Pedro Sánchez ha arremetido contra la “fachosfera” que se dedica a “polarizar, insultar y generar” un clima de crispación en la sociedad española. Y acto seguido ha repartido estopa contra los dirigentes del Partido Popular: “Están parasitados por la ultraderecha”, les ha dicho sin pelos en la lengua. El presidente del Gobierno está crecido, incluso se permite marcar tendencia ideológica, como si fuese un Chomsky de la vida. No hay quien lo pare. Hay que reconocer que su último hallazgo, la “fachosfera” que intoxica la política española, tiene su gracia. Como concepto es un filón. Cuenta con todos los ingredientes que debe tener un buen gancho político o cebo: es directo, es contundente y tiene fuerza. Se le mete al votante de izquierdas en la cabeza y lo hace suyo de inmediato. Moviliza, da moral. Es una secreta vendetta, un regalo en forma de pequeña maldad para ese socialista que lleva demasiado tiempo callado y aguantando el chaparrón de improperios de las derechas, mayormente el insulto de traidor, separatista y bilduetarra.
Es cierto que el término “fachosfera” no es original de Sánchez. Lo acuñó el periodista francés Daniel Schneidermann en 2008. Y más tarde los también plumillas franceses Dominique Albertini y David Doucet lo desarrollaron en La fachosphère, un ensayo sobre la omnipresencia de la extrema derecha en Internet, en las redes sociales y en los medios de comunicación. En Francia llevan años viéndole las orejas al lobo fascista. Desde la cancelación del concierto del rapero Black M en Verdún hasta la feroz defensa de Donald Trump por grupos ultras, no pasa una semana sin que el “fascista” galo, el nostálgico del mariscal Pétain y del régimen colaboracionista nazi de Vichy, sea noticia, colándose en los hogares franceses. En los últimos años, esa nebulosa mediática reaccionaria y lisérgica lo invade todo, corrompiendo al país de la democracia, de la liberté, la egalité y la fraternité. El término se antoja algo difuso, complejo, o como dice el Gran Wyoming “todavía conocemos poco de esa ‘fachosfera’, no sabemos si está en la estratosfera o dónde; eso sí, seguro que el traje espacial es un fachaleco”. Atinado como siempre el Tito Wyo.
Sin duda, Sánchez ha tratado de darle a la militancia una satisfacción que le hacía falta en un momento crítico, un revulsivo en forma de pastilla ideológica para que pueda aliviar la depresión y la jaqueca que provocan PP y Vox con su matraca diaria sobre la amnistía. Las encuestas apuntan a que el PSOE puede acusar un fuerte desgaste político por una medida de gracia impopular que muchos españoles no entienden (Ferraz no lo está explicando bien) y que las derechas están rentabilizando al máximo. La última manifestación del fin de semana, a la que acudieron 75.000 personas, demuestra que el mantra del “España se rompe”, lejos de estar amortizado, sigue funcionando. Así que Feijóo va a seguir dando la carraca.
Sin embargo, el asunto de la “fachosfera” ha cogido con el pie cambiado a los prebostes de Génova. No había más que ver las caras que ponían ayer los Ayuso, López Miras, Rueda, Mañueco y compañía cuando se les preguntaba por la boutade de Sánchez. No supieron cómo reaccionar y la presidenta madrileña no pudo improvisar nada medianamente bueno o ingenioso (se conoce que MAR libraba ayer lunes). Lo único que se les ocurrió fue decir que el presidente es un mal educado por llamarlos fachas a ellos y a sus votantes. ¿Pero a quién quieren engañar a estas alturas? Por amor de Dios, señores, si están pactando con los franquistas declarados allá donde pueden. Casi medio siglo después de la llegada de la democracia a este país y aún no se han dignado a condenar los horrendos crímenes de la dictadura. Un poquito de por favor. Si les pica que les llamen fachas que se rasquen. O que se miren al espejo y hagan psicoanálisis introspectivo. Pero a día de hoy es lo que son. En cuanto a la mala educación, habría que preguntarle a la lideresa castiza si llamar “hijo de fruta” al presidente del Gobierno es un comportamiento fino y elegante. Enga ya.
De cualquier manera, hay amnistía para rato (tanto como Puigdemont quiera), y el presidente sabe que el asunto va a seguir haciendo pupa. De ahí que el premier tenga que tirar de creatividad (fabricando consignas todo el rato) para evitar que los votantes claudiquen y arrojen la toalla ante la pertinaz ofensiva ultra. A estas alturas, el monotema de la amnistía debería provocar hastío y cansancio hasta en el electorado de derechas más cafetero y fanático, pero los hay muy tercos, cabezones y dispuestos a seguir saliendo a la calle cada domingo, durante los próximos cuatro años de legislatura si hace falta, para desfogar todo su odio y toda su rabia (que es infinita) colgando por los pies muñecos de cartón “del Perro Sanxe y el Puigdemonio”, como llama la peña ultra al líder del PSOE y al exiliado de Waterloo. Ellos creen que están salvando España, pero solo están haciendo el ridículo. En realidad, hay que llevar una vida muy triste y muy anodina para optar por perder el fin de semana en la Plaza de España, en Colón o donde sea, apaleando muñecos de trapo y piñatas para niños. Pero, en fin, cada cual se divierte como quiere y como puede.
Siendo justos, ha sido un buen golpe de efecto lo de la “fachosfera”. Si ha sido genialidad de Sánchez o de sus asesores monclovitas poco importa. Lo relevante es que la etiqueta se ha convertido en una especie de chute de adrenalina para la maltrecha tropa socialista mientras llega el mal trago de la tramitación de la ley de amnistía en el Parlamento, que se prevé cruenta como la batalla del Ebro. Y eso que, como ya hemos dicho, el término “fachosfera” no es algo original de Sánchez, que podrá tener mucho olfato y mucha baraka para la supervivencia política, pero que brillante pensador teórico, lo que se dice brillante, no es. No vemos nosotros al presidente del Gobierno abriendo nuevos caminos a la filosofía de la posmodernidad en plan Derrida. Entre tapar frentes abiertos en Bruselas, predicar por Gaza en los desiertos de la ONU, frenar guerras en la OTAN y vigilar que Page no se le desmande, no debe tener demasiado tiempo el hombre para especular y escribir libros. Así que la periodista Irene Lozano cumple a la perfección el papel de negro, o de negra en este caso, por ser inclusivos, a la hora de escribir los manuales de resistencia y las memorias del presidente. La derechona vive un naufragio de ideas. Sánchez está sembrado y en medio de un brainstorming.