La socialdemocracia, el mejor activo del capitalismo más cruel

08 de Febrero de 2021
Actualizado el 02 de julio de 2024
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Felipe Gonzalez y Reagan

La socialdemocracia italiana, al igual que ocurre en prácticamente toda Europa, ha hecho realidad el sueño de las grandes fortunas y del 5% de la población mundial que controla el 85% de la riqueza del planeta: colocar en una de las economías más fuertes de la UE a un gobierno de tecnócratas.

Matteo Renzi ha hecho lo que todo el mundo esperaba de él: ser el Caballo de Troya del capitalismo. De la «Cumbre de las Camisas Blancas» celebrada hace unos años, sólo Pedro Sánchez, de momento, no se ha convertido en el paladín de los intereses de los poderosos. Habrá que ver cuánto le dura teniendo en cuenta quién es su hombre de máxima confianza. Manuel Valls fue el primero que, cuando llegó al poder, aplicó lo que los socialdemócratas llaman «socialismo pragmático» que no es más que la implementación del mantra «políticas sociales de izquierda y políticas económicas de derechas», que no es otra cosa que un eufemismo de la aplicación de las medidas más radicales del neoliberalismo, porque esas políticas económicas conservadoras están basadas en la reducción fiscal que sólo favorece a los más ricos y debilita el estado del bienestar dejando abiertos nuevos nichos de negocio para que las grandes multinacionales privaticen los servicios públicos.

Pedro Sánchez, junto a Matteo Renzi y Manuel Valls en la Cumbre de las Camisas Blancas

Eso es lo que ha permitido la socialdemocracia. De ahí la importancia de los conceptos ideológicos a la hora de gobernar cuando se defienden unas siglas en las que aparece la palabra «socialista». Pedro Sánchez, en España, tendrá que decidir si hacer lo mismo que Renzi, es decir, traicionar a su pueblo permitiendo la llegada al poder de Mario Draghi, un hombre procedente de Goldman Sachs, o mantenerse fiel a los principios que iluminan el socialismo real aplicado a los nuevos tiempos.

Sin embargo, la traición de Renzi no es algo nuevo. Otros muchos ya la perpetraron: Felipe González, José Luis Rodríguez Zapatero, François Hollande, François Mitterrand, Willy Brandt, Romano Prodi, Massimo D’Alema, Toni Blair, Gerhard Schröder o Gordon Brown.

Para entender por qué la socialdemocracia ha dejado de ser el puntal sobre el que se asientan las libertades económicas, sociales y políticas de Europa frente al ataque de los poderes fácticos, hay que hacer un recorrido por la historia, donde se puede comprobar cómo la economía le ha ido comiendo el terreno a la política y las ideologías que priorizaban la protección al pueblo frente a las élites.

La socialdemocracia y el Estado del Bienestar tras la II Guerra Mundial

Las economías europeas quedaron destrozadas tras la Guerra Mundial. La posguerra hizo que fuera necesaria la intervención de los Estados para proveer a su población de los servicios necesarios para dar dignidad a sus vidas. Fue lo que se llamó «Estado del Bienestar». En esta época una parte de los beneficios del capitalismo iba a las arcas del Estado en forma de impuestos y aquél lo invertía en servicios como la sanidad o la educación y en generar estrategias políticas que se tradujeran en empleos dignos que, a su vez, llevaran a los ciudadanos a consumir y, de este modo, aumentar los beneficios de las empresas, beneficios que volvían a repercutir en los presupuestos estatales, es decir, que existía el concepto de la redistribución de la riqueza.

Un historiador británico definió esta época como «la edad de oro del capitalismo». En esta época fue muy importante la aportación de la socialdemocracia europea a la hora del mantenimiento de ese Estado del Bienestar porque los países democráticostenían un interés en que ese se potenciara y se mantuviera por la existencia de los países de la órbita comunista. Los gobiernos debían ofrecer a sus ciudadanos las condiciones que evitaran que se interesaran o que se sintieran atraídos por lo que ocurría tras el muro de Berlín.

Contrapunto al comunismo

En esas tres décadas y media que van desde el final de la Guerra Mundial hasta la llegada al poder de dos personajes como Ronald Reagan y Margaret Thatcher, la socialdemocracia europea tuvo un papel fundamental en el desarrollo de ese Estado del Bienestar por una ideología en la que se busca la redistribución de la riqueza sin negar la validez del capitalismo como teoría económica y política, no lo que es ahora.

En esa época fue fundamental su aportación porque, en primer lugar, era una ideología heredera del marxismo y del socialismo y, de este modo, servía de contrapunto al comunismo; en segundo lugar, tenía un concepto muy claro de los aspectos que eran fundamentales para garantizar a la ciudadanía el mantenimiento del Estado del Bienestar a través de políticas de redistribución de la riqueza que generaban los beneficios del capitalismo. Países como Alemania, Suecia y el Reino Unido, con sus respectivos partidos socialdemócratas, son un ejemplo claro de ello.

Thatcher y Reagan: el ataque al Estado del Bienestar

La llegada al poder en Estados Unidos y Gran Bretaña de Ronald Reagan y de Margaret Thatcher comenzó a cambiar la situación. Sus políticas eran un atentado directo contra ese Estado del Bienestar que fue fundamental para el desarrollo europeo. La crisis del petróleo de 1.973 hizo que fueran muchos los que pusieran en duda el intervencionismo estatal en la economía que es fundamental para el mantenimiento de ese Estado del Bienestar ya que, según esas visiones críticas que provenían de economistas y políticos conservadores, que el Estado interviniera en las economías provocaba une estancamiento de las empresas y, por ende, una paralización del desarrollo porque, siempre según esas percepciones, los impuestos evitaban que ese dinero se invirtiera en estrategias de crecimiento empresarial.

La llegada de Margaret Thatcher al poder en 1.979 fue un golpe a quienes defendían la permanencia de las esencias fundamentales del Estado del Bienestar. Se aplicaron reformas que reducían las partidas dedicadas a fines sociales y se iniciaron privatizaciones de servicios públicos que derivaron en una reducción de salarios y de derechos de los ciudadanos, gracias a la desregularización del mercado del trabajo. Muchos recordarán los conflictos laborales que se generaron a causa de la reacción de la clase trabajadora porque, aunque desde un punto de vista macroeconómico, Gran Bretaña salió de la crisis económica pero los niveles de desigualdad y los índices de desempleo se incrementaron de un modo exponencial

Un año después, Ronald Reagan, un actor mediocre de ideología ultraconservadora, llegó a la Casa Blanca y aplicó medidas de reducción de impuestos que beneficiaron a las clases más poderosas pero que no repercutieron en las clases medias ni en las más desfavorecidas.

Durante estos ataques al Estado del Bienestar, la socialdemocracia entró en una dinámica de alternancia en el poder con los partidos conservadores de sus respectivos países, sobre todo por la visión según la cual la economía de mercado no es incompatible con el socialismo siempre que los Estados tengan la capacidad de mantener la protección social de sus ciudadanos. Personajes como Willy Brandt u Olof Palme fueron las principales figuras políticas que encabezaban esa visión.

1989: caen el Muro de Berlín y los cimientos de la socialdemocracia

La caída del muro de Berlín fue el punto de inflexión para entender lo que ha ocurrido en el mundo y las consecuencias económicas y sociales que estamos viviendo en la actualidad. La ausencia de un contrapeso político y la democratización de los países del Este provocaron que, desde el punto de vista económico, se volvieran a intentar imponer las teorías neoliberales y liberalizar totalmente los mercados, es decir, intentar eliminar la intervención de los Estados en la economía. Por tanto, la eliminación del Estado del Bienestar.

A medida que los años han ido pasando las políticas neoliberales apoyadas por los gobiernos conservadores en las principales economías europeas fueron ganando peso hasta llegar a la situación actual de libertad absoluta en los mercados financieros que incide directamente en las políticas de los Estados.

El propio sistema capitalista ha pasado de basar sus beneficios en la productividad a hacerlo en la especulación en esos mercados, ha pasado de buscar el bien colectivo que provenía de la retroalimentación provocada por la sociedad de consumo a la búsqueda del beneficio individual que, evidentemente, repercute directamente en las fortunas de unos pocos y que, por tanto, genera elevadas tasas de desigualdad.

Ante estas modificaciones del statu quo mundial la socialdemocracia europea ha demostrado ser incapaz de frenar la ofensiva neoliberal y ha hecho patente su fracaso como teoría política y como opción real para solucionar los problemas de los ciudadanos, sobre todo después la crisis de 2008 que fue provocada precisamente por los mercados financieros. Por tanto, se ha convertido en cómplice del capitalismo más inhumano, tal y como ha demostrado Matteo Renzi en Italia en los últimos días.

Uno de los puntos fuertes de la socialdemocracia estaba en su capacidad de generar políticas y estrategias para la redistribución equitativa de la riqueza a través del mantenimiento del Estado del Bienestar. Sin embargo, desde el estallido de la crisis global los partidos socialdemócratas en el norte y centro de Europa y los partidos socialistas en el sur del continente han sido incapaces de generar ilusión en sus respectos países y, lo que es peor, lo que intentaron introducir para evitar las consecuencias de dicha crisis fue una concesión imperdonable a los interese capitalistas.

Socialdemocracia: la gran fiesta del capitalismo

Las crisis económicas, tanto la de 2008 como la provocada por la pandemia, han generado tanta desigualdad que la sociedad se ha vuelto a polarizar desde un punto de vista político y ante esa polarización los partidos socialdemócratas del centro y del norte de Europa y los socialistas del sur no hacen más que perder relevancia.

El recrudecimiento del neoliberalismo, el relajamiento ideológico buscando el voto de las clases trabajadoras de rentas medias siguiendo la creencia de que la llave de la puerta del poder está en el invento del centro político, el apoyo del grupo socialista en el Parlamento Europeo al grupo popular o al grupo liberal, el gobernar en coalición con partidos conservadores, y, sobre todo, la incapacidad demostrada para afrontar la crisis sin renunciar a los principios ideológicos han hecho que la socialdemocracia se haya convertido en el brazo armado de los intereses capitalistas.

La desigualdad generada por las crisis económicas ha polarizado totalmente la situación de los países, sobre todo en el sur de Europa. A la ciudadanía ya no se la engaña y ve con acierto en los partidos socialdemócratas una parte más del frente neoliberal y han perdido la credibilidad necesaria para que aquéllos lo vean como una opción válida para resolver sus problemas.

Esta polarización es una de las consecuencias más importantes de esta crisis de la socialdemocracia. Los pueblos parece que no quieren grises, o blanco o negro, porque en los extremos es donde ven las soluciones. Si a este abandono de las opciones tradicionales de la izquierda le sumamos los discursos de quienes se están beneficiando de ello, en los que escuchamos precisamente lo que queremos oír, entenderemos un poco más lo que está ocurriendo en Europa.

Ante la falta de respuesta a los problemas reales de la ciudadanía por parte de los socialdemócratas, en Europa se produjo un crecimiento de formaciones de izquierda alternativa, nacidas de la indignación de los pueblos ante la falta de respuesta de los partidos socialdemócratas, formaciones que, por cierto, llevaban en sus programas propuestas que estuvieron dentro de los programas de los socialdemócratas.

Sin embargo, lo más grave es el crecimiento de fuerzas política de la extrema derecha y esto es responsabilidad única y exclusiva de la socialdemocracia. Como ya ocurrió en la década de los años treinta del siglo XX tras una grave crisis económica, estos partidos se visten con la piel de cordero para lanzar un mensaje a los ciudadanos en los que ofrecen todo aquello que han perdido a causa de la crisis: empleo, seguridad, orden, etc. Y entre esos mensajes que son bien recibidos por colectivos que en otras condiciones hubieran sido votantes de las opciones representadas por los partidos socialdemócratas, incluyen su adoctrinamiento contra la inmigración, contra los refugiados, contra el propio sistema democrático o contra las instituciones europeas y a favor de un nacionalismo exacerbado que lleva implícito un autoritarismo dictatorial. La falta de respuestas de la socialdemocracia es la gasolina que alimenta el motor de la ultraderecha ya que los ciudadanos se han visto desamparados por quienes deberían defender y garantizarles la defensa de sus intereses reales.

La socialdemocracia y el socialismo han de pensar en buscar modelos o estrategias que no sólo se centren el redistribuir de un modo más justo la riqueza o los beneficios del capitalismo, como hicieron en el pasado, sino que estén más pensados en encontrar el modo de generar riqueza que garantice el mantenimiento del Estado del Bienestar desde el Estado, no desde la privatización de los recursos públicos o de la implantación de políticas que sólo favorecen a los más poderosos.

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