Portugal ha sido testigo de un hito político sin precedentes. El partido ultraderechista Chega ha superado al Partido Socialista en el voto exterior y se ha consolidado como la segunda fuerza parlamentaria del país. Esta transformación política no constituye un fenómeno aislado. Se trata de una expresión más de un cambio global que impulsa a la extrema derecha a posiciones de poder, desafiando los fundamentos de las democracias liberales y reconfigurando el mapa político de Occidente.
La consolidación de Chega y el colapso del bipartidismo portugués
Con el 26,45 % del voto extranjero, Chega ha confirmado el avance anunciado la noche electoral. El sorpasso al Partido Socialista reordena el equilibrio de poder en el Parlamento y liquida medio siglo de hegemonía compartida entre conservadores y socialistas. El líder del partido, André Ventura, lo expresó sin ambages: "Nos liberamos de una atadura de 50 años".
Este resultado amplía la distancia entre el discurso institucional del centro político y un electorado cada vez más seducido por mensajes radicales. Ventura ha logrado captar ese malestar acumulado con una retórica contundente, directa y emocional, apelando a conceptos como "orden", "confrontación", "raíces" y "vigilancia". Chega, en apenas unos años, ha mutado de fenómeno marginal a columna vertebral de la nueva oposición portuguesa.
Los sondeos preveían una tercera posición, con un 19 % de los sufragios. La realidad electoral los superó con creces. La izquierda, desunida y en franco retroceso, apenas ha conseguido resistir. El Partido Socialista ha sido relegado al tercer lugar; el Bloco de Esquerda y el Partido Comunista se han visto reducidos a la mínima expresión parlamentaria. El candidato socialista, Pedro Nuno Santos, dimitió la misma noche electoral, asumiendo el golpe político.
El Parlamento surgido de estos comicios aparece profundamente fragmentado. Montenegro, líder de la conservadora Alianza Democrática, gobernará sin mayoría absoluta, rodeado de minorías dispares y bajo la presión de una extrema derecha fortalecida y legitimada en las urnas.
El auge global de la extrema derecha
Lo que ocurre en Portugal forma parte de un patrón político que se ha instalado en el siglo XXI. La extrema derecha ya gobierna o condiciona gobiernos en países tan dispares como Hungría, Italia, Polonia, Argentina, Brasil, Estados Unidos o Países Bajos. También se afianza en democracias consolidadas como Francia o Alemania.
Las causas del fenómeno son múltiples y estructurales. La primera es la desafección con la política tradicional. Décadas de promesas incumplidas, corrupción institucional y falta de respuesta ante las grandes crisis han generado un profundo descreimiento hacia los partidos convencionales. En ese vacío, la extrema derecha se presenta como alternativa radical al statu quo.
La crisis identitaria, alimentada por los efectos de la globalización, los flujos migratorios y la pérdida de certezas culturales, refuerza el atractivo de discursos nacionalistas, nativistas y excluyentes. Frente al cambio, se impone el relato del miedo. Frente a la complejidad, la simplificación. Frente al consenso democrático, la imposición de una verdad única.
La extrema derecha ha sabido aprovechar como ninguna otra corriente el potencial de las redes sociales. Gracias a los algoritmos, ha difundido mensajes virales, construyendo una identidad política emocional basada en la indignación y el resentimiento. La prensa tradicional, limitada por su lenguaje institucional, ha perdido la capacidad de contrarrestar ese empuje.
A todo ello se suma la fragmentación de los sistemas políticos. Las mayorías claras se han vuelto excepcionales. En este contexto, los partidos ultras crecen en influencia y se convierten en árbitros del poder. Aunque no siempre formen parte del Ejecutivo, condicionan la agenda, el discurso público y las prioridades parlamentarias.
Un nuevo equilibrio de fuerzas
El sistema democrático liberal, basado en el pluralismo, los derechos fundamentales y el consenso institucional, se enfrenta a su mayor desafío desde el final de la Segunda Guerra Mundial. La irrupción de la extrema derecha no solo altera las mayorías políticas; también transforma el lenguaje, la cultura política y la noción de legitimidad. El ascenso de Chega, como el de otras fuerzas similares en Europa y América, marca un nuevo tiempo. Un tiempo en el que el orden constitucional debe defenderse con firmeza y sin ambigüedades.
La izquierda y el centro deben reconstruir su legitimidad no solo con propuestas técnicas, sino también con una narrativa emocional, transformadora y firme. El terreno ganado por el extremismo no se recupera con tibieza ni con complacencia. El nuevo mapa político exige una respuesta estratégica, ética y urgente. Porque lo que está en juego no es únicamente el equilibrio de fuerzas parlamentarias, sino la esencia misma de la democracia moderna.