Toni Cantó ha dado la cara ante la prensa, al fin, para intentar aclarar a qué se dedica en esa polémica Oficina del Español que Isabel Díaz Ayuso se ha sacado de la manga y sobre la que pesa la sombra de sospecha de ser un oscuro “chiringuito”. Cantó asegura que su negociado busca posicionar a la Comunidad de Madrid como “centro incuestionable de enseñanza del español y en español”, diferenciando esta misión empresarial de la que tiene encomendada la Real Academia Española de la Lengua, que según él se dedica a velar por el correcto uso del idioma.
Es decir, si no hemos entendido mal, el supuesto chiringuito cantonalista sería una especie de oficina de información o propaganda enfocada a los cientos de miles de turistas y becarios Erasmus que recalan cada año en la capital para culturizarse, o sea para mamarse en las tabernas de Ayuso. En ese punto al menos ya hemos sacado algo en claro: Cantó no se va a dedicar a corregirnos en el uso de la lengua de Cervantes, a propinarnos collejas por colocar mal las tildes, ni a limpiar, fijar o dar esplendor al castellano, un trabajo para el que, vista la dejadez con la que redacta los tuits y las patadas al diccionario, no parece demasiado capacitado. En definitiva, que va a ser más bien un azafato con gorrilla naranja, plano, puntero láser y paraguas, un guía turístico mondo y lirondo que conducirá al personal por el Madrid de los Austrias y la Complutense, en plan free tour, que un sesudo y prestigioso académico lingüístico. Por ahí podemos estar tranquilos de que no romperá nada.
Sin embargo, más allá de enumerar unos cuantos objetivos vagos y abstractos sobre su nuevo proyecto que bien podrían servir para describir cualquier otra oficina de promoción comercial –ya sea la del plátano canario hoy caído en desgracia por el volcán de La Palma, la de la paella valenciana o el flamenco–, Cantó no ha terminado de despejar las dudas sobre cuáles serán sus dinámicas de trabajo, sus atribuciones concretas, su agenda diaria y su horario laboral en su nuevo departamento (el sueldo ya lo sabemos y no es austero precisamente). De modo que, mal que le pese al agraciado por el regalo ayusista, las sospechas de “chiringuitismo” descarado no se han despejado completamente.
Cantó tendría que haber comparecido ante la prensa para dar cuenta de sus rutinas de trabajo, su jornada laboral, o sea, qué demonios va a hacer metido en su despacho/covachuela todo el santo día. Cuando Einstein llegó a la Oficina de Patentes y de Marcas de Berna se le caía el techo encima y decidió seguir con sus números y cálculos matemáticos que culminaron en avances trascendentales para la humanidad. Pero no vemos nosotros al bueno de Toni reinventando o corrigiendo la Teoría de la Relatividad. En todo caso, enredando un poco más con su revisionismo histórico, que en eso es experto, como cuando sugiere que los españoles no fuimos sangrientos colonizadores sino voluntarios misioneros de una especie de oenegé: Reyes Católicos por la paz. “España liberó América. Era salvaje, incluso caníbal”, dice el exactor metido a historiador dominguero de brocha gorda. Estos de la derechona patria sueltan su ignorancia trumpista sin pudor y se quedan tan anchos. Según recientes estudios de la Universidad de Leeds y la University College de Londres, el genocidio tras la llegada de los europeos al Nuevo Mundo pudo provocar la muerte de más de 56 millones de indígenas en los cien años posteriores al denominado descubrimiento. Guerras, conquistas, ejecuciones, enfermedades contagiosas, pueblos enteros arrasados. La fiebre del oro. Fue una inmensa masacre.
De modo que ahí va una propuesta de horario laboral de la Oficina del Español para que los madrileños puedan saber en qué empleará su tiempo el recién elegido para el cargo. Ocho y media de la mañana: fichar, tirarse un par de broncas a sí mismo (hasta donde se sabe Toni es el único empleado de la oficina) y bajar a la máquina de café. Nueve y cuarto: revisar periódicos de la caverna (mayormente Inda) y poner un tuit faltón contra Pedro Sánchez. Diez y media: recibir a una delegación de estudiantes escandinavos y darles la turra con Góngora o Lope de Vega (consultar la Wikipedia la noche anterior). Once y veinte: pincho de tortilla y cañita en Plaza Mayor (como buen funcionario madrileño que goza de la libertad). Doce y media: videoconferencia con la jefa Ayuso para informarla del rutinario parte de la mañana (cotillear un poco sobre Pablo Casado y hacerle la pelota). Una y veinte: avanzar en algún farragoso informe para acreditar el día o entretenerse en disparatadas teorías conspiranoicas sobre comunistas. Dos de la tarde: se cierra el chiringuito y hasta mañana. Y así todo. Un carguete tranquilo, un caramelo de 75.000 euros de vellón, aunque eso sí, algo aburrido y poco excitante, lo cual no deja de ser peligroso. Ya se sabe que aburrirse es besar a la muerte. Eso lo dijo don Ramón Gómez de la Serna. Un grande del español, no como otros.