Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, se ha consolidado como una figura política que polariza a la sociedad española. En su reciente intervención en Radio Calamocha, sus palabras generaron gran expectación y respaldo entre sus seguidores, pero también suscitaron una profunda preocupación sobre los peligros de su discurso para la cohesión democrática del país. Con una oratoria agresiva y un uso del lenguaje que a menudo roza la desinformación, Ayuso presenta una versión distorsionada de la realidad que, aunque efectiva para movilizar a su electorado, resulta perjudicial para la convivencia y la estabilidad institucional.
Un discurso basado en la simplificación y la agresión verbal
La principal característica del discurso de Ayuso es su simplicidad exagerada, capaz de convertir complejos problemas políticos y sociales en estereotipos fácilmente digeribles. En su entrevista, Ayuso calificó de “la mayor de las corrupciones de Estado” el hecho de que Pedro Sánchez ocupe La Moncloa. La acusación va acompañada de una simplificación extrema: “La corrupción en vena” es lo que define al actual gobierno, mientras que ella se presenta como la defensora de una “España leal” frente a una “España traicionada”.
Ayuso apela constantemente a la emoción del público, utilizando metáforas dramáticas y terroríficas para construir una narrativa de “nación en peligro”, que solo ella sería capaz de salvar. Habla de “ruptura” y de un “España secuestrada”, términos que buscan crear una sensación de crisis existencial. De acuerdo con sus palabras, los pactos con formaciones como Bildu, Esquerra o Junts son una especie de “traición” que pone en jaque la unidad nacional.
La manipulación lingüística al servicio de un relato maniqueo
El lenguaje que utiliza Ayuso está impregnado de agresividad y polarización. En su discurso, emplea términos como “latrocinio”, “estafa” o “explotación” para referirse al gobierno de Pedro Sánchez, mientras presenta a la Comunidad de Madrid como la única región “que crea empleo” frente a un resto de España que, según ella, está siendo “asfixiado” por políticas destructivas. En su narrativa, el presidente Sánchez es descrito como un “tirano” que traiciona la soberanía nacional, un recurso retórico habitual en su discurso.
Análisis léxico del discurso de Ayuso: un arma de división
El análisis léxico del discurso de Ayuso revela cómo construye su narrativa a través de campos semánticos muy concretos. En primer lugar, destaca el uso sistemático de términos de destrucción y quiebra, como “romper”, “destruir”, “atropellar” y “expolio”. Estos términos buscan reforzar la idea de que España está siendo desmantelada por el gobierno actual y que la única solución es volver a un orden que Ayuso propone como el auténtico y legítimo.
Otro campo semántico dominante es el de la corrupción. “Corrupción en vena”, “latrocinio”, “estafa” y “explotación” son solo algunos de los términos que Ayuso utiliza para referirse a los pactos del gobierno de Sánchez con los partidos independentistas y de izquierda. Estas palabras no solo buscan criminalizar a sus rivales, sino que también pretenden reforzar su imagen de líder honesta y sin tacha, contrastándola con lo que considera una clase política corrupta.
En cuanto a la guerra lingüística, el uso de expresiones como “España secuestrada” y “nación paralela” no deja lugar a dudas sobre la intención de Ayuso: crear una confrontación directa entre una “España leal” que ella representa y un “gobierno traidor” que amenaza con destruir esa unidad. Esta retórica bélica no es casual; Ayuso construye su mensaje bajo la premisa de un conflicto existencial donde solo hay lugar para una verdad: la suya.
La estructura discursiva: polarización extrema
En su estrategia de movilización, Ayuso también recurre a construcciones sintácticas que intensifican su mensaje. En muchos de sus discursos, se vale de construcciones pasivas, como “se ha roto la Constitución” o “Cataluña ha sido secuestrada”. De esta forma, evita señalar responsabilidades directas y presenta los hechos como una consecuencia inevitable de la actuación del gobierno. Las interrogativas retóricas también son frecuentes: “¿Con qué cara justifican…?” o “¿Cómo recuperar tanto daño?”. Estas preguntas no buscan obtener respuestas, sino reforzar el sentimiento de indignación y desesperanza entre sus seguidores.
Otro recurso estilístico es el uso de imperativos apelativos. Ayuso, consciente de su capacidad para influir en sus bases, lanza frases como “invito a la reflexión” o “acudiremos donde sea necesario”, que buscan movilizar a su audiencia hacia la acción. Este tipo de expresión refuerza la imagen de Ayuso como una líder activa y decidida, dispuesta a tomar las riendas del país frente a un gobierno que considera ineficaz.
¿Por qué sigue siendo tan efectivo su discurso?
A pesar de las críticas y las evidentes falacias presentes en su discurso, Ayuso sigue siendo una figura política que genera un fuerte impacto en su audiencia. La razón de su éxito radica en su habilidad para ofrecer respuestas sencillas a problemas complejos. En un contexto político y social cada vez más polarizado, Ayuso ha logrado construir un relato en el que los enemigos son claramente identificables, y la solución pasa, en su opinión, por un retorno a un orden que ella mismo representa.
Su discurso se alimenta de la frustración de amplios sectores sociales que sienten que el gobierno central no responde a sus necesidades. El uso de cifras como “25.000 millones” o “los 2.000€ por madrileño” son ejemplos de cómo Ayuso apela a lo económico, cuantificando lo que percibe como “daños” causados por el gobierno central. Esta estrategia de conectar con los problemas reales de la gente, a través de una simplificación excesiva, resulta en un mensaje que, aunque erróneo en muchos aspectos, tiene una gran efectividad en términos de movilización.
El daño que puede causar un discurso polarizador
La retórica de Ayuso no solo es efectiva a corto plazo, sino que también presenta riesgos a largo plazo para la democracia. La constante deslegitimación de los rivales políticos, la creación de un “enemigo” al que culpar de todos los males y la simplificación extrema de los problemas sociales y políticos, son ingredientes que, si no se contrarrestan adecuadamente, pueden fomentar una cultura política tóxica. Un discurso tan polarizado puede llevar a la desconfianza en las instituciones y en los mecanismos democráticos, y eso es algo que, como sociedad, no nos podemos permitir.