El Wall Street Journal publicó el nombre de los diez directores ejecutivos mejor pagados del mundo. Nueve de diez obtuvieron en 2022 más de 100 millones de dólares. El décimo de la lista tuvo que conformarse con "solo" 99 millones de dólares. Y resultó que todos estos jefes compartían una base común: Estados Unidos.
Este dato no debería sorprender. Los directores ejecutivos de Estados Unidos se han estado embolsando salarios mucho mayores que los de sus homólogos de otras partes del mundo desde hace bastante tiempo, dando a los cómplices de ese exceso mucha práctica para perfeccionar sus fundamentos.
Todo se reduce a dos palabras: incentivos y variables. Se argumenta que las fuertes recompensas para los ejecutivos incentivan el desempeño de alto nivel. Los directivos que se llevarán a casacientos de millones moverán cielo y tierra para ofrecer productos y servicios de calidad que permitan a sus corporaciones obtener grandes clientes y beneficios.
¿Dónde se desacredita esa argumentación? ¿Qué tal centrarse en la remuneración de los directores ejecutivos en una industria estadounidense que realmente puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte para el ciudadano, una industria donde los salarios de los altos ejecutivos superan con creces la remuneración de sus homólogos globales? La respuesta a estas preguntas es sencilla: el sector de la salud.
En 2022, un año malo para el mercado de valores, los directores ejecutivos de más de 300 empresas de la salud estadounidense que cotizan en bolsa se combinaron para ganar unos 4.000 millones de dólares, según informaron diferentes analistas de mercado. Los diez ejecutivos mejor pagados se embolsaron por sí solos 1.400 millones de dólares.
Los directores ejecutivos de las compañías de seguros sanitarios se encuentran anualmente entre los más premiados de la industria del cuidado de la salud. En 2022, los cinco jefes de estas aseguradoras mejor pagados de Estados Unidos ganaron más de 20 millones de dólares cada uno, según informó recientemente la revista Insurance Business.
El peor pagado de estos cinco primeros, Andrew Witty de UnitedHealth Group, tuvo que «conformarse con apenas» 20,9 millones de dólares, una recompensa 331 veces mayor que el salario que reciben sus empleados.
Los altos ejecutivos del sector insurtech de la industria de la salud, empresas que afirman estar utilizando alta tecnología para hacer que los seguros médicos sean más eficientes, parecen tener una compensación aún mayor. John Kao de Alignment Healthcare se llevó 34,1 millones de dólares en 2022. George Mikan de Bright Health hace dos años ganó 180 millones de dólares.
Los directores ejecutivos de las empresas sanitarias con sede en Estados Unidos claramente tienen todos los incentivos que podrían necesitar para, supuestamente, lograr desempeños sobresalientes. La calidad de la atención sanitaria en Estados Unidos debería ser incomparable en todo el mundo si se siguiera el argumento de defensa de los altos salarios de los directivos.
Sin embargo, no hay más que irse a Canadá para ver que esas elevadísimas remuneraciones no es más que un caso patológico de codicia corporativa.
Canadá no tiene ni un ejecutivo de atención sanitaria megamillonario. ¿Por qué? La historia da la respuesta. Inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, en la provincia de Saskatchewan, los canadienses comenzaron a establecer un sistema de atención médica sin fines de lucro, financiado con impuestos, que garantiza servicios de salud universales y gratuitos. A principios de la década de 1960, todas las provincias y territorios de Canadá se habían sumado al esfuerzo.
Los altos ejecutivos del sistema de atención médica de Canadá ganan hoy una fracción de la compensación que reciben los ejecutivos de atención médica en Estados Unidos. En 2021, el director ejecutivo de Ontario Health ganó sólo 826.000 dólares. El principal ejecutivo de salud de la provincia de Alberta ese mismo año se llevó apenas 583.443 dólares.
Los canadienses, según el razonamiento de los defensores del salario disparatado de los directores ejecutivos estadounidenses, deberían estar pagando un alto precio por los bajos salarios que reciben los ejecutivos que dirigen el sistema de salud de Canadá. La gente de Estados Unidos, según la lógica apologista, debería disfrutar de una atención sanitaria mucho mejor que la gente de Canadá. De hecho, ha ocurrido lo contrario.
En 2021, el Commonwealth Fund en Nueva York comparó el desempeño de los sistemas de atención médica en 11 países de altos ingresos de todo el mundo: Australia, Canadá, Francia, Alemania, Países Bajos, Nueva Zelanda, Noruega, Suecia, Suiza, Reino Unido y Estados Unidos, país que ocupó el último lugar a pesar de gastar mucho más de su producto interno bruto en atención médica.
Dos centros de investigación líderes, el Peterson Center on Healthcare y KFF, publicaron el pasado mes de octubre datos aún más desconcertantes sobre atención médica.
En 1980, como ilustra el Peterson-KFF Health System Tracker, la esperanza de vida no mostraba diferencias importantes entre Estados Unidos y naciones industrializadas avanzadas comparables. Sin embargo, la brecha global en la esperanza de vida ha crecido sustancialmente en las décadas siguientes. Los estadounidenses, en 2021, tenían un promedio de solo 76,4 años de esperanza de vida. Los países pares alcanzan ya los 82,3.
Para entender este fenómeno, hay que profundizar en cómo ha evolucionado la sociedad estadounidense desde mediados del siglo XX. A lo largo de esos años, el país se ha convertido en una nación mucho menos igualitaria. Los más ricos ganan mucho más y pagan una proporción mucho menor de sus cuantiosos ingresos en impuestos.
Las sociedades más sanas tienen una brecha menor entre ricos y pobres, a pesar de que las diferencias se han disparado desde la crisis de 2008. Esa brecha causa una enorme cantidad de estrés en nuestra sociedad: furia al volante, furia en el aire, estrés en el trabajo, abuso infantil. Ese estrés se ha convertido en el tabaco del siglo XXI porque la desigualdad mata.