He visitado recientemente Zagreb y me ha sorprendido la forma en que la sociedad croata asume su pasado de una forma sesgada y poco ceñida a los trágicos hechos que ocurrieron durante el siglo XX. Me refiero, claro está, al periodo del denominado Estado independiente Croata (en croata: Nezavisna Država Hrvatska, NDH), entre abril de 1941 y mayo de 1945, uno de los periodos más negros de la historia de Croacia.
Por ejemplo, el Museo de Historia de la ciudad de Zagreb al referirse a este periodo histórico lo hace de una forma superficial, anodina e insustancial, sin dar cuenta del exterminio de miles de judíos, serbios, gitanos y disidentes políticos, entre otros, a cuenta del régimen fascista instalado en 1941 por el grupo local denominado los ustacha. La Croacia independiente, conducida por el siniestro dictador Ante Pavelic, fue simplemente un Estado títere primero de la Italia fascista, hasta su derrumbe, y después de la Alemania nazi. También me ha llamado la atención cómo se ensalza, sin ningún rubor, a la figura del arzobispo de Zagreb durante ese periodo, Aloysius Stepinac, un aliado, amigo y colaborador del régimen fascista, al que nunca condenó ni durante el tiempo que duró ni después. Incluso se le rinde homenaje, se le levantaron estatuas y se le colocan flores en su monumento en la catedral de Zagreb.
El nuevo Estado croata era una copia del régimen fascista alemán y a su antisemitismo militante se le venía añadir un odio visceral hacia los serbios de religión ortodoxa, que eran aproximadamente unos dos millones en el nuevo Estado croata. Muy pronto, las autoridades fascistas de Zagreb, con la inestimable ayuda de las tropas alemanes que habían ocupado Yugoslavia en abril de 1941, comenzaron las matanzas indiscriminadas contra serbios, judíos, gitanos e incluso disidentes croatas. El terror se apoderó de todo el territorio ocupado por los ustachas y las terribles formas de matar a los perseguidos llegaron a escandalizar incluso a los alemanes.
Jasenovac, el Auschwitz croata
Se creó un gran campo de concentración, Jasenovac, en agosto de 1941 y que funcionó hasta abril de 1945, en que fue cerrado por los partisanos de Tito. Este campo de concentración fue uno de los más grandes de Europa y diversas fuentes aseguran que en el lugar, un auténtica máquina del crimen, murieron algo más de 700.000 serbios, judíos, eslovenos, gitanos, comunistas, partisanos yugoslavos y así hasta un sinfín de pueblos y condiciones. Antes de la liberación del campo, el 21 de abril de 1945, los fascistas croatas asesinaron a 2.000 prisioneros como venganza por la victoria de los comunistas en la guerra. Fue la última gran orgía fascista del régimen croata de Ante Pavelic, el último acto antes de la caída del telón de ese sainete auspiciado por Mussolini y Hitler. Pavelic, junto con los responsables del campo, nunca respondieron porque pudieron huir a merced de la colaboración prestada por la Iglesia católica, con el Vaticano al frente, que les dio ayuda, les protegió en sus conventos e iglesias e incluso les proveyó de nuevos documentos para facilitarles la huida. Por cierto, el jefe directo de Jasenovac fue el sacerdote franciscano Miroslav Filipović, quien junto con otros sacerdotes católicos participó en horrendas matanzas bien documentadas. Hubo otros campos del horror, como Jadovno, pero Jasenovac fue la cima más vil del nacionalismo croata.
El novelista italiano Curzio Malaparte, en su novela Kaputt, narra que cuando visitó al líder de los fascistas, Pavelic, le preguntó al líder croata acerca de un cesto de mimbre que había colocado sobre la mesa, a la izquierda del personaje, y recubierto con un tapetito que estaba algo levantado y dejaba entrever lo que parecían unas ostras. Así aparece la escena literalmente en la novela:“-¿Son ostras de Dalmacia?- pregunté al poglavnik (caudillo).Pavelic alzó la servilleta que cubría el cesto y, mostrándome aquellos frutos de mar, aquella masa gris y gelatinosa, me contestó sonriendo con su habitual, bonachona y cansada sonrisa:-Es un regalo de mis fieles ustachas. Son veinte kilos de ojos humanos”. Suponemos que serían de serbios o judíos asesinados por los fascistas.
La responsabilidad de la Iglesia católica en las tropelías y matanzas de los fascistas croatas está probada, demostrada y documentada, tanto en varias obras sobre la cuestión y en el abundante material gráfico que tenemos de ese periodo histórico. Incluso hay fotografías de varios sacerdotes croatas saludando brazo en alto, al estilo fascista, a las autoridades ustachas delante del inefable arzobispo Stepinac y el nuncio apostólico designado por Roma en Zagreb.
El personaje que estaba detrás de la sumisión del clero católico era el ya citado arzobispo de Zagreb, Stepinac, quien abominaba abiertamente de los serbios, a los que consideraba como «la maldición más grande de Europa”, y también siempre pedía en sus oraciones por el dictador Pavelic y las autoridades ustachas que estaban cometiendo crímenes horripilantes. Hubo varios sacerdotes católicos implicados en la ejecución de los crímenes más execrables en Jasenovac, como Miroslav Majstorovic, ex secretario de Stepinac, que un juicio después de la guerra admitió haber matado 100 prisioneros con sus propias manos, pero el peor de todos fue el franciscano Petar Brzica, teniente de los ustashas de Jasenovac, que degolló a más de 1.360 presos.
Pero el Vaticano, que guardó silencio durante la era Pavelic, reconoció al gobierno fascista croata y protegió a los criminales de guerra de este país, no solamente no condenó a Stepinac, que después de la guerra fue juzgado por Yugoslavia por sus actos, sino que fue beatificado por Juan Pablo II. El papa Benedicto XVI, en un acto tan indigno como condenable, oró de rodillas ante el monumento a Stepinac en la catedral de Zagreb, en el año 2011.
La Iglesia católica llegó demasiado lejos durante el mandato de Pavelic, que por cierto murió plácidamente y sin ser perseguido en el Madrid franquista, e incluso está constatado que varias monjas y sacerdotes participaron en las torturas que sufrió el patriarca ortodoxo de Croacia, Dositej Vasic, quien murió a causas de las mismas en prisión en 1945. La Iglesia ortodoxa serbia estuvo proscrita, perseguida y sus fieles aniquilados durante la dictadura de Pavelic, sin que hubiera ninguna condena formal de la Iglesia católica croata.
Todos estos hechos son ignorados por los museos e instituciones croatas; no hay placas o monumentos de recuerdo a las víctimas de los fascistas; ni siquiera calles o plazas, como ocurre en otras partes de Europa, en recuerdo de los asesinados; tampoco se fomenta la visita a Jasenovac para que los jóvenes y las nuevas generaciones croatas conozcan los barbaridades perpetradas por sus ancestros, y ahora, oculto en una suerte de reescritura de la historia y el silencio, como un manto de desmemoria que es peor que olvido, se maquilla a todo este periodo histórico tan funesto como deleznable de la historia de Croacia. Mucho me temo que ese no es el mejor camino para reconciliarte con tu propio y turbio pasado.