presidente turco Tayyip Erdogan sabe que ahora sus sempiternos enemigos kurdos son más fuertes que nunca y ya controlan un tercio del territorio de Irak y un cuarto del de Siria; de facto, ya existen dos “Estados” kurdos en la región que atenazan a Turquía y seguramente serán la futura semilla para un gran Estado kurdo en Oriente Medio, la gran pesadilla de Ankara y la cuadrilla criminal que ahora gobierna a los turcos.
Israel, mientras tanto, sigue librando su peculiar cruzada contra el terrorismo, que casi todos los días deja algunas víctimas, y que sabe que es una batalla larga, cuyo comienzo conocemos, el 7 de octubre de 2023, cuando Hamás atacó a objetivos civiles israelíes indiscriminadamente causando más de 1.200 víctimas, pero cuya fecha final de la misma todavía desconocemos. Se prevé que será larga y sangrienta. Ni siquiera sabemos todavía cuántos de los rehenes israelíes siguen con vida, si es que quedan algunos, y Hamás no parece muy dispuesta a buscar una salida negociada a este embrollo, en su vieja táctica de morir matando siempre. La causa palestina es siempre un elemento secundario en su estrategia, sino que prevalece como algo subordinado al ideal mayor de exterminar al coste político que sea a todos los judíos sin distinción.
Un ataque israelí a Irán, predecible y alentado por Washington
Desde el nacimiento de la República Islámica de Irán, en 1979, uno de los pilares fundamentales en su política exterior ha sido desestabilizar a Oriente Medio y, por ende, a Israel, atacando al Estado hebreo desde todos los frentes y también en el interior, como ha quedado comprobado en estos largos cuarenta y cinco años de existencia del régimen teocrático iraní. Irán no ha escatimado medios, recursos, armas y dinero en apoyar a sus aliados regionales, como Hamás, Hezbolá y otros grupos menores, sostener el régimen sirio ahora hundido, apoyar a los rebeldes huitíes que mantienen en jaque a Yemen y desestabilizar a Irak para sacar ventajas políticas en río revuelto. Algo más del 60% de la población iraquí es chiíta, como Irán, una de las ramas musulmanas que compite con los sunníes por la hegemonía religiosa en el siempre convulso mundo musulmán.
Pero, el reciente ataque iraní contra Israel, en octubre de este mismo año, reveló las limitaciones del régimen persa. Irán lanzó unos doscientos misiles balísticos contra objetivos civiles y militares israelíes sin causar apenas daños ni víctimas en Israel, lo que exasperó a Teherán, que hace notables esfuerzos por mantener su potente maquinaría militar pese a que su economía lleva años en recesión y presenta las características propias de un país del tercer mundo. Tiene una renta per cápita bajísima (5700 dólares americanos), un 15% de desempleo, una tasa de crecimiento económico disminuyendo desde hace años, una tasa de inflación mensual casi siempre superior al treinta por ciento, lo que ha devorado a la clase media, y una balanza de pagos negativa debido a que el país cada vez exporta menos. No cabe duda que las sanciones económicas impuestas por los Estados Unidos, la Unión Europea (UE) y otros países occidentales han hecho mella en la economía iraní, generando malestar social y político en las calles iraníes que ha sido reprimido con mano de hierro por un régimen que no admite ningún tipo de disidencia o contestación.
Así las cosas, y vista la experiencia en la que el régimen de Bashar al-Asad se derrumbó como un castillo de naipes sin que sus supuestos aliados -Rusia y China- hicieran nada por evitarlo, Teherán es más que seguro que ha tomado nota de su soledad en la escena internacional y que está en el punto de mira de Israel por su programa nuclear. Un ataque israelí a las instalaciones militares iraníes donde se desarrolla el mismo es una escenario previsible en estos momentos e incluso me atrevería a decir que casi certero a partir del 20 de enero, en que llega Trump a la Casa Blanca.
Si Irán es atacada por Israel, ningún país del mundo haría nada por ayudar a los iraníes y frenar ese ataque, que incluso es apoyado, alentado y jaleado por Washington, tanto por los demócratas como por los republicanos. Vendría después, eso sí, porque es lo habitual en el circo global que vivimos, la cascada de condenas retóricas por parte de los enemigos de Israel, con los habituales exabruptos antisemitas, y la soledad de Irán quedaría expuesta a una nueva y sonora derrota, como ya ha ocurrido en otras ocasiones. El régimen de los ayatolás sigue mostrando su capacidad para seguir golpeando fuera y dentro del país, pero su máximo líder, Ali Jamenei, bien sabe que está más solo que nunca y que sus inútiles diatribas ya no funcionan en el exterior. Solamente les queda, como ya hicieron en el pasado, apostar por la vía diplomática, abandonando de una vez por todas su programa nuclear, que por cierto es visto con preocupación incluso por Rusia, Turquía e India porque rompe los frágiles equilibrios regionales, y sentarse a negociar una salida digna, negociada y sujeta al derecho internacional, aunque ello implique que dando ese paso Israel se apunte otro tanto a su favor. Pero, quizá, a estas alturas no hay otra vía para evitar el “Infierno” con mayúsculas anunciado por Trump para después del 20 de enero.