“Hasta el ser más abyecto es capaz de reír y acariciar a los niños”

11 de Marzo de 2023
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JAVIER MÁRQUEZ SÁNCHEZ

Javier Márquez Sánchez (Sevilla, 1978) es como Arthur Dooley Wilson, aquel mítico Sam de Casablanca. Todo lo que toca lo toca bien o incluso de forma excelente. Periodista, novelista, ensayista, divulgador cultural, cinéfilo empedernido, editor, guionista… Pero si de tocar el tema de la mafia se trata, muy pocos como él para deleitarnos con un libro que se degusta página a página, curiosidad tras curiosidad. Como él mismo asegura, “algo tienen los chicos malos de la Cosa Nostra que nos fascina. Que son unos criminales violentos y sanguinarios, seguro. Pero también son James Cagney, Al Pacino, Ray Liotta y Robert De Niro”. Poco más que añadir. Sí, que no se pierdan Uno de los vuestros (Muddy Waters Books), o lo acabarán pagando muy caro. No hará falta que tengan que acabar durmiendo con los peces.

Qué duda cabe que al mafioso le gusta el lujo y el buen yantar. Sin ir más lejos así ha quedado demostrado tras la detención del capo de la Cosa Nostra en Sicilia, Matteo Messina Jenaro. En este sentido, el cine no ha exagerado un ápice la cruda realidad, ¿no es así?

Al mafioso italoamericano le gusta un buen banquete igual que a un carpintero, un abogado, un zapatero o un cantante de origen similar. Hablamos de una cultura mediterránea, cuyas raíces perduran al emigrar a Estados Unidos, y como la española, supone una forma de vida ligada al placer por la vida, por las raíces, por la familia, por la celebración. Lo que ocurre es que, de forma ilícita, el mafioso tiene más fondos frente al zapatero para organizar un buen festín.

“Los mayores monstruos son creados, a veces, por las propias leyes”

El cine, a lo largo de las décadas, y aún hoy actualmente a través de series televisivas, siempre ha edulcorado el terrible universo de la mafia con un halo de cierto misticismo. ¿Por qué?

Yo no diría que lo ha edulcorado, aunque sí mitificado. El Padrino, Uno de los nuestros o Los Soprano muestran a unos protagonistas despiadados, mentirosos, maltratadores… no maquillan esa realidad. Es el espectador el que se siente fascinado por esa imagen, que no es la del mafioso siciliano pero sí la del italoamericano. El salvaje Totò Riina, capo del clan de los Corleonesi y matarife del juez Falcone, tenía pinta de pastor, con aspecto descuidado y modos rudos. Charlie Lucky Luciano o John Gotti, por el contrario, parecían triunfadores hombres de negocios, con trajes de mil dólares, siempre sonriendo y amigos de grandes estrellas del espectáculo. Ese tipo de criminal del nuevo mundo ofrece esa cierta imagen de triunfador “a pesar del sistema” que resulta demasiado irresistible. Por eso suele decirse que el mafioso italoamericano representa el lado oscuro del sueño americano, el triunfador a cualquier precio. Y esa posibilidad resulta demasiada tentadora.

¿Por qué El Padrino, Los Soprano y Uno de los nuestros se pueden considerar la ‘santa trinidad’ del universo mafioso a todos los niveles?

Porque en ellas se reúne todo lo que me gusta llamar el “conocimiento mafioso”. Si le pedimos a cualquier humorista que haga la parodia de un mafioso, seguro al cien por cien que cogerá referencias de una o incluso de estas tres obras. Pensemos en la música que relacionamos con la Mafia, en la gastronomía, en la forma de vestir, de hablar, en las grandes frases o los peores crímenes… Es casi seguro que la mayoría de las referencias nos vendrán de alguna de estas tres obras, magistrales, por otro lado, desde la perspectiva artística.

“De forma ilícita, el mafioso tiene más fondos frente al zapatero para organizar un buen festín”

¿Dónde cree que divergen más cine y realidad cuando el séptimo arte aborda tema de la mafia?

Diría que en la sociopatía, aunque Los Soprano vino asolucionar en buena medida esta cuestión. Se nos presenta a Tony Soprano como un hombre amante de su familia, de sus amigos, con férreos principios… hasta que se ve impelido a romperlos, y en ese caso es capaz de mentir a su esposa, a sus hijos… Pero no nos engañemos al pensar que los mafiosos son unos tipos que andan todo el día cuchillo en boca. Si se les pintara como seres crueles con todo el mundo y sin sentimiento ni principios, sería tan peligroso como lo es banalizarlos. Hasta el ser más abyecto que podamos escoger –suele citarse a Hitler en este tipo de ejemplos– era capaz de reír y acariciar a los niños. Caer en “endemoniar” siempre es peligroso, porque nos impide ver con claridad las raíces y aristas de ese enemigo. Ese, por ejemplo, ha sido el mal endémico de la izquierda frente a la ultraderecha: Vox no come niños, pero podría arrebatarles el pan si los que pueden impedirlo no dejan de jugar a indios y vaqueros.

Se cumple medio siglo de El Padrino. ¿Volverá a crearse una obra de ficción, ya sea en cine, televisión o literatura, que supere esta creación mítica de referencia universal?

Es difícil, por una cuestión muy sencilla: jamás se había rodado una película sobre la Mafia que no fuera una obra de gánsteres de la Ley Seca (maravillosas, por otro lado), como las de James Cagney o Edward G. Robinson en los años 30. Antes de la obra maestra de Coppola solo cabe citar Brotherhood (Martin Ritt, 1968), traducida aquí a veces como Los hermanos sicilianos y a veces, sencillamente, como Mafia, que cuenta con escenas que son inspiración directa para la primera entrega de El Padrino, reconocido por el propio Coppola. Ante esa falta de referentes, es lógico el fenómeno que supuso esta película, que abordaba, además, un tema que todos conocían, pero del que apenas se hablaba. Y un paso más allá, fue una película muy importante para la comunidad italoamericana. Algunos se movilizaron porque pensaban que les criminalizaba, pero lo cierto es que El Padrino, al reflejar por primera vez con tanto respeto y conocimiento las tradiciones y costumbres de este colectivo, ayudó a reforzar el orgullo racial de esta comunidad. La locura por la saga llegó al extremo de que James Caan, nacido en El Bronx e hijo de inmigrantes judíos alemanes, fue declarado en tres ocasiones Italoamericano del Año, en virtud del cariño popular por su personaje en la saga de los Corleone.

La mafia también lleva asociada su banda sonora particular, e incluso a cantantes universales profundamente vinculados a ella, sin ir más lejos el mítico Frank Sinatra. ¿Ha sido esta su particular ‘community manager’ en las últimas décadas a través del cine y la televisión?

Aquí sí que nos enfrentamos a uno de los mayores tópicos del cine de la Mafia. Si en una película suena Dean Martin, amigo, ya pueden salir tipos a caballo persiguiendo a indios, que el espectador medio va a estar esperando que aparezca un hampón por algún lado. El propio Tony Bennett, que siempre se mantuvo apartado de la Cosa Nostra, bromeó sobre el tema en Una terapia peligrosa (Harold Ramis, 1999), con una aparición final que subrayaba esa relación del crimen organizado con los legendarios cantantes italoamericanos. Lo de Sinatra, nunca mejor dicho, es otro cantar. Algunos de los amigos más cercanos de La Voz eran conocidos jefes mafiosos, y eso le llevó a verse implicado en algunas “maniobras” que le acabarían pasando factura, como convertirse, junto a Dean Martin, en atracción principal de un local de moda que era, en realidad, una tapadera de la Mafia de Chicago para blanquear dinero y que se incendió “accidentalmente” poco tiempo después de la inauguración.

“Caer en ‘endemoniar’ siempre es peligroso, porque nos impide ver con claridad las raíces y aristas de ese enemigo”

En su libro dedica un amplio apartado a la mafia 2.0 del siglo veintiuno actual. ¿Hacia dónde va? ¿Tiene los días contados o todo lo contrario?

¿Tienen los días contados la distribución de carne? ¿La limpieza de los cristales de los rascacielos? ¿La gestión de residuos? ¿La construcción? Al menos en la ciudad de Nueva York, la Mafia controla total o parcialmente esos negocios. No son ilegales ni los ejerce de manera ilícita, por supuesto, el problema es cómo ha obtenido esas contratas y permisos, ¡ahí está la clave! Ya en los días de Vito Genovese y sobre todo Carlo Gambino, la Cosa Nostra aprendió que, si bien los negocios ilegales ofrecían grandes beneficios, no había mejor chanchullo que entrar en empresas legales –a cualquier precio, eso sí– porque así su dinero sería “limpio” y no podrían actuar contra ellos. A cambio, habría que mantener contenta a la autoridad política de turno y a raya a la competencia. En el caso de Italia, aunque la lucha contra la Mafia ha ido cada vez a más desde la movilización popular que provocaron los asesinatos de los jueces Falcone y Borselino, en 1992, la lucha sigue siendo aún tan dura como difícil, al mantenerse demasiado ligada a los poderes fácticos.

Su libro no es ambicioso en absoluto, no pretende ser el libro de referencia total para sumergirse en este atractivo mundo. De hecho, hay cientos, miles de títulos que optan a este podio. Pero, en cambio, lo tiene todo para ser completamente diferente al resto y ofrecer al lector la posibilidad de disfrutar a cada instante de la mafia y todo lo que la rodea con mil y un detalles, mil y un datos, mil y una anécdotas. ¿Pura pasión o muchísimas noches de sueño perdidas?

¡Ambas cosas! Me apasiona la historia de la Mafia real, tanto en Estados Unidos como en Italia, por todo lo que uno puede aprender sobre la corrupción del poder y sobre cómo los mayores monstruos son creados, a veces, por las propias leyes (la Ley Seca, por ejemplo, aupó al poder a la Mafia en EE UU). Por otro lado, el cine del género me fascina, con esa manera de combinar las raíces italianas, tan cercanas a las nuestras, y la crónica criminal. Me faltaba un libro que aunara ambas cosas, y así, me planteé crear una suerte de manual sociocultural sobre la Cosa Nostra. Eso sí, siempre con el mayor respeto y sin banalizar. Por eso decidí dedicar el capítulo final a algunos de los grandes “cruzados” contra el crimen organizado. Pero sí, ha sido mucha dedicación. Y no exenta de consecuencias: mi hija de tres años prefiere ver tutoriales de cocineros italianos a dibujos animados, y es una ayudante de lujo a la hora de preparar pizza los viernes por la noche.

Si tuviera que irse a una isla desierta con un mafioso y pasar allí una temporadita, ¿se atreve a elegir uno?

Creo que me iría con Johnny Roselli, alias Johnny El Guapo. Fue el hombre clave de Chicago en Hollywood durante los cincuenta y se codeaba con todas las estrellas, pero es que, además, entre 1954 y 1965 fue el enlace entre la CIA y la Mafia en innumerables operaciones conjuntas. El cantante Dean Martin decía que era el único mafioso con el que le gustaba pasar el rato porque podían quedar en la barra del bar del hotel Sands para tomar algo y apurar varios Dry Martini a lo largo de un par de horas sin apenas intercambiar palabra. “Watson, posee usted el don inapreciable de saber guardar silencio”, decía Sherlock Holmes. Yo también aprecio esa virtud.

¿Qué menú le prepararía y con qué música de fondo?

Creo que le ofrecería una buena selección de antipasti, incluyendo un pan de ajo que preparo combinando las bases italoamericanas con algunos ecos de nuestra Andalucía, y luego, ya que andamos en una isla, unos espaguetis con un surtido de frutos del mar (almejas, gambas, mejillones…), regados con un buen vino blanco, con cuerpo, del que confiemos que el avión siniestrado nos haya dejado unas cuantas cajas de recuerdo. Ah, y de postre, mejor que cannoli, un tiramisú que preparo que me tiene en busca y captura.

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