Visité Nagorno Karabaj, la “República de Artsaj”, como la llamaban los armenios, en el 2015, y era un país que luchaba por su supervivencia con uñas y dientes. Los armenios, que han sufrido en sus carnes uno de los genocidios más brutales a manos de los turcos, entre 1915 y 1923, saben que solamente garantizando la existencia de un verdadero Estado armenio podrán evitar la violencia y el exterminio a manos de sus vecinos, algo que ya ha ocurrido varias veces en su dramática historia.
Sin embargo, al perder la guerra del año 2020 a manos de sus enemigos azeríes, la suerte de los armenios de Nagorno Karabaj estaba echada. Abandonados por todos, incluidos sus supuestos aliados rusos y franceses, el reconocimiento por parte del primer ministro de Armenia, Nikol Pashinián, de la soberanía territorial de Azerbaiyán sobre este pequeño enclave fue el pistoletazo de salida para la agresión azerí del pasado 19 de septiembre, en que hubo más de dos centenares de fallecidos y casi cuatrocientos heridos.
La derrota de los armenios fue total y tuvieron que aceptar un alto el fuego impuesto por Moscú. Rusia, que en estos años abandonó a su suerte a los armenios después de sufrir el implacable bloqueo del enclave por parte de Azerbaiyán, tampoco iba a mover un dedo en esta hora fatídica para Nagorno Karabaj.
Armenia, por su parte, aceptó la derrota, retiró sus fuerzas militares del enclave y dejó a la intemperie de la historia a estos 130.000 armenios que, exhaustos, derrotados y hambrientos, no podían hacer nada frente a un enemigo superior en hombres, armas y apoyos internacionales. Nagorno Karabaj ha muerto para siempre y solamente perdurará su recuerdo que, con el paso del tiempo, se irá diluyendo como un azucarrillo en un café armenio bien caliente.