De Toni Cantó sabíamos que era un actor de series del montón, un gran aficionado a las chaquetas y un paracaidista de la política. Ahora también sabemos que va a dirigir la Oficina del Español en Madrid pese a que anda justito de escritura y se hace un lío con las comas. Vivimos tiempos líquidos y cualquier peleado con la ortografía puede llegar a académico de la RAE siempre que se lo proponga y cuente con los padrinos adecuados.
Twitter tiene muchas cosas malas, el odio que propaga, la incultura que airea y el salvajismo de una época, pero entre todos esos males endémicos hay algo bueno: se ha convertido en una máquina de la verdad que desenmascara a los que andan cortos de gramática, a los impostores que van de lo que no son, a los que inflan currículums como globos de feria y a los fraudes humanos que se construyen personajes cuyas caretas se acaban cayendo al primer párrafo en 140 caracteres.
Ayuso podía haberle puesto un piso en la Castellana a Toni Cantó, un chamizo de fondo buitre, pero le ha puesto un chiringuito, que le sale más barato y así lo tiene controlado, no vaya a ser que al hombre le dé por transfugar otra vez, mayormente a Vox. Es público y notorio que el bueno de Toni sufre un trastorno de movilidad o piernas inquietas que le lleva a no poder quedarse parado en el mismo partido ni cinco minutos, de modo que es preciso vigilarlo y atarlo en corto para que la cabra no se fugue y tire al monte.
Ayer fue un gran día para él (convertirse en el Muñoz Molina del Instituto Cervantesmadrileño no es algo que a uno le ocurra todos los días) y quiso agradecer el donativo, bicoca o chollo caído del cielo redactando un tuit de los suyos, pero esta vez dejando a un lado el habitual tono faltón y poniéndose más en plan perfil institucional, que ahora va de académico y hay que mantener las formas. Sin embargo, el minuto de gloria se acabó convirtiendo en un infierno cuando toda la audiencia del pajarito azul se dio cuenta de que Cantó escribe como el culo y va poniendo las comas al azar, entre sujeto y predicado, cuando no toca y sin ton ni son, como quien lanza al viento unas semillas de trigo. Su brocha gorda literaria quedó en evidencia, él se percató de que estaba siendo objeto de pitorreo, befa y mofa en media España y se apresuró a borrar el tuit tratando de esconder sus vergüenzas gramaticales. O sea, un ridículo espantoso.
Decía el gran Lázaro Carreter que “la ortografía no es una sopa de letras”. Para Cantó es algo mucho peor, es un crucigrama imposible, un sudoku irresoluble, un arcano. Por tanto, la primera lección que podemos extraer de este triste episodio es que no hace falta ser hostelero para dirigir una oficina de turismo ni deportista para coordinar una institución deportiva, pero para sacar adelante la Oficina del Español y darle relumbrón y notoriedad internacional a la lengua patria es condición indispensable haber escrito algo potable y dominar, cuanto menos, las cañerías y tuercas del castellano elemental. Lo contrario, ir por el mundo vendiendo idioma sin manejar las cuatro reglas lingüísticas es tanto como dedicarse a exportar tomates podridos, una praxis que canta demasiado y que no hace otra cosa que hundir todavía más la marca España.
Cantó y el trumpismo
Así las cosas, lo primero que debe hacer Cantó es dejarse por unos días el manual trumpista que tiene en la mesita de noche, y que no lleva a nada bueno, y recuperar la ortografía, la puntuación y la sintaxis, materias más provechosas y útiles para el cargo que va a desempeñar. En resumen, más cuadernillo Rubio y menos retórica fácil y estéril. Es obvio que el hombre es experto en hacer puntos cuando llega a un partido nuevo; ahora tendrá que aprender a poner los puntos y las comas. Qué menos cuando se trata de limpiar, fijar y dar esplendor al español. A Cantó no se le pide que se empape de la gramática de Nebrija (si lo hiciera sería Manuel Seco y está claro que no lo es) pero sí debería exigírsele al menos que no se convierta en un matón de la ortografía, en un anarquista de la lengua, en un antisistema o prófugo de la cultura.
Todo apunta a que el curso acelerado de corrección estilística que precisa con urgencia va a salirle muy caro a los madrileños, tanto como 75.000 euros de vellón, que es lo que se va a llevar muerto este personaje con la tontería de la oficina. Pero más allá de la preparación del candidato para el puesto, conviene subrayar la gran impostura de un partido como el PP casadista que se pasa el día criticando los chiringuitos socialistas mientras va creando los suyos propios para colocar a sus amigos, correveidiles y estómagos agradecidos. No hace mucho, antes de fichar por el partido de la gaviota, Toni Cantó sentenciaba: “Temblad enchufados del PP y del tripartito valenciano. Llega la ley anti-enchufes de Ciudadanos”. Y en otra ocasión, en pleno fragor parlamentario en Las Corts, llegó a asegurar sobre el idioma valenciano: “La lengua no solo la imponen, sino que termina siempre mostrándose como un chiringuito más. Aquí hay unos señores que en nombre de la lengua se enriquecen”. Este histrión no sabrá recitar a Shakespeare (quizá por eso abandonó el teatro convencional para dedicarse al teatro de la política) pero como comediógrafo no tiene precio.
Está claro que, una vez más, nos encontramos ante un evidente ejercicio de hipocresía política. El chiringuito es nefasto para el país cuando lo montan otros, pero cuando el quiosco es nuestro ancha es Castilla y a hacer caja. Ahora bien, ¿acaso todo lo que hemos visto durante estos años, la trama Gürtel, la Púnica, la operación Lezo, no eran sino gigantescos y descomunales chiringuitos? ¿No es España un extenso chiringuito regentado por unos embaucadores y falsos muñecos que se lo llevan crudo, como los entrullados Rockefeller, Monchito y Macario de José Luis Moreno? ¿No será el Partido Popular el más portentoso y formidable chiringuito que se haya inventado jamás en este país? Ni el bailongo Georgie Dann,en sus mejores tiempos del pelotazo musical del verano, hubiese sido capaz de imaginar un chiringuito tan productivo como el que algunos han levantado en la sucia y contaminada playa de Génova 13.