A medida que se van conociendo las conversaciones entre el presidente norteamericano, Donald Trump, y el presidente ruso,Vladimir Putin, se va definiendo el proyecto de paz que anhela el inquilino del Kremlin para Ucrania. El mismo pasa, tal como se intuía sin ser unos grandes expertos en geoestrategia, por la anexión del 20% del territorio ucraniano conquistado a sangre y fuego en estos tres años de guerra, la no inclusión de Ucrania en la OTAN -otro de los objetivos de Putin en esta contienda- y por la desmilitarización de este país, algo que se da por hecho si llegan las famosas tropas europeas y se crea un “área de seguridad” entre Rusia y el país mancillado.
Trump, que puso todas sus cartas sobre la mesa antes de entrar a negociar con Moscú. está dispuesto a sacrificar a Ucrania, tal como se ha visto, con tal de aplacar las ansias imperiales de Putin, en un juego peligroso e impredecible. Habiendo abandonado a sus socios europeos, a los que no quiere dar lugar en la mesa de negociaciones con Rusia para así dar rienda suelta a sus primitivos instintos, el inquilino de la Casa Blanca, flanqueado por sus dos fieles y obedientes cipayos, J.D.Vance y Marco Rubio, está dispuesto a imponer la pax americana en Ucrania aún a coste de abandonar todos los principios morales y éticos que rigieron los destinos de los Estados Unidos desde 1945 hasta ahora. Lejos quedan los tiempos en que los Estados Unidos abanderaron el mundo libre y, codo a codo con los europeos, derrotaron al comunismo.
Rusia seguirá desestabilizando a sus vecinos
Sin embargo, que nadie piense que este incierto proceso de paz que ahora avanza a trompicones y siempre sujeto a los deseos y movimientos tramposos de Putin va a ser el comienzo de una nueva era de paz, seguridad y estabilidad en Europa. Nada de eso. Rusia seguirá desestabilizando a sus vecinos, como hace ahora con Finlandia y Polonia, alentando la inmigración ilegal hacia ambos, y no oculta sus intenciones provocadoras con los países bálticos -Letonia, Lituania y Estonia- y Moldavia. Además, ya sin el paraguas protector de una OTAN que está en sus horas más críticas ante las amenazas de Trump y su consejero abúlico, Elon Musk, de abandonar esta organización político-militar, el continente queda desprotegido. El atlantismo, que había dado seguridad y garantizado un cierto orden internacional durante 85 años, ha saltado en pedazos y hoy es un concepto casi caducado.
Mientras Rusia gana tiempo, territorios y ataca indiscriminadamente a Ucrania, los ucranianos asisten atónitos a cómo sus supuestos defensores de ayer, como los Estados Unidos, ahora participan con ahínco en el desguace de su país, tratando incluso de que les entreguen sus centrales nucleares a los norteamericanos, una exigencia que ya en Kiev ha provocado lógico malestar y el rechazo de algunos. Pero, desgraciadamente, en esta nueva era del apaciguamiento frente al atacante, el presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, tiene poco margen de maniobra y sabe que sin la ayuda norteamericana su capacidad de resistencia sería todavía menor que la actual.
Atrapados en un dilema moral, entre aceptar las condiciones de una paz injusta o continuar una guerra cada vez más difícil de ganar, los ucranianos saben que ya han sido condenados por el nuevo orden mundial a hacer grandes sacrificios en aras de esta pax americana que avanza de una forma vergonzante. Lo que está por ver si, en esta elección entre el deshonor o la guerra, Trump que ha ahora ha elegido el deshonor no acabará teniendo, en un plazo no tan largo como él espera, también la guerra, parafraseando al genial Winston Churchill.