Las previsiones occidentales con respecto a la evolución de la guerra de Ucrania han errado completamente el tiro. Para empezar, la rápida victoria ucraniana no se ha producido y la guerra ya ha pasado el ecuador de los dos años en medio de un estancamiento de la misma. Tampoco ha habido una victoria rusa, un paseo militar como esperaban algunos, sino una larga guerra desgaste que causa miles de víctimas a las dos partes, así no conozcamos las cifras de bajas rusas al día de hoy.
La contraofensiva ucraniana ha fracasado, con pocos avances sobre el terreno y sin haber conseguido llegar hasta la costa sobre el mar Azov ocupado por Rusia, abriendo así al comercio algunos de sus puertos más estratégicos sobre el mar Negro, y las fuerzas rusas han mostrado una inesperada gran resistencia a los ataques ucranianos y siguen manteniendo todavía intacta su capacidad ofensiva, habiendo obtenido algunos avances sobre algunos territorios arrebatados por los ucranianos.
Luego, las previsiones en el sentido de que las sanciones occidentales contra Rusia iban a causar graves daños a la economía rusa y desencadenarían un gran malestar en la sociedad de este país que generaría masivas protestas contra Putin, como se esperaba en Occidente, han sido absolutamente erróneas. Pese a que la guerra no es popular en Rusia, tal como revelaba una encuesta de Levada Center en la que se aseveraba que el 56% de los rusos estaban en contra del conflicto, la popularidad del presidente ruso, Vladimir Putin, sigue llegando casi al ochenta por ciento (79,3%) y es más que probable que en las próximas elecciones presidenciales, en las que es candidato nuevamente, supere el 76% de los sufragios que obtuvo en los comicios de 2018. Putin lleva en el poder desde el año 2000 y al día de hoy no se percibe a nadie en la escena política que le pueda hacer frente ante las próximas elecciones.
El frente político y diplomático de la guerra
Pese a que en el frente político Ucrania ha conseguido notables éxitos, como el apoyo casi sin fisuras de todo Occidente a su causa y el apoyo de los 27 miembros de la Unión Europea (UE) -salvo Hungría- a su futura inclusión en esta organización, este alineamiento con Kiev, junto con la entrega de ingentes ayudas económicas e importantes pertrechos militares, no ha servido para revertir el curso de la guerra y arrebatar a los rusos el territorio ocupado, que ya se acerca a casi el 20% del territorio ucraniano. Rusia, oficialmente, se ha anexionado los departamentos ucranianos de Crimea, Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia.
En el flanco internacional, también Ucrania cuenta con el apoyo de los Estados Unidos, pese a que las ayudas están en la cuerda floja debido a la oposición republicana en el Congreso para seguir apoyando a los ucranianos, y el Reino Unido, uno de los países más críticos con Rusia en la escena internacional. Fruto de ese acercamiento a Ucrania, el primer ministro británico, Rishi Sunak, anunció durante su visita a Kiev el 12 de enero de este año que Ucrania recibirá en 2024 un paquete de ayuda de 2.500 millones de libras esterlinas (3.200 millones de dólares) y firmó con el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, un acuerdo de cooperación en materia de seguridad. El nuevo acuerdo regirá durante 10 años y el Reino Unido prometió seguir ayudando a Ucrania durante ese período de tiempo.
Sin embargo, también ha habido algunos reveses, como la falta de apoyo de Hungría a su causa y el reciente anuncio por parte del gobierno de Eslovaquia de no seguir enviando ayuda económica y militar a Ucrania, en una decisión no exenta de polémica. Sin embargo, en general, no ha habido grandes fisuras en la UE con respecto a la ayuda a Ucrania y los países bálticos -Lituania, Letonia y Estonia- y Polonia se han mostrado muy proactivos en la ayuda al país en guerra.
El regreso de Trump y su impacto en la política exterior norteamericana
Cuando apenas quedan ocho meses para las próximas elecciones norteamericanas, en que si se cumplen todos los pronósticos y encuestas el expresidente Donald Trump podría convertirse en el próximo inquilino de la Casa Blanca, es más que seguro que se avecinan cambios sustanciales en la política exterior norteamericana. Trump ya ha anunciado, de forma amenazante, que acabará la guerra con Ucrania en “veinticuatro horas” y dada la cercanía del expresidente con el máximo mandatario ruso es de suponer cómo lo haría, seguramente reconociendo la soberanía territorial y la legitimidad de Rusia con respecto a los territorios ocupados y abandonando a Ucrania para siempre.
Durante su mandato, Trump demostró infinidad de veces que desprecia a los europeos, que desdeña abiertamente a la UE a la que ve como todo lo que odia en política y que incluso estaría dispuesto a abandonar a sus socios europeos en caso de un conflicto con Rusia. Trump no simpatiza con la causa ucraniana, ni ha recibido nunca a su presidente, e incluso durante su mandato tuvo una relación muy tormentosa con Kiev, a la que exigió una investigación sobre el hijo de Joe Biden, a riesgo de cortarle la ayuda militar a este país.
Pero hay más riesgos, incluyendo aquí a la OTAN. Trump, que desprecia a casi todos los aliados históricos de los Estados Unidos y no cree en las organizaciones multinacionales creadas durante la Guerra Fría, ni en la cooperación con Europa, podría verse llevado de sus pasiones y abandonar la OTAN, a la que nunca ha querido financiar porque piensa que los europeos deben aportar más a su presupuesto y considera que los Estados Unidos la mantiene, simplemente, para defender el continente europeo. Un abandono por parte de los Estados Unidos de la OTAN crearía un vacío en la seguridad y defensa del continente, y podría dejar manos libres a Rusia para futuras intervenciones contra sus vecinos, incluyendo a los países bálticos, siempre en su punto de mira. En vista de los fracasos de nuestros grandes analistas y políticos, esta fatal contingencia debería estar entre nuestros previsibles escenarios.
Mientras Trump juega con la historia y, seguramente, embarcará a su país en una peligrosa e imprevisible montaña rusa, tal como hizo en su primer mandato, Rusia enseña sus dientes a su periferia, atacando a Armenia, a la que dejó completamente abandonada frente a Azerbaiyán para que le arrebatara Nagorno Karabaj, y también amenazando -hasta ahora solo retóricamente- a Georgia y a Moldavia por sus acercamientos a la UE y a la OTAN. En los tres casos, queda claro, que las veleidades europeístas y atlantistas se pagan, y muy caro.
Aparte de estos previsibles peligros, el último informe del Institute Study of War (ISW), destaca que “las fuerzas rusas se están preparando para lanzar una nueva ofensiva en las próximas semanas una vez que el suelo se congele en el este y el sur de Ucrania las fuerzas rusas se están preparando para lanzar una nueva ofensiva en las próximas semanas una vez que el suelo se congele en el este y el sur de Ucrania”. Ucrania está exhausta, necesita más hombres que no encuentra, las ayudas occidentales no llegan y una nueva ofensiva rusa puede ser el canto del cisne en esta guerra interminable y sin atisbos de arreglo político y diplomático.
Donde cunden las alarmas ante el duro escenario que se perfila este año en Ucrania es en el Báltico, cuyas pequeñas naciones antaño miembros del “club soviético” -Lituania, Letonia y Estonia- temen que una victoria militar rusa en ucrania desencadene nuevas “aventuras” de Rusia contra sus vecinos, incluyendo a ellos mismos. Europa por sí sola, sin los Estados Unidos, no podría defenderse de un nuevo ataque ruso. Aparte de estas consideraciones, solamente Francia y el Reino Unido poseen la disuasoria arma nuclear, unas 500 ojivas frente a las casi 6.000 de Rusia; una posición de inferioridad clara continental frente a Moscú. Estamos en la hora más crítica de Ucrania, pero también de Europa, y algunos no se enteran.