Que el Estado del mundo que tiene más informantes y agentes del planeta, hasta en los lugares más recónditos, no condenara el Holocausto hasta que los campos de concentración no fueran liberados por los soviéticos o los norteamericanos, es algo más que sospechoso. El Vaticano tiene ojos y oídos en todos los pueblos y aldeas de Europa con miles de sacerdotes, curas y monjas dispersos por todo el continente. Entre esos miles de personas sirviendo jerárquicamente al papa al menos tuvo que haber alguien, entre 1933, en que los nazis llegan al gobierno, y 1945, en que los campos de concentración fueron liberados, que informara a sus obispos y después a Pío XII de los desmanes y crímenes que estaban perpetrando los alemanes.
La figura de Eugenio Maria Giuseppe Giovanni Pacelli, más conocido como Pío XII, sin embargo hay que juzgarla en su justo término, pues las condiciones y la época en que llegó a la máxima magistratura de la Iglesia católica eran muy complejas. Era el año 1939 y Europa era un hervidero. Acababa de morir Pío XI, Hitler ya se había anexionado los Sudetes y Austria y Francia y el Reino Unido, tras la firma de los vergonzosos Acuerdos de Múnich con las potencias fascistas para evitar una guerra, no querían verse involucrados en una conflicto con la Alemania fascista.
Pío XII se enfrentó a una situación límite, pues apenas unos meses después de llegar al papado Hitler atacó y ocupó Polonia, el 1 de septiembre de 1939, y no olvidemos que el Vaticano se encontraba dentro de las fronteras de la Italia fascista. Benito Mussolini pagó ingentes cantidades de dinero al Vaticano para que reconociera a la Italia fascista y que el Papa Pío XI guardara silencio ante las tropelías cometidas por sus esbirros durante este periodo negro de la historia italiana.
Sin embargo, pese a la brutal represión emprendida por los nazis no solamente contra los judíos sino contra la Iglesia católica polaca, el Papa prefirió callar y mirar para otro lado, evitando toda manifestación pública y condena explícita. Esta misma tónica, de guardar silencio, se sucedió durante las sucesivas invasiones de varias naciones europeas por los nazis, como fueron los casos de los Países Bajos, Bélgica, Luxemburgo y Francia, donde a la ocupación alemana le sucedía la consiguiente persecución de sus poblaciones judías, tal como aconteció entre 1940 y 1944, en que la maquinaría criminal aceleró sus planes para la “solución final”, es decir, el exterminio de todos los judíos de Europa.
Según el historiador Michael Phayer, en su monumental obra The Catholic Church and the Holocaust, 1930–1965, el 18 de septiembre de 1942, Pío XII recibió una carta de Monseñor Montini (futuro Papa Pablo VI), en la que decía: "las masacres de los judíos alcanzan proporciones y formas espantosas". Más tarde, ese mismo mes, Myron Taylor, representante de Estados Unidos en el Vaticano, advirtió a Pío II que el "prestigio moral" del Vaticano estaba siendo herido por el silencio sobre las atrocidades europeas. Según Phayer, esta advertencia fue repetida simultáneamente por los representantes de Gran Bretaña, Brasil, Uruguay, Bélgica y Polonia acreditados ante el Vaticano.
PAPEL CONTROVERTIDO Y SILENCIOSO
En la Navidad de 1942, en su mensaje de felicitación navideña a sus fieles, Pío XII calló de nuevo, cuando las cámaras de gas funcionaban a pleno rendimiento. Unos meses más tarde, tal como recoge Phayer en su libro ya citado, en la primavera de 1943, Pirro Scavizzi, un sacerdote italiano, le dijo a Pío XII que el asesinato de los judíos era "ahora total", incluso los ancianos y los niños estaban siendo destruidos "sin piedad". Se dice que Pío XII se quebró y lloró incontroladamente.
Unos meses después, en julio de 1943, la situación se tornó más difícil para el Vaticano debido a la destitución de Mussolini por parte de los fascistas con la ayuda del rey italiano, Los norteamericanos ya habían desembarcado en suelo italiano y la guerra se estaba torciendo para las potencias del Eje, que también cosechaban algunas derrotas en los frentes del Este. Sin embargo, en agosto de 1943, sorpresivamente, Hitler libera a Mussolini e instala un régimen afín a sus intereses en el Norte de Italia denominado la “República Social Italiana”.
Alemania ocuparía casi la mitad de Italia, incluyendo a la Ciudad del Vaticano, entre julio de 1943 y junio de 1944, en que finalmente Roma es liberada por los norteamericanos. En estas circunstancias, con el Vaticano rodeado por las fuerzas alemanas, al Papa Pío XII le resultaba muy difícil condenar los terribles acontecimientos que se estaban sucediendo en la Europa ocupada por los nazis, especialmente en países muy católicos como Hungría, Polonia y los países bálticos, y de los que el sumo pontífice era buen conocedor en esos momentos. El papa temía que pudiera ser secuestrado por alemanes y razones no le faltaban, tal como han mostrado recientemente varias obras.
Por unas razones o por otras, el Vaticano no hizo nada por evitar la persecución de los judíos, ni siquiera en la Roma ocupada por los nazis, donde 1.021 judíos fueron deportados el 16 de octubre de 1943 en una auténtica cacería, y 839 de ellos fueron asesinados en campos de concentración y de exterminio. Un rabino que se opuso a la beatificación de Pío XII señalaba a este respecto:”No olvidamos las deportaciones de los judíos, y en particular el tren que el 16 de octubre de 1943 llevó a 1.021 deportados hasta Auschwitz desde la estación Tiburtina de Roma ante el mutismo de Pío XII”.
Hay documentada, sin embargo, una mediación papal para intentar aliviar la suerte de los judíos. Según asegura el historiador Ronald Rychlak, en noviembre de 1943, el nuncio Cesare Orsenigo habló con el líder del Tercer Reich en nombre del Papa Pío XII. En su conversación con Hitler, habló de la situación de los pueblos perseguidos en el Tercer Reich, aparentemente refiriéndose a los judíos. Esta conversación con el líder nazi no condujo a ningún éxito y durante gran parte de la conversación Hitler se limitó a ignorar a Orsenigo; se fue a la ventana y no le escuchó.
ARGUMENTOS A FAVOR Y EN CONTRA DEL PAPA
Tras la muerte de Pío XII, en 1958, se han escrito numerosas obra sobre el papel de Pío XII durante la Segunda Guerra Mundial y, en concreto, sobre su perfil silencioso durante el Holocausto. Entre los testimonios que hemos encontrado a su favor está el del historiador Joseph Lichten, de B'nai B'rith (organización judía dedicada a denunciar el antisemitismo y mantener viva la memoria del genocidio nazi), que ha documentado los supuestos esfuerzos de la la Santa Sede en favor de los hebreos perseguidos. Según el mismo Lichten, en septiembre de 1943, el papa ofreció bienes del Vaticano como rescate de judíos apresados por los nazis. También recuerda que, durante la ocupación alemana de Italia, la Iglesia, siguiendo instrucciones de Pío XII, escondió y alimentó a miles de judíos en la Ciudad del Vaticano y en el palacio de Castel Gandolfo, así como en templos y conventos.
También el rabino jefe de Roma, Israel Zolli, se refugió en el Vaticano tras la ocupación nazi de Roma en 1943. A la llegada de las fuerzas aliadas a Roma, el 4 de junio de 1944, Israel Zolli reasumió el cargo de Gran Rabino y en el mes de julio siguiente celebró una ceremonia solemne en la Sinagoga, que fue transmitida por radio, para expresar públicamente la gratitud de la comunidad judía a Pío XII, por la ayuda prestada durante la persecución nazi. Además, el 25 de julio de 1944 acudió al Vaticano a una audiencia para agradecer oficialmente al Papa lo que, personalmente, o a través de los católicos, había hecho en favor de los judíos, acogiéndolos o escondiéndolos en conventos y monasterios, para salvarlos del odio racista de las SS, disminuyendo así el ya inmenso número de víctimas.
Saul Friedlander, experto en historia del Tercer Reich, señalaba, a modo de conclusión: “La ambigüedad y la prudencia, atributos muy romanos, marcaron su actuación. Declaraciones genéricas contra el antisemitismo hizo varias. Pero casi siempre que se le pedía una condena concreta de la persecución judía, miraba hacia otro lado. En sus cartas de diciembre de 1940 al cardenal Bertram, de Breslau, y al obispo Preysing, de Berlín, Pío XII expresó su conmoción por el asesinato de los enfermos mentales. En ambos casos, y aparte de eso, sin embargo, no dijo nada de la persecución de los judíos".