Los sucesos de noviembre de 1938, en que milede alemanes atizados por los nazis atacaron los bienes, negocios y propiedades de los judíos alemanes, fue el pistoletazo de salida para el exterminio de millones de judíos. También fueron incendiadas decenas de sinagogas ante la mirada complaciente de los alemanes.
Entre 1933, año en que Hitler llega al poder en Alemania, y 1938, ya con los nacionalsocialistas monopolizando todas las instituciones y espacios de la sociedad alemana, el discurso antisemita, hasta en sus formas más populares, se extendió por toda Alemania atizado por al aparato de propaganda nazi y los líderes del partido. Ya en abril de 1933 se había puesto en marcha, alentada por el propio gobierno, una jornada de boicot a nivel nacional de las tiendas judías, aunque la respuesta del público fue más bien fría. Pero los nazis sabían que había que seguir con la presión hasta que toda la sociedad acabara sucumbiendo y aceptando la introducción gradual y paulatina de una cascada de medidas antisemitas que llevarían al total ostracismo a la comunidad judía alemana.
“En el clima antijudío que reinaba en Alemania por la época en la que se produjo el progromo de la Reichkristallnacht del 9 y 10 de noviembre de 1938 -un ambiente más amenazador que nunca- los “signos de una mentalidad genocida” era claramente evidentes en la dirección nazi. La amenazas a la existencia de los judíos estaban específicamente vinculadas al estallido de una nueva guerra. El mismo Hitler seguía conectándolo con la venganza por lo sucedido en 1919. Dirigiéndose al ministro de Asuntos Exteriores checoslovaco, Frantisek Chvalkovsky, el 21 de enero de 1939, declaró: “Los judíos serán destruidos. Los judíos no provocaron el 9 de noviembre de 1918 a cambio de nada. Esta fecha será vengada”. Naturalmente, no estaba anunciando a un diplomático extranjero un plan o un programa de exterminio preconcebido. Pero se trataba de sentimientos que no eran simple retórica o propaganda. Detrás de ello había mucha sustancia”, escribía sobre este momento histórico el profesor Ian Kershaw.
Así llegamos al fatídico año 1938, en que los nazis tras cinco años ejerciendo el poder más omnímodo que nadie antes había tenido en Alemania han acabado con toda forma de disidencia, han cerrado las instituciones democráticas y han eliminado -muchos físicamente- a sus oponentes. Se estaba gestando el gran ataque a los judíos, la sociedad ya había sido adoctrinada para aceptarlo sin rechistar y Hitler sabía que la comunidad internacional no haría nada para evitarlo. Si Francia, Inglaterra y los Estados Unidos no habían hecho nada para defender los Sudetes en Checoslovaquia que Hitler se había anexionado en octubre de 1938, ¿por qué iban a hacerlo por un puñado de judíos alemanes indefensos y desarmados?
“El ataque lanzado contra los judíos a escala nacional, conocido como la “noche de los cristales rotos (“Kristallnact”), el 9-10 de noviembre de 1938 comenzó en París el 7 de noviembre, cuando un judío polaco de 17 años, Herschel Grynszpan, disparó contra un oficial de baja graduación (Ernst Vom Rath), en la embajada alemana. El motivo de semejante acto era, en parte, que sus padres, en otro tiempo residentes en Alemania, habían sido deportados de este país. La deportación de los judíos de nacionalidad polaca se vio acelerada cuando este gobierno invalidó los pasaportes de los ciudadanos polacos residentes en el extranjero si no se les ponía un nuevo sello. En respuesta a la medida, el 26 y 27 de octubre de 1938, Himmler ordenó detener y deportar a todos los judíos polacos. Los nazis utilizaron estas deportaciones para desembarazarse de los judíos que llevaban varios años viviendo en el país, pero no habían obtenido la ciudadanía alemana, y el 7 de noviembre el joven Grynszpan decidió vengarse”, escribía al referirse a este asunto el investigador Robert Gellately.
Tras el atentado del joven polaco contra el diplomático, los acontecimientos se fueron sucediendo en cadena y sirvieron como la mejor coartada para que los nazis desataran la mayor “cacería” contra los judíos alemanes ante la pasividad internacional y el silencio interior en el seno de una de las dictaduras más brutales de la historia de la humanidad. El funcionario de la embajada alemana no murió en el momento del atentado y los líderes nazis utilizaron este acto para lanzar a las hordas enfurecidas contra las instituciones, negocios y viviendas judías. En todo el país se produjeron ataques contra intereses judíos en “respuesta” al ataque al diplomático alemán, asunto que fue sobredimensionado e incluso presentado como “asesinato” en los medios alemanes incluso antes de producirse la muerte, que se aconteció unos días después.
Casi todos los dirigentes nazis se encontraban en Munich celebrando el aniversario del Putsch de la Cervecería de 1923 cuando llegó la noticia del atentado y posterior muerte del atacado. Hitler dio, al parecer, el permiso a Goebbels para que procediera a los ataques en todo el país contra la población judía pero sin sobrepasarse y procediendo a la detención de miles -unos 30.000- prominentes judíos. La Gestapo y la policía debían quedar al margen, mirando como se producían los ataques “espontáneos” del “pueblo alemán, y permitiendo la destrucción de los bienes judíos.
“Algunos estudios exhaustivos de carácter local han demostrado que los disturbios antijudíos no se produjeron sólo en las calles de las grandes ciudades, sino que llegaron también hasta las poblaciones más pequeñas. No se libró ni una sola localidad en la que vivieran judíos, y en muchas se presentaron escuadrones itinerantes de nazis en camiones, que infringieron enormes daños a las propiedades de los judíos, los obligaron a desfilar por las calles, y se marcharon con la misma rapidez con que llegaron. Aunque poseemos algunos testimonios dispersos de que los alemanes escondieron a judíos durante el pogromo y de que los ayudaron en secreto, fueron poquísimos los que se atrevieron a criticar, como mínimo, lo ocurrido. Durante los días sucesivos, podemos ver una muestra de la categoría a la que quedaron reducidos los judíos en el hecho de que, si alguno se atrevía a aparecer en público era objeto de los ataques de los niños, que les arrojaban piedras, los acosaban y los insultaban”, relata nítidamente en uno de sus libros el ya citado Gellately. Los disturbios se extendieron a la velocidad del rayo por todo el país y un clima insoportable, caracterizado por el miedo y la incertidumbre, según relatan testigos en primera persona de aquellos acontecimientos, se abatió sobre la comunidad judía alemana.
Reacción de los alemanes
Estos sucesos no pasaron desapercibidos para la mayor parte de los alemanes, ya que eran públicos y ocurrían en casi todas las localidades del país, y fueron recogidos en su momento por toda la prensa del país como una reacción lógica por el atentado de París. Los autores de los hechos, auténticos criminales que llegaron a cometer verdaderas fechorías, fueron presentados como héroes por las autoridades alemanas y nunca fueron juzgados -ni siquiera después de la guerra- por las nuevas autoridades.
En un informe oficial acerca de estos acontecimientos, Hiedrich infomó a Göring el 11 de noviembre de 1938, basado según sus propias palabras en concreto, que había sido detenidos 20.000 judíos, 36 habían muerto y 36 otros habían resultado heridos de gravedad. Según Gellately, los detenidos podrían haber llegado a los 30.000, los muertos al centenar y también se produjeron entre 300 y 500 suicidios a raíz de estos hechos y del clima de persecución antisemita que ya se había extendido por todo el país.
Los sucesos de la “noche de los cristales rotos” fue un punto de inflexión en la Alemania nazi, en el sentido de que los nazis habían decidido pasar a la acción tras años de atizar el discurso antisemita en los medios, las escuelas, las universidades y, en general, en todos los actos públicos. Hasta los sucesos de noviembre de 1938 los nazis habían llevado a cabo acciones de boicoteo de los negocios judíos, actos intimidatorios, medidas políticos y judiciales con el fin de aislar a los hebreos y exhibir un discurso antisemita feroz y brutal, pero la “noche de los cristales fotos” fue más allá y dio rienda suelta a lo peor que llevaba el nazismo en su interior.
“La violencia extrema y las humillaciones intencionadas y degradantes a que se se sometió a los judíos durante el progromo recordaban la actitud de los camisas pardas en los primeros meses de 1933. Pero en esta ocasión llegó mucho más lejos, tuvo mucha más difusión y fue más destructiva. El progromo demostró que el odio visceral a los judíos no sólo había calado entre los camisas pardas y los activistas radicales del partido, sino que estaba extendiendo hacia otros sectores de la población, sobre todo, pero no sólo, los jóvenes, entre los cuales cinco años de nazismo en las escuelas y las Juventudes Hitlerianas habían surtido efecto”, apuntaba muy certeramente el historiador Richard J.Evans.
Quizá miles de alemanes, llevados por cinco años de exposición al odio, participaron en estos actos. Se daba una nueva vuelta de tuerca y comenzaban las deportaciones de judíos hacia los campos de concentración sin que nada ni nadie -tanto dentro como fuera de Alemania- fuera a hacer nada por evitarlo. La broma macabra y la nota final a estos acontecimientos la puso el propio régimen nazi cuando impuso a la comunidad judía alemana una multa de mil millones de marcos para pagar los daños y perjuicios sufridos, a la que fueron obligados a contribuir obligatoriamente todos los judíos alemanes. A la crueldad exhibida por los nazis, cuando no por toda Alemania, se le venía a unir el carácter grotesco de la ignominiosa multa.
Lo peor todavía estaba por llegar, la Kristallnacht fue solo el prólogo del Holocausto. Hitler, unos meses después de estos trágicos acontecimientos anunció profético al pueblo alemán el final que les esperaba a los judíos:”Hoy quiero ser profeta: si la judería financiera internacional en Europa y más allá consigue sumir una vez más a los pueblos en una guerra mundial, el resultado no será la bolchevización de la Tierra ni la victoria de los judíos sino la aniquilación de la raza judía en Europa”. Esta intervención, efectuada el 30 de enero de 1939, era una amenaza directa a los judíos de todo el continente, millones de los cuales se verían atrapados unos meses después por la maquinaría nazi que invadiría media Europa. En definitiva, y para resumir, se puede concluir que con la Noche de los Cristales Rotos o Kristallnacht había comenzado el primer del acto del Holocausto que terminaría con la aniquilación completa de seis millones de judíos.