La polarización y la amnistía dan la puntilla al PSOE en Galicia

19 de Febrero de 2024
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El gallego ha vuelto a votar PP, confirmando que Galicia sigue siendo el gran feudo conservador español. Todas las predicciones sobre el posible vuelco electoral, y sobre el agotamiento del Partido Popular, han vuelto a fallar una vez más. Los analistas utópicos de la izquierda (con Tezanos a la cabeza) deberían plantearse tomarse unas vacaciones cada vez que hay unas elecciones en aquella comunidad autónoma. Por muchas hipótesis descabelladas que lanzan, el resultado siempre es el mismo y la carta sigue saliendo azul: el gallego es de natural conservador y fiel al fraguismo, un maquiavélico invento que funciona como el primer día.

Pese a que Feijóo había firmado la peor campaña electoral que se recuerda, con graves lapsus y bandazos que por momentos descolocaron al electorado y perjudicaron claramente a su candidato, Alfonso Rueda, ni siquiera eso ha sido suficiente para que el PP perdiera la Xunta. El fenómeno del apego del gallego a la derecha (y solo a la derecha clásica tradicional, Vox no ha obtenido ni un solo escaño) es digno de estudio, y sin duda tiene mucho que ver con el paulatino y progresivo declive del Partido de los Socialistas de Galicia (PSOE). En las últimas elecciones autonómicas, el enfermo daba síntomas claros de estar boquerón, caput, fiambre. Y en esta cita con las urnas se ha confirmado la muerte clínica (cinco diputados menos hasta quedar en unos intrascendentes 9 es una debacle como pocas se han visto). Por lo que sea, el programa socialista no cuaja en la sociedad gallega y no parece que sea solo culpa del último candidato improvisado, Gómez Besteiro, ya que muchos han terminado fracasando en el intento antes que él.

¿Dónde está por tanto el culpable del descalabro? Esta vez, el líder de los socialistas gallegos que probaba suerte era un abogado solvente, no precisamente un novato o principiante, ya que acumulaba amplia experiencia política como portavoz del equipo de gobierno del Ayuntamiento de Lugo, concejal de Urbanismo y diputado provincial. En 2007, Gómez Besteiro fue el primer socialista en presidir la Diputación lucense. Allí puso en marcha un ambicioso programa social con nuevas residencias para la tercera edad, ayudas a la ganadería y más universidad (creación de la UNED en Lugo). Además, la suya fue la primera diputación en aprobar unos presupuestos participativos. Era lo que se conoce como un socialista aseado de manual, un hombre moderado sin apuestas radicales, un político con mensaje socialdemócrata al uso propio del bipartidismo y en principio capaz de robarle nicho electoral al PP. Y nada, ni con esas, ha pinchado en hueso. Podría explicarse que su cartel no haya tenido el gancho y tirón esperado entre los votantes por el recuerdo de aquellos viejos asuntos judiciales en los que anduvo implicado. A fin de cuentas, aunque salió absuelto de todo aquello, la sombra de algo así siempre permanece. El caso es que al final, de una forma o de otra, los gallegos no le han comprado el marisco caducado, pese a que últimamente Moncloa le había dado bolilla al recuperarlo para la causa nombrándolo delegado del Gobierno en Galicia y también en el Congreso (fue el primer diputado en falar galego en la tribuna de oradores de las Cortes y designado presidente de la Comisión de Transporte).

No obstante, no parece que el problema esté en el candidato, sino más bien en el escenario polarizado que vivimos. El gallego conservador trumpizado jamás votará PSOE y el de izquierdas, que viene oliéndose la tostada del “más de lo mismo”, ha terminado transmigrando al independentismo, el bloque nacionalista que apuesta por medidas socialistas más atrevidas e incluso por un referéndum de autodeterminación para que sean los gallegos quienes decidan si quieren seguir en España o se largan. La otra izquierda, la no nacionalista, ha obtenido resultados de risa: Sumar ni un solo escaño y Podemos menos votos que el Pacma. Como para que se lo hagan mirar. En los últimos años, el proceso de pasokización del PSOE en la política regional (o sea, de declive y decadencia) es correlativo al del auge de la izquierda periférica indepe, en este caso el BNG. Ya lo hemos visto en el País Vasco, donde el movimiento abertzale va como una moto, y también en Cataluña, donde Esquerra ha sorpasado al PSC en más de una cita electoral (aunque últimamente, tras el fracaso del procés y las políticas de desinflamación como los indultos y la amnistía, el votante socialista parece estar volviendo al redil de la mano de Salvador Illa). El propio auge de los últimos años de Compromís en Valencia tiene mucho que ver con ese fenómeno de languidez y pérdida de influencia del PSOE en la sociedad.

Por tanto, la polarización es un hecho, y más en las comunidades históricas, tal como se ha visto este fin de semana en Galicia (para muestra el disruptivo movimiento Democracia Ourensana de Jácome, un trumpismo populista a la gallega que pilla escaño en estos comicios). Obviamente, esa tendencia hacia los extremos penaliza al PSOE, el partido que realmente representa la moderación centrista en este país. La derecha más dura se robustece mientras que la izquierda se está haciendo menos internacionalista y más regional, menos españolista y más de barrio o de terruño, menos utópica y propensa a luchar por los grandes ideales de siempre y más realista o pragmática, en fin. A la nueva izquierda secesionista con que le pongan un centro de salud en condiciones y un par de carriles bicis en su pueblo le basta y le sobra. Mientras tanto, va acumulando granero de votos para la secesión, que es a lo que está realmente.

Pero, más allá de esos factores que podrían explicar la victoria del PP gallego haga lo que haga y pase lo que pase, hay uno, el factor humano, que conviene tener presente y que parece estar pesando en la alarmante pérdida de poder de la izquierda a nivel autonómico: Pedro Sánchez. El presidente del Gobierno está haciendo pagar a su partido un peaje brutal por su arriesgada apuesta en favor de la amnistía. El gallego es profundamente conservador y ha percibido ese desgaste, dejándose llevar por la agresiva campaña de propaganda del PP contra el Gobierno de la nación, al que ha acusado de pactar con los que quieren romper España. Tampoco han ayudado a los socialistas las últimas tractoradas, sobre todo teniendo en cuenta el gran peso específico de la agricultura y la ganadería en la economía gallega. Hay malestar en el agro y ese pato lo paga Sánchez, por tanto el PSdG.

Al final, el votante, quizá llevado por el miedo a caer en manos de una coalición entre socialistas e indepes del BNG, ha optado por el continuismo, sin ni siquiera sopesar la alternativa de cambio de ciclo que ofrecía el PSOE de Gómez Besteiro (otro candidato socialista al vertedero de la historia con el peor resultado cosechado jamás, y ya van unos cuantos). Es evidente que el votante conservador se ha movilizado, mientras que el de izquierdas ha rechazado el sanchismo y se ha decantado por una magnífica candidata del BNG, Ana Pontón, que ha diseñado una campaña inteligente y moderna para enmarcar. No le demos más vueltas: en Galicia han dicho no a los experimentos políticos de Sánchez con el separatismo de nuevo cuño. El PSOE vuelve a pagar las facturas con los nacionalistas, que van para arriba mientras los sociatas van para abajo. Cuatro años más de PP. Qué gallegos estos, que no se cansan de conservadurismo.

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