Pedro Sánchez avala el frente amplio de izquierdas que lideraría Yolanda Díaz. ¿Y qué quiere decir eso? Pues que el presidente del Gobierno renuncia al espacio político más progresista para ensanchar el granero electoral por el centro. O sea, que le dice a Díaz: “Quédate tu con la izquierda que a mí me da la risa”.
Lo cual que ya tenemos para qué ha servido el 40 Congreso Federal del pasado fin de semana en Valencia con sus paelladas gigantes: para quemar una vez más el manual de Marx, para confirmar el giro moderado y para consumar la vuelta al retrofelipismo más liberal. Varias circunstancias vendrían a confirmar este fenómeno de derechización del partido: la recuperación de altos cargos del viejo PSOE que habían caído en el olvido, cuando no en la defenestración; la asfixia de toda corriente crítica; y la inclusión en la Ejecutiva Federal de personajes que le han estado haciendo la puñeta a Sánchez, por decirlo de una manera fina, desde que llegó a Moncloa.
De esta manera, el presidente ha vuelto a fichar a Antonio Hernando como estrecho colaborador. Hernando, sí, Hernando, el mismo que dejó tirado a Sánchez como una colilla y casi lo niega tres veces como Pedro a Jesús cuando los judíos barones dieron el golpe de mano incruento de octubre de 2016. El fichaje ha sido vendido desde Ferraz como un intento de cerrar viejas heridas, una frase hecha que no significa nada y que seguramente ocultará una gran falacia, ya que en política las heridas no se cierran nunca. En este negocio las rencillas se enquistan, las pendencias se apuntan en la libreta negra y el que a hierro mata a hierro muere, pagando caro la traición. Por eso extraña tanto esa vuelta al redil de este y otros hijos pródigos de Pepe Blanco.
Otro que parece metido con calzador, en este caso en la Ejecutiva nacional, es el presidente extremeño Fernández Vara, que tampoco se ha destacado por sus simpatías al jefe y le ha dado hasta en el cielo de la boca, como cuando se opuso abiertamente a los indultos de los presos independentistas condenados por el procés. Otra herida cerrada que no se cree nadie.
Quiere decirse que aquí hay cosas que no cuadran. Es cierto que se ha producido un giro a la derecha con guiños al patriarca Felipe, pero habría que preguntarse la razón de este viraje, y ahí es donde todavía puede haber datos ocultos que escapan a la comprensión de la prensa nacional. Algunos han definido las últimas decisiones tomadas en el 40 Congreso como “la muerte del sanchismo”, pero tampoco es exactamente así. El sanchismo no fue nada más que un relato mítico, el de un caballero andante que cuando fue exiliado de Ferraz se subió a su Rocinante diésel (su viejo utilitario) para reconquistar otra vez a las bases y las federaciones regionales. Desde ese punto de vista, el sanchismo fue lo que fue: una trepidante película medieval en plan Braveheart que duró hasta que Sánchez recuperó el poder del partido. A partir de ahí, más de lo mismo, procrastinación de los grandes asuntos de Estado, centro moderado y guiños neoliberales a los poderes fácticos.
Sánchez ha estado viviendo de propuestas radicalmente progresistas que jamás ha llevado a cabo, como la derogación de la reforma laboral (dos años después aún no sabemos cuándo se hará ni en qué términos) el impuestazo a los ricos que no llega nunca o el avance en el modelo federal o plurinacional de España, que supuestamente reconocería el carácter de nación a Cataluña. Sí, es verdad, Sánchez ha logrado bajar el suflé indepe y la tensión en los territorios catalanes sacándose un buen as de la manga: la mesa de negociación con los secesionistas que, hasta donde se sabe, tampoco resolverá el problema porque el presidente ya ha descartado cualquier referéndum de autodeterminación que iría contra la Carta Magna. O sea, que otra jugada maestra de trilerismo político. Suma y sigue.
En esta primera parte de la legislatura el supuesto chavismo radical del Gobierno solo ha estado en las cabezas delirantes de Casado y Abascal y salvo algunas pequeñas conquistas sociales impulsadas por Unidas Podemos desde dentro del Consejo de Ministros poquita izquierda se ha visto. Mucho nos tememos que, si Sánchez hubiese gozado de mayoría absoluta, si no hubiese necesitado de los votos de la formación morada para gobernar, habría llegado todavía menos lejos y habría confraternizado aún más con los señores del Íbex 35. Las medidas más progresistas las ha tomado empujado primero por Pablo Iglesias, mosca cojonera que no le dejaba dormir, y después por Yolanda Díaz, última esperanza de la izquierda real.
El pasado fin de semana, Sánchez invocó la socialdemocracia como modelo a seguir en toda Europa frente a los vientos neoliberales que soplan en el viejo continente. Una vez más, la prostitución de una filosofía política honorable que a base de ser manoseada por unos y por otros ha terminado asqueando a buena parte de la sociedad. Entre lo que significa realmente la socialdemocracia y lo que está pensando Sánchez en su fuero interno hay todo un abismo. Porque lo que el hombre considera socialdemocracia no es más que un liberalismo conservador y light, una aguachirle, un tocomocho para seguir quedando bien con las élites financieras de este país.
Una socialdemocracia fuerte, potente, entroncada con el socialismo democrático, supone una Sanidad robustecida, fuertes inversiones en becas educativas, importantes prestaciones sociales para personas vulnerables y desempleados y un mercado laboral digno. Aquí, en España, ni siquiera tenemos psicólogos suficientes en los centros de salud (ya vamos por diez suicidados diarios), la escuela pública se cae a trozos, el ingreso mínimo vital es paupérrimo, el parado las pasa canutas para sobrevivir y los contratos basura han reducido a los trabajadores a la categoría de semiesclavos. Todo eso por no hablar del tarifazo de la luz ni de la subida del salario mínimo interprofesional, quince euros que no dan ni para pipas. Toda esa batalla que debería librar la izquierda real ahora se la pasa Sánchez a Yolanda Díaz. “Toma bonita, que yo no puedo con esto”. Y cuando lleguen las elecciones y el momento de pactar ya tal.