Sigue abierta la gran incógnita que podría aclarar esa admiración que Donald Trump parece sentir por Vladímir Putin. ¿Trabajó el presidente norteamericano para la URSS, si no como agente o espía en nómina del KGB, sí al menos como norteamericano de especial interés, como un “activo” para el Kremlin del que obtener información sensible? Cada vez aparecen más indicios que van en esa línea.
Todo empezó cuando Alnur Mussayev, antiguo director del Servicio de Seguridad Nacional de Kazajistán (antigua república de la Unión Soviética), reconoció que su país reclutó a Trump como agente encubierto bajo el alias de Krasnov. Es cierto que hasta la fecha no ha aportado ningún tipo de prueba que respalde la insinuación, pero el hecho de que el testimonio provenga de un alto cargo le da interés a la información, aunque sea relativo. Mussayev ha reconocido que “nuestra Administración contrató a un hombre de negocios de cuarenta años, Donald Trump, bajo el seudónimo de Krasnov”. Luego, en un segundo post, el oficial kazajo añade que “el expediente de Krasnov fue retirado del FSB [los herederos del KGB] y que está siendo manejado de forma privada por una persona cercana a Putin”. Es decir, hubo papeles, documentación secreta y confidencial, sobre las andanzas de Trump en tierras comunistas.
De una forma o de otra, el rastro de Trump siempre apunta hacia Moscú, ya desde finales de los años ochenta, cuando el hoy presidente americano estrechó lazos comerciales con la entonces URSS y, probablemente, con sus servicios de inteligencia (el KGB, hoy FSB). Se sabe que Trump realizó un misterioso viaje a la capital rusa en 1987, fecha clave en toda esa historia. En su libro American Kompromat, el periodista Craig Unger afirma que el actual presidente yanqui fue reclutado por Moscú. Y cita como fuente al exagente del KGB Yuri Shvets, corresponsal de la agencia de noticias estatal TASS en Washington. Al parecer, Shvets contó a Unger que el espionaje soviético llegó a “tocar” o a tantear a Trump ya en aquella época. ¿Cómo de intenso llegó a ser aquel sondeo? Se desconoce, pero sin duda a Moscú le interesaba el personaje, no solo por su elevada posición económica y su excepcional agenda de contactos al más alto nivel, sino por sus inquietudes políticas autoritarias muy críticas con la democracia estadounidense. Era un valioso amigo, y así se le trató en el Gobierno ruso.
Siete años antes de aquel viaje, Trump inauguró su primer gran proyecto inmobiliario, el hotel Grand Hyatt de Nueva York, y es conocido que compró 200 televisores en la tienda de electrónica Joy-Lud, propiedad de un emigrante soviético. Shvets ha llegado a asegurar que aquel local no era más que una tapadera del KGB. Es muy probable que para entonces Trump ya estuviese en negocios con la Rusia comunista en calidad de “activo potencial”. Este término se utiliza en Inteligencia para referirse a una persona que podría ser útil para obtener información, influir en decisiones o ejecutar operaciones clandestinas. Los activos potenciales suelen tener habilidades, conocimientos, acceso o posiciones estratégicas que los convierten en objetivos valiosos para ser reclutados, persuadidos o incluso manipulados por agencias de espionaje. No son espías al uso, pero colaboran, son permeables, asequibles. Un “activo potencial” es alguien con acceso a información sensible, como funcionarios gubernamentales o empleados de empresas clave. También expertos o técnicos en un área determinada con conocimiento especializado en tecnología, armas o infraestructura crítica. Y, por supuesto, personas con conexiones estratégicas, como diplomáticos o líderes comunitarios, que pueden influir en decisiones políticas. Si el activo potencial es considerado interesante o aprovechable, puede pasar al siguiente escalón, el “activo reclutado”, es decir, alguien que colabora activamente (voluntaria o involuntariamente) con una agencia de inteligencia. ¿A cambio de qué? De dinero, de adjudicaciones o contratos, de negocios. De poder.
Trump era un activo potencial. Aquel famoso viaje del 87, Trump pudo entrar en contacto con el KGB. Curiosamente, a su regreso de la capital rusa, al magnate neoyorquino le dio por comprar espacio reservado para anuncios en tres importantes periódicos del país, a toda página, en los que criticaba la política exterior de Estados Unidos. La campaña le costó 94.801 dólares. Pero hay más. En su libro de 1987 El arte de los negocios, Trump habla de la posibilidad de construir un rascacielos con su nombre en Moscú similar al que ya posee en la Gran Manzana neoyorquina. “Anteriormente, Trump había sido carne de tabloide para la prensa estadounidense, pero cuando regresó de Rusia comenzó a retratarse a sí mismo como un experto analista de política exterior”, recuerda Unger. ¿Había sido reclutado? Los indicios hacen encajar el puzle.
La relación de Trump con Rusia viene de lejos. Y no fue superficial, sino al más alto nivel. Se relacionó con los jerarcas del Kremlin y, quizá, con Vladímir Putin. El hoy presidente ruso ingresó en el KGB en 1975. Es decir, llevaba doce años en el cuerpo cuando Trump viajó a Moscú. Según la biografía oficial de Putin, durante la caída del Muro de Berlín en 1989, quemó archivos y dosieres del espionaje soviético para hacer desaparecer las siniestras operaciones que durante décadas había llevado a cabo la Inteligencia bolchevique. Nunca se llegará a saber si en aquellos expedientes había alguna referencia a ese millonario de Florida simpatizante de los rusos. Más tarde, Putin dejó su puesto y regresó a Leningrado como oficial en la reserva. Allí trabajó en la sección de Asuntos Internacionales de la Universidad Estatal y se cuenta que también se dedicó a reclutar a nuevos soldados para el KGB. Finalmente, renunció con el rango de teniente coronel el 20 de agosto de 1991, en medio del intento de golpe de Estado contra el presidente Mijaíl Gorbachov. En aquella ocasión, dijo Putin: “Tan pronto como comenzó el golpe, inmediatamente decidí de qué lado estaba”. Nunca le gustó la perestroika, el proceso de reformas que condujeron a la liquidación del bloque soviético. ¿Eran confidentes ya entonces Putin y Trump? ¿Se conocían? ¿Trabajaron juntos e incluso en connivencia para reinstaurar régimenes autoritarios en el futuro? Demasiadas preguntas sin respuesta. Pero, estos días en que el orden mundial se desploma por la pinza Trumputin, conviene no olvidar la inquietante conexión Krasnov.