Las recientes protestas prorrusas en Gaugazia contra la presidenta moldava, Maia Sandu, en una reciente visita a esta región autónoma de Moldavia; el descarado apoyo de Moscú a las pretensiones de Azerbaiyán de arrebatar a Armenia el corredor de Zangezur, de la misma forma que permitió a los azeríes conquistar Nagorno Karabaj a los armenios sin que hicieran absolutamente nada, pese a que eran la supuesta fuerza de protección y paz de los habitantes de la región; y las recientes maniobras militares de Bielorrusia con Rusia muy cerca de la frontera ucraniana, junto con otros elementos, hacen presagiar que quizá Moscú está preparando una operación de mayor envergadura para desestabilizar la periferia de lo que antaño fue la extinta Unión Soviética. El objetivo está claro: seguir impidiendo que el mundo postsoviético se siga acercando a la OTAN y a las instituciones europeas.
Ya la presidente moldava, Sandu, alertó el pasado año que agentes rusos del grupo Wagner podrían estar en su territorio para comenzar acciones desestabilizadoras e incluso organizar un golpe de Estado. El Ejército ruso, que ocupa la región secesionista de Transnistria en Moldavia, fronteriza con Ucrania, ha impedido sistemáticamente cualquier posibilidad de acuerdo entre el gobierno legítimo de Moldavia y las autoridades secesionistas de esta “república” no reconocida internacionalmente por ningún país excepto Rusia, que aunque no la reconoce diplomáticamente tiene un consulado en la capital, Tiraspol, y mantiene una interlocución con el “gobierno” transnistrio al más alto nivel. La presencia de fuerzas rusas en Transnistria ha sido siempre un elemento desestabilizador para las autoridades moldavas y la amenaza de una intervención rusa en este país ha sido una espada de Damocles que ha estado muy presente en la vida política de esta joven nación.
Rusia ha mantenido desde el final de la Unión Soviética una política exterior agresiva y expansionista con sus nuevos vecinos tras la implosión soviética, en 1991. Entre 1992 y 1993, militares rusos apoyaron y prestaron su colaboración a los secesionistas de Abjasia para que se separasen de la nueva Georgia independiente, provocando la limpieza étnica del territorio, del que salieron unos 200.000 georgianos y más de 20.000 fueron asesinados por los abjasios. De la misma forma, Rusia se apoderó por la fuerza, en el año 2008, de Osetia del Sur, también en Georgia, cuando este país intentó recuperar por la fuerza esta región también separada del país con la ayuda de fuerzas militares rusas en 1992.
Armenia, abandonada por Rusia y aislada por Turquía
También Armenia ha estado en el punto de mira de Rusia sobre todo tras los acercamientos políticos y diplomáticos de su primer ministro, Nikol Panishián, a la OTAN y a la Unión Europea (UE) en los últimos meses. El 19 de septiembre de 2023, Azerbaiyán atacó el enclave armenio de Nagorno Karabaj y, en apenas unas horas, empleando una desproporcionada fuerza frente a unas desarmadas milicias armenias de la región, ocupó este histórico territorio armenio. Como ya hemos explicado antes, el contingente militar ruso instalado en la región, pese a que eran los garantes de la seguridad y las vidas de los armenios del enclave, no hizo absolutamente nada para defender a los armenios. Y tampoco los militares rusos dieron protección a las autoridades y civiles de Nagorno Karabaj que buscaron protección en las bases militares rusas, sino que los entregaron a los azeríes y muchos hoy están detenidos en duras condiciones en prisiones de Azerbaiyán.
En el fondo de esta crisis del Cáucaso, hay un cambio en la concepción geoestratégica de Rusia tras su ataque a Ucrania, habiendo buscado nuevas alianzas con antiguos países con los que mantenía notables diferencias en el pasado, entre los que destacan Turquía e Irán, que le proveen de repuestos militares y le ayudan a evadir las sanciones occidentales. Colateralmente a este conflicto caucásico, Turquía, además, no oculta que el interés último de su proyecto pantúrquico es claramente económico, anhelando crear un corredor a través del territorio armenio de Zangegur hasta Azerbaiyán, permitiendo acceder a los inmensos recursos naturales de este país, tales como petróleo, gas natural, mineral ferroso, metales no ferrosos y bauxita.
Pero esta apuesta rusa por la carta turca tiene inmensos riesgos en términos de poder e influencia para Rusia en el Cáucaso y también en Europa, porque el principal objetivo de este corredor entre la región aislada de Najicheván, pasando por Zangegur, y Azerbaiyán supondrá un reforzamiento del canal caucásico, que tendría como destino final a los mercados europeos. Evidentemente, la influencia turca en el Cáucaso se verá acrecentada, aparte de que Armenia quedará más aislada, y Rusia ya no sería indispensable en términos energéticos para los europeos, lo que desvalorizará la influencia de Moscú en el continente.
Pese a todo, la periferia de Rusia debe estar atenta a los movimientos rusos en el mundo postsoviético, pues Moscú seguirá interfiriendo para evitar un acercamiento de todos estos países hacia la OTAN y la UE, tal como han expresado con sus anhelos en este sentido Georgia, Ucrania, Armenia y Moldavia. Incluso esta última ya ha abierto oficialmente negociaciones con la UE para preparar, junto con Ucrania, una futura adhesión, que, aunque se prevé larga en términos de transformaciones sociales, económicas y políticas, ya es un hecho. La capacidad de desestabilización de Rusia sigue siendo considerable y seguirá constituyendo una amenaza en el corto y largo plazo para Occidente, pero especialmente para Europa.