Que el mejor amigo de Santiago Abascal en la escena europea, Viktor Orbán, sea un auténtico traidor a la causa europea, por no decir otras cosas, da la talla de la vileza moral y ética del máximo líder ultra español. Confraternizar con un traidor como Orbán, aliado incondicional de Putin en la guerra contra Ucrania e incapaz de condenar los bombardeos contra civiles en Ucrania repugna y da cuenta la talla política de estos dos personales, el tándem nada humorístico conformado por Abascal y la tipo de Budapest.
El presidente húngaro es el máximo defensor del presidente ruso, Vladimir Putin, en la escena europea y se ha mostrado como la nota discordante dentro de la Unión Europea (UE), bien sea para aplicar sanciones, apoyar medidas para favorecer a Ucrania en su guerra y para denunciar los peores crímenes de guerra cometidos por los rusos en Ucrania. Hungría es hoy sinónimo de traición, colaboracionismo con los criminales rusos que operan en Ucrania -muchos ya están procesados por la CPI, Putin incluido- e insolidaridad con los países amenazados por Rusia, como los bálticos -Lituania, Letonia y Estonia-, Polonia, Finlandia y Moldavia.
La guerra de Ucrania, al menos, ha servido para discernir claramente quiénes son los amigos de Europa y quiénes sus enemigos. Orbán es un enemigo declarado de la Europa libre, democrática, plural y abierta. La causa ucraniana no concierne solamente a Ucrania, como piensan esos “fontaneros” de Vox que estuvieron dando vueltas sobre si condenar o no la agresión rusa durante horas ( según fuentes, Buxade estuvo tentado incluso se apoyar a Rusia), sino que en ella se juega el futuro de todos los europeos para las próximas décadas. Si cae Ucrania, y se ve sumida en los pantanos totalitarios del autócrata de Moscú, en un futuro no muy lejano caerá también Europa y nos enfrentaremos a un mundo caótico, sin valores ni principios y donde solamente tendrá legitimidad la Ley de la Fuerza.
El enemigo está dentro
El problema de Europa no es que tenga un enemigo como Rusia de frente, tal como han señalado muchos dentro del continente y aledaños, sino que tenemos al enemigo dentro, a muchos que no quieren condenar a Moscú porque en el fondo anhelan crear una suerte de sistema político parecido al ruso en los países occidentales y porque ven en Putin una suerte de macho alfa insensible a la muerte de miles civiles en sus indiscriminados bombardeos. Un hombre sin piedad, un criminal, ese es su modelo de quien debe de estar al frente de las democracias, para que haga y deshaga a su antojo sin que nadie les moleste. Qué miserables.
Sin embargo, a pesar de tantas contrariedades, en esta época de felonía no vienen buenos tiempos para esta pandilla de traidores. Al final, como pasó en 1989 y cayó el Muro de Berlín, existe la esperanza de que vencerá la verdad y la libertad frente a la fuerza bruta. Nadie esperaba en noviembre de 1989 en que, en apenas unas semanas, uno tras otro fueron cayendo todos los regímenes de la Europa comunista y que ese submundo sumido en las tinieblas pasará del totalitarismo a la democracia.
Muy pronto, Donald Trump, que ha forzado a los europeos a aceptar el diálogo con Putin, comprenderá que el comodín que él pensaba que le llevaría a lograr la paz con Rusia, en “veinticuatro horas”, como aseguraba en la campaña electoral, es realmente el principal escollo para lograrla. Entre el cielo y la tierra, no hay nada en este mundo que no se acabe conociendo. La traición de Budapest, tal como ocurrió en Munich en 1938, cuando Francia y el Reino Unido entregaron en bandeja a Checoslovaquia a Hitler para calmar sus ansias expansionistas y supuestamente evitar una guerra, no evitará que al final Europa tenga que enfrentarse con el mayor peligro desde la Segunda Guerra Mundial, La Rusia de Putin. ¿Estarán los Estados Unidos con la democracia o serán capaces de abandonarnos en aras de mantener el equilibrio estratégico con Rusia? Por lo pronto, la sombra de la traición de Budapest llena de zozobra y congoja, pues ya sabe que el enemigo está en casa, dentro.