Uno de los tics más insoportables del discurso político del PP (y mira que tiene) es que sus dirigentes están todos convencidos de que después de ellos no hay nada. O nosotros o el caos, se dicen con arrogancia y prepotencia cuando se miran al espejo. El país les pertenece, no hay más patriotas que ellos y solo existe una receta económica capaz de sacar a España de la crisis: la que ellos propugnan. Todo lo demás es un puro desastre, todo lo que no sea liberalismo a calzón quitado es conducir al pueblo por el camino de la perdición.
La dirigencia popular se jacta, entre otras cosas, de que la izquierda no sabe de números ni de economía, otro falso mito que estos días salta por los aires tras publicarse los informes macro del último mes. Los datos estadísticos revelan que el paro baja vertiginosamente, que el crecimiento económico sigue disparado, que las familias ahorran más que nunca y que el milagro español está más cerca de producirse pese al cataclismo de la pandemia. Es decir, que aunque le pese al PP se puede gobernar con el manual socialdemócrata sin que el país se vaya al garete. No hay más que escuchar las declaraciones de los mandamases que hoy dirigen el PP casadista para comprobar lo mucho que les duele que España vaya bien, como decía Aznar en sus mejores tiempos.
El otro día, en no sé qué televisión, vi a Cuca Gamarra dando lecciones sobre cómo poner freno al atracón de la luz. Y lo decía así, sin despeinarse, ella que milita en un partido que se encargó de abonar el terreno para el abuso de las eléctricas cuando estaba en el poder (no solo permitiendo los “beneficios caídos del cielo” de las grandes compañías sino potenciando las puertas giratorias, un escándalo para nuestra democracia en el que también ha participado durante años, justo es decirlo, el PSOE). “Hay que tomar decisiones y Sánchez no lo hace”, se quejaba doña Cuca con toda su frescura afeando que el presidente del Gobierno no esté haciendo nada por frenar los excesos en la factura de la luz. Lo que no dice la portavoz popular en el Congreso de los Diputados es que el paso por Moncloade personajes como Aznar y Rajoy fue nefasto para la política energética de este país, ya que se favoreció el oligopolio y se enterró el futuro de las energías alternativas. Recuérdese cómo el ministro Soria estableció un “impuesto al sol” que, pese a las duras críticas de los ecologistas, significó el certificado de defunción de las renovables y la patente de corso para que las grandes compañías eléctricas siguieran haciendo de su capa un sayo.
Que doña Cuca Gamarra vaya ahora de intervencionista y ande por ahí dando lecciones sobre cómo controlar los desmanes de los piratas hidroeléctricos –ella que pertenece a un partido que siempre ha defendido el actual sistema de fijación de precios sin control según la ley de la oferta y la demanda que castiga a millones de familias vulnerables y sin recursos–, no deja de ser un sarcasmo.
Los arrogantes del PP
Pero Gamarra no es la única que va de soberbia, sobradita y demagógica cuando se trata de hacer burda oposición destructiva. Ayer mismo, el portavoz nacional del PP y alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, le negaba a Sánchez el mérito de haber logrado que nuestro país haya inmunizado al 70 por ciento de su población con las diferentes vacunas contra el coronavirus, un objetivo que el presidente socialista se marcó el pasado 6 de abril y que desde que Araceli (la primera española en ser inyectada con Pfizer) dio el pistoletazo de salida a la campaña, se ha cumplido con la exactitud de un reloj suizo, salvo un pequeño retraso que no resta mérito alguno al logro.
Sin embargo, en una pirueta dialéctica, Martínez-Almeida le dice al presidente que él no ha tenido nada que ver con que España haya alcanzado la inmunidad de rebaño, ya que “son las comunidades autónomas” las que se han apuntado el tanto. Y para reforzar su disparatada tesis remata la cosa preguntando a la opinión pública: “¿Se ha visto a Pedro Sánchez o al Gobierno de la nación poner una sola vacuna? Le hemos visto cuando llegaron en una caja con el escudo del Gobierno de España, pero yo a los únicos que he visto poner vacunas es a las comunidades autónomas”, asevera el primer edil madrileño para vergüenza ajena de quien lo está escuchando. Es conocida la afición del alcalde de Madrid por el humor y el chiste castizo (en ocasiones parece más un cómico de tablao de verbena que un político) pero esto de reprochar que un presidente del Gobierno no se ponga la bata blanca para bajarse a los hospitales e inyectar él mismo, personalmente y uno por uno, las vacunas a sus compatriotas, roza el absurdo más absoluto.
La campaña de vacunación es un hito de país, un gran éxito de nuestra Sanidad pública y un triunfo de la sociedad española. También del Gobierno y de las comunidades autónomas. Pero del Estado en su conjunto sin excluir a nadie. Y sobre todo una medalla que es preciso colgar a médicos, enfermeras y personal sanitario, cientos de profesionales que han dado lo mejor de sí, doblando guardias y renunciando a vacaciones y festivos, para que cada persona sea inoculada con la dosis que le corresponde. Restarle méritos al Gobierno de España, que ha coordinado el operativo, que ha gestionado la compra de las vacunas y que ha trazado un plan de vacunación perfectamente organizado, es caer en el sectarismo más barato, en la falta de elegancia, en la pataleta de niño pequeño y en el ridículo más espantoso. Mucho más cuando, durante meses, el edil dudó públicamente de que la campaña pudiera culminarse con éxito e incluso bromeó con la cuestión al asegurar que al actual ritmo de vacunación se necesitarían años para lograr la inmunidad de rebaño en nuestro país. Obviamente, ha metido la pata hasta el cuezo. Lo mejor que podría hacer Almeida es reconocer que las cosas se han hecho bien por una vez en este país. No tendrá la gallardía de asumirlo porque, al igual que los demás de su partido, está marcado por la prepotencia, la arrogancia, la egolatría y un desconocimiento absoluto de lo que son las reglas elementales del fair play democrático. Si este hombre era lo mejor del PP, lo más cultivado, razonable y granado, tal como nos habían dicho, cómo será lo peor.