Durante décadas, el dólar estadounidense ha sido mucho más que la moneda nacional de Estados Unidos: ha sido el símbolo de confianza global, el refugio seguro al que acudían inversores y gobiernos en tiempos de crisis, volatilidad o incertidumbre. Esa condición le dio a Estados Unidos un privilegio sin precedentes: la capacidad de financiarse indefinidamente, con tasas bajas y una demanda asegurada de su deuda y su moneda. Pero ese escenario está cambiando, y el cambio es más político que técnico.
Hoy, bajo el mandato de Donald Trump, nuevamente en la presidencia, la economía estadounidense vive un momento de transformación profunda. Trump ha retomado su agenda de proteccionismo económico, ha reinstalado políticas arancelarias agresivas y ha endurecido aún más la postura hacia China y otras potencias emergentes. Su visión de “America First” no solo busca reforzar la producción nacional, sino que también cuestiona abiertamente los fundamentos del sistema económico global construido tras la Segunda Guerra Mundial, en el que el dólar juega un papel central.
Trump utiliza el sistema financiero internacional como un instrumento directo de presión política. Bajo su liderazgo, las sanciones económicas se han intensificado, afectando a una larga lista de países que ahora buscan alternativas al dólar para evitar futuras represalias. La creciente utilización del dólar como arma ha erosionado su imagen como activo neutral y confiable, lo que ha empujado a varias economías a acelerar sus planes de desdolarización. Rusia y China comercian crecientemente en rublos y yuanes, los BRICS avanzan en sistemas de pagos paralelos, y muchas naciones del Sur Global están comenzando a replantearse su dependencia del billete verde.
Al mismo tiempo, la imagen interna de Estados Unidos tampoco ayuda a sostener la credibilidad global de su moneda. Las tensiones políticas, los déficits fiscales crecientes y la constante amenaza de cierres de gobierno por disputas partidarias refuerzan la percepción de que la economía más poderosa del mundo ya no es tan estable como antes. Trump ha promovido un discurso confrontativo y muchas veces imprevisible, lo que genera dudas en los mercados internacionales sobre la capacidad de EE. UU. para ofrecer seguridad jurídica y previsibilidad a largo plazo.
Este escenario tiene consecuencias directas. Si el dólar deja de ser considerado el refugio natural en tiempos de incertidumbre, la deuda estadounidense se vuelve más difícil y costosa de colocar, y el gobierno se verá forzado a subir los intereses que paga a inversores. Eso puede impactar directamente en el presupuesto público, encarecer el crédito dentro del país, y generar un círculo vicioso de menor crecimiento y mayor presión fiscal. Además, un dólar menos demandado a nivel global podría perder valor de forma estructural, lo que dispararía los precios de las importaciones y aumentaría la inflación doméstica.
En paralelo, se debilita el poder geopolítico de Estados Unidos. Gran parte de su capacidad de influencia internacional ha dependido del rol del dólar como moneda dominante. Si esa posición se desvanece, también se diluye la efectividad de sus sanciones y su capacidad de controlar las reglas del juego financiero global. Trump, sin embargo, no parece preocupado por ese equilibrio. Su enfoque de confrontación y unilateralismo lo lleva a privilegiar objetivos inmediatos —como proteger ciertos sectores industriales o castigar a rivales— sobre la estabilidad del sistema internacional.
No hay una moneda que pueda reemplazar al dólar de manera inmediata. El euro enfrenta debilidades políticas, el yuan está atado a un sistema autoritario con férreo control de capitales, y las criptomonedas aún no ofrecen la estabilidad necesaria para operar a gran escala. Pero el proceso de fragmentación está en marcha. Y la confianza, una vez dañada, no se recupera fácilmente. El mundo se adapta, crea nuevas rutas, nuevos acuerdos, y explora un orden financiero menos dependiente de una sola moneda.
Trump no ha creado esta tendencia, pero sí la ha acelerado. Al desafiar los fundamentos del orden económico global, al usar el dólar como herramienta de poder directo y al proyectar una imagen cada vez más inestable hacia fuera, está contribuyendo activamente a debilitar el rol que el dólar ha ocupado durante casi un siglo. Y si el dólar cae como refugio, lo que tambalea no es solo una moneda: es el corazón del modelo económico estadounidense.