Quiero pedir permiso para que dejéis a este pobre hombre “normal” escribir unas cuantas líneas para exaltaros. Son innumerables las veces que he tenido la tentación de proclamar una oración por vosotros, los mediocres de este mundo.
Quiero colmar de regalos y halagos a los que no quieran respetarme. Tengo en mí un manantial de perdón que no sé cómo agotarlo. No existe nada ni nadie en este mundo que pueda evitar sentir compasión por todos los que os sentís justos, perfectos, magníficos, elegidos y dichosos. Vuestra felicidad y perfección es tal que a mí me horroriza y llego a temer por vuestra otra vida porque, como bien sabéis, el Cielo no fue prometido para los bienaventurados en la tierra.
Cuando os contemplo, espléndidamente iluminados, vuestros rostros tienen necesidad de mucha luz. En esos instantes, mi compasión es realmente infinita y debo ocultarla bajo la más brutal dureza para no humillaros más de lo necesario. Cuando pienso en todo los que os falta y os faltará para toda la vida, en la ternura que no apreciáis, en la variedad de los colores de las flores que no distinguís, en los misterios del mundo que no veis, en las verdades que no comprendéis, en la belleza y en el amor que se os escurre entre las manos, en el valor que no tenéis, yo, siento ansias de llorar.
Nadie nunca se ha compadecido de vosotros; son compadecidos los enamorados, los Poetas, los Pobres, incluso los ricos y los reyes y vosotros, que sois pobres en fraternidad y en consideración, Trovadores de vuestras propias proezas, ricos en seguridad, reyes de la opinión y enamorados de vosotros mismos, nadie nunca os compadece.
Este siglo que termina se cubriría de vergüenza si nadie hablase de vosotros (como en otras épocas ocurriera), no sería justo y yo no podría seguir viviendo sin expresar a los demás el afecto y la simpatía que os tengo. Yo no os desprecio ni os odio estimados MEDIOCRES, me esfuerzo en cada minuto de mi vida en consideraros como “amigos”. No obstante, debéis saber que jamás yo fui, no soy, ni seré como vosotros sois.
Vosotros estáis muertos para el respeto, para el amor, para la solidaridad, para la bondad, para la lealtad, como yo lo estoy para el desprecio, para el odio, para la traición y para la incoherencia.
No obstante, la mediocridad tiene sus cosas buenas; proporciona la paz consigo mismo y, además, la pública y espiritual. Aunque, con perdón, me atrevo a aseguraros que también el ser solidario, respetuoso y leal tiene sus partes buenas y que el comprender y ser objetivo proporciona satisfacciones difícilmente comparables a cualquier otra. Aunque existe, como es lógico, el sufrimiento que produce todo esfuerzo, el temor a las sorpresas y el peligro de las ideas. A pesar de todo, si supierais qué felices somos también nosotros, al miraros fijamente a los ojos, al escuchar vuestras conversaciones, vuestros criterios o al observar vuestros modos.
Aclaremos que mediocres no son precisamente aquellos que nada piensan y se limitan a cumplir honradamente su papel en este mundo.
Mediocres son esos peligrosos individuos que no sufren, porque creen poseerlo todo, opinando con sumo agrado lo que ignoran de los demás.
¿Sois necesarios?
¿El mundo tiene necesidad de vosotros?
Creo y pienso que sí, porque posiblemente todo nuestro trabajo, de no estar rodeado de vuestra desaprobación, nos parecería simple y trivial y, sin vosotros, no existiría comparación para medir nuestro amor, nuestro respeto, nuestra sensibilidad; en definitiva, nuestros comportamientos.
Por todo esto y porque sois, al mismo tiempo, tan dichosos en vuestra desdicha, quiero que permitáis, por favor, a este hombre normal, que ruegue por vuestra perpetua conservación.
A todos los mediocre y desleales del UNIVERSO,
¡SALUD e inmortalidad!
(Publicado en 1997 en la obra Amor en el Tiempo,autor Manuel Domínguez Moreno en Madrid- pp. 122-123).