Javier Milei no dejó lugar a la ambigüedad: en Jerusalén, y ante un Benjamin Netanyahu cada vez más señalado como responsable de un genocidio en Gaza, el presidente argentino brindó un respaldo total e incondicional. “Si Israel gana, será una victoria para todo el mundo occidental”, proclamó. Lejos de la prudencia diplomática, Milei abrazó el relato del poder bélico israelí con fervor ideológico, convirtiéndose en cómplice político —y simbólico— de una maquinaria de muerte que ya ha segado decenas de miles de vidas palestinas.
Complicidad sin disimulo
En su encuentro con el primer ministro israelí, Milei elogió la “fortaleza” con la que Netanyahu conduce la guerra “en múltiples frentes”, ignorando deliberadamente las evidencias de masacres, desplazamientos forzados y destrucción sistemática que diversas organizaciones humanitarias, incluidas Naciones Unidas, califican ya de crímenes de guerra y potencial genocidio.
La oficina de Netanyahu agradeció el gesto argentino con palabras de propaganda compartida: “firme apoyo a la justicia de su causa”, declararon. La causa, en los hechos, es la aniquilación militar de Gaza, donde los bombardeos no distinguen entre objetivos de Hamás y hospitales, niños, periodistas o convoyes humanitarios.
Con esta declaración, Milei rompe el consenso internacional que exige un alto el fuego y una salida política al conflicto. En su lugar, invoca la lógica de una “victoria occidental”, trasladando al plano global una retórica bélica que resucita la guerra fría entre civilizaciones y blanquea la violencia como instrumento legítimo del poder.
Netanyahu, señalado por crímenes; Milei, su eco internacional
Mientras en La Haya el Tribunal Penal Internacional sopesa órdenes de arresto contra Netanyahu por su rol en el asedio de Gaza, el presidente argentino lo ensalza como referente y aliado estratégico. A cambio, Netanyahu elogió las reformas de mercado de Milei, en un gesto de mutua validación ideológica.
Ambos comparten algo más que una visión de mundo: comparten una narrativa de enemigos, un desprecio por los derechos humanos universales y una fe ciega en la fuerza como solución. En este contexto, la oración de Milei en el Muro de los Lamentos por los rehenes israelíes —legítimos motivos de dolor— contrasta con su completo silencio ante los más de 35.000 muertos palestinos, muchos de ellos mujeres y niños.
La postura de Milei no es solo política: es moralmente devastadora. No se trata de apoyar a un Estado aliado o de expresar solidaridad ante el terrorismo, sino de legitimar con entusiasmo una masacre en curso. Con su respaldo explícito, el presidente argentino pone el nombre de su país al servicio de un relato que justifica el exterminio como derecho de defensa.
No hay equidistancia posible: quien abraza a un genocida, se convierte en cómplice. La historia no olvidará ni las bombas que caen sobre Gaza ni las palabras que, desde Jerusalén, las bendicen.