No pagamos impuestos solo para las crisis. Lo hacemos para sostener una red que organiza, cuida y protege cada día. Pero es en los momentos en que todo se detiene, como el gran apagón del lunes, cuando comprendemos hasta qué punto lo público es esencial. Bomberos, sanitarios, protección civil, personal de emergencias... todos ellos estuvieron ahí, como siempre, pero esta vez visibles y decisivos. Porque cuando el sistema falla, lo público no.
En la rutina diaria, lo público parece un fondo invisible. No siempre lo notamos, pero está ahí. En cada ambulancia que llega a tiempo, en cada bombero que entrena para actuar en segundos, en cada técnico de emergencias que sabe qué hacer cuando nadie más lo sabe. Esa estructura está viva, operativa y entrenada porque la sostenemos entre todos, porque decidimos como sociedad financiarla a través de los impuestos.
El gran apagón de ayer, que dejó sin luz a buena parte del país durante horas, no solo puso a prueba el sistema eléctrico, sino también la capacidad de respuesta de toda la red pública. Y esta respondió. Respondió con eficacia, con calma, con profesionalidad. Respondió porque estaba preparada, porque no improvisa, porque no depende de la lógica del beneficio ni del interés individual. Lo público existe para cuidar a todos, incluso a quienes no pueden devolver nada a cambio.
Los centros de coordinación de emergencias se activaron sin titubeos. Las incidencias se clasificaron y priorizaron. Se atendieron urgencias sanitarias, se rescataron personas atrapadas, se estabilizaron situaciones de riesgo. Nada de eso sería posible sin una inversión constante en planificación, personal, medios, tecnología y formación. Una inversión que no se hace solo cuando hay una crisis, sino cada día, con cada euro que aportamos al bien común.
Porque pagar impuestos no es solo transferir dinero al Estado. Es dotar de músculo a esa red de servicios que no depende de la suerte, del mercado ni de la voluntad individual. Es asegurarse de que, cuando un sistema falla, sea la red eléctrica, el transporte o la atención sanitaria, haya otro sistema que no lo haga. Uno que no especula, que no discrimina, que no se rinde.
Lo público organiza la vida diaria. Permite que funcione lo esencial sin que tengamos que pensarlo. Y cuando todo falla, permanece. Se activa. Sostiene. Lo hace porque ha sido construido para eso, y porque lo financiamos para eso.
El apagón nos recordó algo que solemos olvidar: que no hay sociedad viable sin una red pública fuerte. Que lo público no es un gasto sino una estructura de cuidado. Que la vida diaria, sin esa base, se vuelve frágil.
Por eso pagamos impuestos. Y lo hacemos para construir y mantener cada día un escudo colectivo. Un sistema que resiste. Un sistema que cuida. Un sistema que, cuando todo falla, no falla.