Los misterios resultan atrayentes porque nos encanta descifrar sus claves, sin embargo, cuando lo desconocido se presenta en el día a día, nuestra respuesta es bien diferente.
La sensación de no saber qué pasará al instante siguiente, o el próximo mes, puede convertirse en fuente de sufrimiento y enfermedad si no la sabemos gestionar y es que, la incertidumbre, genera temor.
Hoy día, nos enfrentamos a temas descomunales que nos frustran y desbordan porque no los podemos controlar. Me refiero a cuestiones como el cambio climático, las tensiones geopolíticas o el avance de la inteligencia artificial con todos los debates éticos que plantea. Pero también esa falta de control se percibe en nuestras relaciones personales, laborales, en la situación económica e incluso en nosotros mismos, que sentimos que vivimos a merced de las circunstancias.
Y en medio de toda esa incertidumbre, una voz interior no deja de repetirnos: Debes tener certeza absoluta sobre lo que sucede en el futuro para poder estar tranquilo.
Se trata de nuestro yo diminuto saboteándonos desde dentro. No lo culpo, nuestros antepasados lograron sobrevivir en entornos hostiles gracias a las estrategias de previsión, anticipación y control de peligros; la incertidumbre era percibida como una amenaza y esta interpretación persiste en nosotros.
Cuando sentimos que no tenemos el control, desencadenamos ansiedad y estrés y, si la situación se prolonga en el tiempo, podemos ‘literalmente’ enfermar física, mental y socialmente mostrando irritabilidad, fatiga mental, insomnio, debilidad inmunológica, alteraciones gastrointestinales y cardiovasculares, dolores crónicos, cefaleas y conductas de evitación y escape como el consumo de drogas o un uso excesivo de videojuegos y redes sociales.
A pesar de todas estas consecuencias no resulta fácil ignorar mensajes que nuestro yo miedoso ha grabado en lo más profundo de nuestra psique: debes tener control absoluto del entorno, de las circunstancias, de las personas que te rodean y de ti mismo porque es así como asegurarás tu supervivencia.
Cuando sentimos que no tenemos el control, desencadenamos ansiedad y estrés y, si la situación se prolonga en el tiempo, podemos ‘literalmente’ enfermar física, mental y socialmente
Pero de lo único que podemos tener certeza es de que todo está en continuo cambio, y de que nuestro yo insignificante quiere, necesita controlarlo todo porque tiembla ante los imprevistos y no es capaz de aceptar que el cambio es el núcleo central de la experiencia humana y el universo, y no él.
En Occidente somos más vulnerables a la incertidumbre en comparación con otras sociedades como las orientales, que la aceptan y fluyen con el cambio de manera armoniosa. Nosotros, sin embargo, desde la revolución industrial, tenemos enraizada la idea de que podemos controlar nuestro entorno ya que la ciencia y la tecnología nos han dicho que todo puede explicarse, anticiparse y controlarse. Pero no es así.
Nuestro enfoque es erróneo, interpretamos lo imprevisto como un fallo o una amenaza en lugar de una oportunidad y, este error, nos acarrea graves consecuencias.
Aceptar la incertidumbre como una compañera de viaje sería un primer paso en la buena dirección para, a continuación, instar a nuestro yo vulnerable a repetir continuamente que puedes tolerar la incertidumbre, aunque sea incómoda y adaptarte a lo que venga. Así reprogramaríamos los mensajes dañinos que desde nuestro interior nos arruinan sin que nos demos cuenta.
Ese pequeño cambio en el discurso interno nos proporcionaría increíbles dividendos en términos de salud mental y armonía con el entorno. Estamos a tan solo una creencia de mejorar nuestra relación con la vida y una creencia no es más que un pensamiento que se repite una y otra vez.
Sería conveniente que nos centráramos en aquello que sí podemos controlar en lugar de tratar de controlar lo incontrolable.
¿Y qué podemos controlar? Hacia dónde dirigir nuestra atención. Este punto es crucial, a partir de ahora, lee con calma. Si pudieras elegir entre algo que no te gusta y te hace sentir mal o algo que te gusta, ¿tendrías alguna duda? La respuesta parece obvia: optarías por lo que te gusta. Entonces, ¿por qué te nutres de noticias negativas, de rumores en redes, de conversaciones cargadas de críticas, de relaciones tóxicas, de quejas…? Yo te lo diré, porque no realizas esa elección, simplemente reaccionas y te dejas llevar por la inercia o la costumbre. Toma el control. No es fácil, pero es posible.
Aquí tienes dos herramientas que pueden resultarte de utilidad:
1. Ayuno de incertidumbre: Identifica fuentes que generan incertidumbre: noticias alarmantes, redes sociales, personas negativas. Establece horarios limitados para exponerte a ellas (o elimínalas) y sustituye ese tiempo por actividades gratificantes como cocinar, pasear o leer. Verás cómo disminuye la ansiedad y aumenta la claridad mental.
2. Aquí y ahora: Dedica 15 minutos diarios a una actividad sensorial como tomar té, escuchar música o cuidar plantas. Hazlo con atención plena, observando los detalles (aromas, colores, sonidos). Esto reduce el ruido mental y las preocupaciones futuras.
La incertidumbre no es buena ni mala, lo que determinará su impacto en nuestra vida será cómo nos relacionemos con ella. Como dijo Heráclito (siglo VI a.C): 'Nada es permanente, excepto el cambio'. Reconocer esta verdad universal nos invita a fluir con las transformaciones inevitables y encontrar en ellas una oportunidad para crecer.
Próximo artículo: Crisis como semillas de oportunidad. Exploraremos cómo transformar situaciones de crisis en oportunidades para crecer.
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