Los nuevos bárbaros visten traje y entran por las urnas

La defensa del partido alemán AfD por parte de Marco Rubio y Elon Musk revela una red internacional de blanqueamiento del extremismo. España, con VOX plenamente integrado en las instituciones, debería mirar con urgencia el ejemplo alemán

07 de Mayo de 2025
Actualizado a las 12:48h
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Los nuevos bárbaros visten traje y entran por las urnas
Alice Weidel, líder de la AfD.

La reciente clasificación del partido Alternativa para Alemania (AfD) como organización extremista por parte de los servicios de inteligencia alemanes ha desatado una tormenta política que, lejos de limitarse a las fronteras del país, ha generado reacciones en todo el ecosistema internacional de la derecha radical. Voces como la de Marco Rubio, senador estadounidense vinculado al trumpismo, y Elon Musk, empresario multimillonario y propietario de la red social X (antes Twitter), han salido rápidamente a defender al partido ultraderechista con argumentos que revuelven la lógica democrática: hablan de censura, de persecución ideológica y de autoritarismo estatal.

Lo que en realidad está ocurriendo es otra cosa: el Estado alemán está cumpliendo su deber de proteger la democracia frente a una formación política que, desde dentro del sistema, promueve su desmantelamiento. No se trata de un caso de represión, sino de un ejemplo de cómo una democracia madura y consciente de su historia es capaz de activar mecanismos legítimos para limitar a quienes ponen en riesgo los valores constitucionales.

AfD, un partido antidemocrático con ropaje electoral

AfD no es simplemente una formación conservadora o euroescéptica. Es un partido que nació como expresión del malestar por la crisis del euro y rápidamente evolucionó hacia un proyecto identitario, nacionalista y reaccionario. Su ideología se basa en una concepción étnica de la nación alemana, una visión excluyente de la ciudadanía, y un rechazo explícito a la inmigración, el islam, el feminismo, el ecologismo y todo lo que asocian con el "globalismo progresista".

Pero hay más: figuras prominentes del partido han cuestionado el alcance del Holocausto, han despreciado el trabajo de la prensa libre, han impulsado políticas de "remigración" —es decir, expulsión masiva de inmigrantes, incluidos aquellos con ciudadanía alemana— y han alentado vínculos con grupos neonazis y organizaciones violentas. La propia Oficina Federal para la Protección de la Constitución (BfV) ha documentado que la estructura interna del partido, especialmente su ala dura conocida como Der Flügel, trabaja activamente para socavar los principios del Estado de derecho.

El discurso victimista que esgrime ahora el AfD —“nos persiguen por pensar diferente”— no es más que una estrategia comunicativa eficaz para movilizar a su electorado y polarizar aún más la sociedad. Esta táctica ya ha sido utilizada por otras fuerzas extremistas en Europa y América: la ultraderecha se presenta como el último bastión de libertad, cuando en realidad defiende proyectos excluyentes y autoritarios que nada tienen que ver con el pluralismo político.

Rubio y Musk, guardianes del extremismo europeo

En este contexto, las intervenciones de Rubio y Musk no pueden interpretarse como opiniones aisladas. Ambos representan corrientes ideológicas que buscan internacionalizar y proteger el avance de la extrema derecha allí donde esta se ve limitada o cuestionada. Marco Rubio, con su defensa de AfD como un “partido popular legítimo”, olvida conscientemente el contenido ideológico de dicha formación. Su afirmación de que Alemania “ya no es una democracia” porque vigila a quienes la amenazan desde dentro, solo puede entenderse desde una profunda desconexión con la historia reciente europea o, peor aún, como parte de una agenda deliberada de desinformación.

En el caso de Elon Musk, su defensa del AfD va más allá de lo ideológico y se adentra en el terreno de la normalización social. Musk ha descrito a la formación como “centrista”, en un acto que, más que ignorancia, parece un intento consciente de mover los márgenes de lo aceptable. Lo más grave es que estas declaraciones no son anecdóticas: provienen del dueño de la principal red social donde se difunden y viralizan los mensajes de odio, donde el algoritmo premia la indignación y donde los discursos reaccionarios encuentran terreno fértil.

El verdadero ataque a la democracia no es la vigilancia de AfD, sino su blanqueamiento internacional por parte de referentes con poder económico y político, que trivializan el extremismo y lo presentan como una opción política legítima.

VOX, el espejo español de una estrategia compartida

Todo lo anterior no puede analizarse sin mirar a España, donde la formación ultraderechista VOX ha seguido, paso a paso, la hoja de ruta ideológica de AfD. Ambos partidos comparten retóricas calcadas: el mito de la nación homogénea, la defensa de una supuesta “guerra cultural” contra la izquierda, el ataque sistemático a inmigrantes, feministas, ecologistas y medios de comunicación, y la glorificación de un pasado autoritario que se presenta como “orden natural”.

VOX ha negado la existencia de la violencia machista, ha atacado frontalmente la memoria democrática, ha llamado a cerrar fronteras y ha promovido teorías conspirativas sobre la islamización o el reemplazo poblacional. Su líder, Santiago Abascal, ha llegado a cuestionar la legitimidad del Parlamento, ha llamado “enemigos” a los adversarios políticos y ha apoyado causas antidemocráticas fuera del país, como la reelección de Trump en EE. UU. o la candidatura de Javier Milei en Argentina.

La diferencia esencial con AfD no está en la ideología —que es asombrosamente similar—, sino en la respuesta institucional. En Alemania, el Estado actúa, investiga, y cuando es necesario, mediantevigilancia , protege el orden constitucional. En España, por el contrario, VOX ha sido integrado sin cuestionamiento en gobiernos autonómicos y municipales, ha marcado la agenda legislativa del Partido Popular y se ha beneficiado del silencio cómplice de medios, jueces y élites económicas.

Mientras Alemania entiende que no todo vale en democracia, en España se ha aceptado como “parte del juego” la presencia de un partido que desprecia los principios democráticos. Y esto, lejos de fortalecer la pluralidad, debilita las propias bases del pacto constitucional. El blanqueamiento de VOX en España es exactamente lo que Alemania ha querido evitar con AfD.

Defender la democracia no es tolerar lo intolerable

La lección de Alemania es clara: la democracia no puede ser neutral ante quienes quieren destruirla. No se trata de censurar opiniones distintas, sino de identificar con claridad cuándo un proyecto político deja de ser legítimo por atentar contra los derechos fundamentales, el pluralismo, la igualdad y la libertad.

Rubio y Musk, al defender al AfD, no defienden la libertad de expresión, sino su perversión. Y quienes en España aún creen que VOX es solo una “respuesta legítima” al supuesto “exceso progresista”, deberían reflexionar sobre lo que ocurre cuando se permite a la ultraderecha ocupar las instituciones sin cortafuegos ético ni legal.

El autoritarismo no llega de golpe, llega con la cara de lo familiar. Con urnas, con discursos de orden, con promesas de sentido común. Y cuando queremos darnos cuenta, ya no hay instituciones capaces de frenar el desastre. Alemania ha aprendido esa lección.

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