En un contexto europeo marcado por el estancamiento económico y la incertidumbre, España emerge como una excepción alentadora. Según un reciente análisis del influyente semanario británico The Economist, el país ibérico se ha consolidado como una de las economías más dinámicas de la eurozona, superando con creces a potencias tradicionales como Alemania o Francia. Esta tendencia positiva, lejos de ser fruto del azar, se sustenta en factores estructurales concretos que han generado un entorno empresarial y social notablemente más favorable que en el resto del continente.
El primer gran motor de este auge económico es el acceso a energía barata, resultado de una transformación silenciosa pero profunda del modelo energético nacional. Hace apenas dos décadas, España dependía de las importaciones para cubrir la mitad de su demanda eléctrica. Hoy, en cambio, ha logrado una notable autosuficiencia energética gracias a su apuesta decidida por las fuentes renovables, como la solar, la eólica y la hidroeléctrica. Esta transición no solo ha reducido costes, sino que ha situado a España como referente en sostenibilidad dentro de Europa, con precios de electricidad cercanos a los de Estados Unidos, un factor clave para la competitividad industrial.
El segundo factor señalado es la inmigración, que ha contribuido de manera significativa al dinamismo del mercado laboral español. A diferencia de otros países europeos, donde la llegada de trabajadores extranjeros ha generado tensiones sociales y políticas, en España la integración ha sido relativamente fluida. Esto se explica, según The Economist, por la proximidad cultural y lingüística de muchos inmigrantes, lo que ha facilitado su incorporación tanto al tejido productivo como al entorno social. En los últimos seis años, la fuerza laboral extranjera ha crecido en más de un millón de personas, impulsando el consumo interno y rejuveneciendo una demografía en proceso de envejecimiento.
Este fenómeno ha dado lugar a una atmósfera de optimismo económico, particularmente palpable en Madrid, en contraste con la ansiedad que predomina en otras capitales europeas. Este dinamismo se refleja también en cifras concretas: un crecimiento del PIB del 3,2% en 2024, frente a una media de la eurozona casi cuatro veces inferior; un récord histórico de 94 millones de turistas recibidos; y una subida del 14,8% del IBEX 35, situándolo entre los índices bursátiles más rentables del continente.
Sin embargo, el artículo de The Economist no cae en el triunfalismo. Advierte de retos estructurales pendientes, como la presión sobre el mercado inmobiliario derivada del aumento poblacional, que ha provocado un desajuste entre oferta y demanda de vivienda. Las recientes movilizaciones ciudadanas en Madrid y otras ciudades españolas lo ilustran con claridad. Asimismo, se subraya la fragilidad del actual gobierno de coalición, cuya inestabilidad dificulta la aprobación de reformas clave para potenciar la inversión y la productividad.
En resumen, España ha logrado destacarse en el entorno europeo gracias a decisiones estratégicas en materia energética y una gestión pragmática de la inmigración, lo que ha proporcionado una base sólida para su crecimiento. Pero el mantenimiento de esta senda exige reformas profundas y sostenidas, especialmente en materia de vivienda, innovación y competitividad empresarial. El milagro español, si bien real, aún está lejos de consolidarse del todo.