La nefasta injerencia española a lo largo de la historia de Venezuela

Desde hace décadas, los intereses de la diplomacia española no han hecho más que agravar los históricos problemas del país latinoamericano hoy sumido en una crisis profunda

12 de Enero de 2025
Actualizado el 13 de enero
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El choque entre la derecha española y Nicolás Maduro perjudica a Venezuela
El choque entre la derecha española y Nicolás Maduro perjudica a Venezuela

En el pasado, ya en tiempos de la Transición española, Venezuela dio lugar a dos prototípicos personajes de telenovela caribeña: Felipe y Carlos Andrés, marcados por una fraternal amistad. Nos estamos refiriendo, claro está, a Carlos Andrés Pérez, el presidente que sobreviviría a dos intentos de golpe de Estado de Hugo Chávez, y al expresidente español Felipe González, que unieron sus destinos políticos y personales y de paso los de ambos países. Eran los tiempos en que CAP, vicepresidente de la Internacional Socialista, quiso dar un empujón a sus amigos españoles aún en la clandestinidad. Era tan estrecha la relación que se dice que Pérez fue el verdadero padrino del líder del socialismo español. De hecho, ya muerto Franco, el dirigente venezolano puso a disposición de González su propio avión presidencial que llevaría a Isidoro en su vuelo de regreso a España. Desde entonces, las vidas de los dos protagonistas del culebrón siempre han ido paralelas, como diría Plutarco, plasmándose esa conexión afectiva en la política internacional coordinada entre Madrid y Caracas. Hubo importantes negocios bilaterales, relaciones comerciales, dinero que fluía profusamente de un lado a otro del charco. Incluso favores arriesgados, como cuando Venezuela aceptó acoger a un puñado de etarras a petición del propio Felipe, una vez fracasadas las conversaciones de Argel entre el Gobierno español y la banda terrorista (1989). Aquel trato se cerró con 3.000 millones de dólares concedidos por España al país hermano en concepto de “impulso al desarrollo”, aunque no faltaron voces que alertaron de que aquello no era más que el cheque de Moncloa en pago por haber acogido a los terroristas (y otras deudas pendientes).

Carlos Andrés Pérez fue presidente de Venezuela en dos mandatos, entre 1974 y 1979 (período conocido como “la Venezuela saudita” por la gran cantidad de negocios derivados del petróleo) y de 1989 a 1993 (otro tiempo oscuro marcado por las privatizaciones de empresas públicas como astilleros, cementeras, bancos, telefonía y líneas aéreas, así como escándalos de corrupción). En toda esa larga aventura, Felipe siempre estuvo al lado de su fiel amigo cada vez que Venezuela ardía por el malestar del pueblo y las asonadas militares. En febrero de 1989, el país reventó por enésima vez. Fue el “caracazo”, una serie de protestas ciudadanas contra las nefastas políticas del Gobierno que habían llevado a la ruina a las clases medias y bajas, entre ellas un incremento de la gasolina y del costo del transporte urbano. Pérez empleó al Ejército para tratar de contener la violencia y los saqueos. En su día, las cifras oficiales hablaron de 276 muertos y numerosos heridos, aunque la luctuosa lista seguramente fue más amplia (aún no se han aclarado turbios sucesos como el de las fosas comunes de La Peste, donde aparecieron 68 cuerpos sin identificar). Como tampoco se ha llegado a saber con exactitud el paradero de los más de 2.000 desaparecidos durante el “caracazo”. Hubiese estado bien que Pablo Motos, que acaba de llevar a Felipe González a su programa El Hormiguero, le hubiese preguntado por su amistad con Pérez y por aquel negro episodio de la historia de Venezuela, hasta ese momento el Estado más estable de América Latina.

Tras aquellos primeros vaivenes y tensiones políticas, el país se recuperó de la crisis gracias a la primera guerra del Golfo, cuando Venezuela logró aumentar su producción petrolífera, lo que llevó algo de alivio al pueblo y amainó la conflictividad social. Pero la calma fue solo un espejismo. Los desequilibrios eran tan fuertes que la situación desembocó en el golpe de Estado de 1992, cuando varios comandantes entre los que estaban Hugo Chávez se levantaron en armas contra el Gobierno democrático para instaurar un régimen de inspiración militar y marxista. Pérez logró escapar en automóvil y finalmente pudo sofocar la intentona. En aquellos días envió una afectuosa carta a su amigo socialista de España, en la que le agradeció sus palabras de apoyo y solidaridad en los momentos más difíciles. El dirigente latinoamericano mostró “la convicción democrática del pueblo venezolano” y le informó de que “sus Fuerzas Armadas permitieron derrotar la intentona golpista de un grupo civil y militar que pretendía derrocar el gobierno electo”.

Es cierto que, tras el “caracazo”, CAP se comprometió a frenar algunas de las medidas económicas que más daño estaban haciendo a los venezolanos, pero poco o nada cambió. De modo que tuvo que hacer frente a un segundo intento golpista en noviembre de ese mismo año. El levantamiento fue derrotado de nuevo, pero la imagen del presidente estaba ya por los suelos. En 1993, la Fiscalía le abrió causa por malversación de fondos públicos por el desvío de 250 millones de bolívares (17 millones de dólares de la época) a Nicaragua. Fue expulsado de Acción Democrática, el partido socialdemócrata venezolano, destituido de la Presidencia del Gobierno y condenado a 2 años y cuatro meses de arresto domiciliario. Seis años más tarde, la Corte Interamericana lo volvió a condenar por violaciones de los derechos humanos y ejecuciones extrajudiciales durante el “caracazo”.​ Podría decirse que aquello fue su GAL, tal como le ocurriría a su amigo español al otro lado del charco. En 1999, el teniente coronel paracaidista Hugo Chávez era elegido presidente de Venezuela con el 56,5 por ciento de los votos y la promesa de abrir un proceso constituyente que finalmente ha devenido en otra siniestra dictadura bananera. De una forma o de otra, el sueño de la revolución en tierras sudamericanas siempre acaba traicionado por quienes dicen defenderlo.

Felipe y Carlos Andrés (los dos primeros galanes del culebrón) se habían conocido de la mano del empresario Enrique Sarasola Lerchundi (vinculado al PSOE). Desde entonces, el felipismo siempre esgrimió un calculado equilibrio entre la política y las finanzas cuando se trataba de hablar de Venezuela. No en vano, el patriarca del PSOE se mantuvo más próximo a los sectores conservadores de aquel país que a la revolución chavista, de la que siempre ha renegado. Todavía colean los rumores de “la repentina fortuna amasada por el empresario venezolano Gustavo Cisneros en España en 1983, a raíz de la expropiación de Rumasa, de la que fue uno de los principales beneficiarios al adquirir Galerías Preciados. Una verdadera ganga de la que obtuvo más de 28.000 millones de pesetas en plusvalías”, publicó ABC. La nacionalización de Rumasa, el primer gran escollo de la época felipista que degeneró en auténtico escándalo, tuvo aspectos más bien oscuros (y no solo por aquel célebre puñetazo del dueño de la compañía expropiada, José María Ruiz-Mateos, al entonces ministro Miguel Boyer). El holding dio uno de aquellos pelotazos de la época, ya que Gustavo Cisneros (amigo de Felipe) compró Galerías por 1.500 millones de pesetas y a los tres años la revendió por casi treinta mil millones, según el citado medio. De nuevo, política y negocios con Venezuela como escenario perfecto. Además, el grupo empresarial colocó a María Antonieta Mendoza de López –madre del que más tarde sería líder de la oposición al chavismo, Leopoldo López–, como vicepresidenta de asuntos corporativos de la compañía. Leopoldo López sería perseguido por la Justicia bolivariana y, ya en pleno chavismo, permaneció bajo arresto domiciliario hasta el levantamiento popular contra Nicolás Maduro del 30 de abril de 2019, cuando fue liberado. Sin embargo, aquel golpe, como otros tantos, fracasó, y el disidente antichavista tuvo que refugiarse en la embajada de España en Caracas. Más tarde, escapó del país para viajar a Madrid en octubre de 2020.

Carlos Andrés Pérez falleció en un hospital de Miami (sus últimos años los vivió en un autoexilio dorado en República Dominicana) mientras que la historia de Felipe González la conocemos todos: entre puertas giratorias (Gas Natural con 128.000 euros de sueldo), rodeado de amigos potentados como el magnate Carlos Slim (el vigésimo hombre más rico del mundo), con un holgado patrimonio (vive con su pareja en una finca extremeña de notables dimensiones y dedicado a su taller de joyas que luego regala a sus amigos) y renegado de un PSOE sanchista, según él, demasiado podemizado. El socialismo (o mejor, la falsa apariencia del socialismo) había unido a ambos países. Unidos en la política y también en los negocios.

La ruptura del aznarismo y las “mediaciones” de Zapatero

El régimen bolivariano se consolidó definitivamente en 1999 con la llegada al poder de Hugo Chávez. Desde entonces, las relaciones bilaterales han estado sometidas a avatares de todo tipo, han permanecido congeladas o han empeorado notablemente. El 12 de abril de 2002, otro actor del culebrón, José María Aznar (este perfectamente metido en el papel del duro capataz del rancho venezolano) hizo un reconocimiento exprés del Gobierno de Pedro Carmona, el economista y empresario que se autoproclamó presidente durante 47 horas tras dar un golpe de Estado, el conocido como “carmonazo”. Una vez más, las élites conservadoras del país, que presentaron el suceso como un intento por rellenar el “vacío de poder” dejado por Chávez, trataban de dar un giro de timón o vuelco súbito a los destinos del país. Durante esas horas agónicas para Venezuela, Hugo Chávez perdió momentáneamente el mando y a Carmona le dio tiempo a derogar la Constitución de 1999 con las 49 leyes habilitantes de Chávez; a disolver los poderes públicos (entre ellos el Tribunal Supremo, la Fiscalía General, la Defensoría del Pueblo, el Consejo Nacional Electoral y la Asamblea Nacional); a cambiar el nombre del país; y a poner fin al convenio de cooperación con Cuba, mediante el cual Venezuela proporcionaba 55.000 barriles diarios de combustible a la isla para irritación de los estadounidenses.

La inmediata reacción en la calle de miles de simpatizantes restauró en el poder a Chávez. Carmona fue detenido por la policía militar, encarcelado y más tarde condenado a un arresto domiciliario, del que escapó para pedir asilo político en la embajada de Colombia. Ese fue el momento en que las relaciones entre España y Venezuela se degradaron a límites peligrosos, hasta el punto de que jamás han vuelto a gozar de una estabilidad normalizada, ya que a menudo han estado sujetas a las filias, fobias y convulsiones de sus dirigentes a uno y otro lado del Atlántico. Según el analista Malamud, “las cosas se torcieron definitivamente y nunca volvieron a la total normalidad”. El punto de inflexión fue aquel comunicado conjunto en que Aznar y George Bush fijaban posiciones sobre el “carmonazo”. “Los gobiernos de Estados Unidos y de España, en el marco de su diálogo político reforzado, siguen los acontecimientos que se desarrollan en Venezuela con gran interés y preocupación, y en contacto continuo”, decía la carta. Y ambos mandatarios, llamados a formar parte del tristemente célebre Trío de las Azores, añadieron: “Los dos gobiernos declaran su rechazo a los actos de violencia que han causado una cantidad de víctimas, expresan su pleno respaldo y solidaridad con el pueblo de Venezuela y su deseo de que la excepcional situación que experimenta el país conduzca en el plazo más breve a la normalización democrática plena”. El aznarismo había unido los destinos de España al eje atlántico anglosajón, dando la espalda a un país hermano.

Aquel comunicado para la historia fue una forma de acusar a Chávez de dictador, una declaración de guerra diplomática de facto. Tanto que fracturó en dos al mundo latinoamericano. Así, México y Chile impidieron que prosperaran iniciativas de Estados Unidos, España, Colombia y El Salvador para que tuviera éxito el golpe de Estado contra Chávez. El grado de participación de ciertos sectores conservadores de nuestro país en aquella operación nunca fue suficientemente aclarado, pero recuerda inevitablemente a otros episodios de movimientos subterráneos que se han producido recientemente en nuestros días, como la detención de los dos bilbaínos acusados de espionaje a manos de la policía de Maduro. Destacados dirigentes políticos hablaron abiertamente de injerencia de España en el “carmonazo” tras haber apoyado el golpismo, entre ellos el exsecretario de Relaciones Exteriores de México, Jorge Castañeda, quien denunció ante los medios de comunicación que “Colombia, España, Estados Unidos y El Salvador apoyaron el golpe del 11 de abril de 2002”. La denuncia fue respaldada por la exministra de Relaciones Exteriores de Chile, Soledad Alvear, aunque omitió dar nombres. El propio Hugo Chávez, ante la insistencia de los periodistas, confesó que en un primer momento había mantenido buenas relaciones con Aznar, hasta que el expresidente español “cambió y surgió el desencuentro”. El comandante en jefe terminó su alocución con una frase lapidaria para la posteridad: “Con Aznar no hubo ni química, ni física, ni matemática”.

Es evidente que las derechas de este país siempre han estado conspirando en la sombra para acabar con la revolución chavista. Hace solo unos días, el propio Aznar declaraba: “No estamos dispuestos a medir nuestras palabras y nuestros silencios cuando se trata de Venezuela”. El aznarismo no añadió más que recelo y desconfianza a las ya difíciles relaciones entre españoles y venezolanos, entre una potencia excolonizadora y su antigua colonia, no lo olvidemos. La actitud hostil del Partido Popular proporcionó la coartada perfecta para que primero Chávez y después Maduro desempolvaran la leyenda negra del conquistador español en tierras americanas. De cuando en cuando, ambos dictadores (a los que se han sumado otros líderes latinos) han ido promoviendo la imagen de un rey Felipe absolutista y colonizador que, aislado en su palacio real, no se ha enterado de que Venezuela es un país libre y soberano desde que el 5 de julio de 1811 se firmara el Acta de Independencia. La imagen de un rey déspota que humilla a los venezolanos ha sido utilizada –como agravio victimista y con cierto éxito por el odio antiespañol que ha removido en tierras americanas–, de forma reiterada por el régimen chavista.

Los amigos de los gringos

En esa caricatura tan exagerada como eficaz no han faltado los ataques violentos e insultos contra representantes de las derechas hispanas, a los que desde Caracas se tacha de “fascistas conspiradores amigos de los gringos”. Todo le vale a la autocracia venezolana para justificar la falta de democracia en el país, como cuando Maduro tachó de “asesino” a Aznar, culpándole de la muerte de un millón de iraquíes; o cuando el mismo líder venezolano llamó “racista” al presidente del Partido Popular y le reprochó “no querer ver cómo el colonialismo español masacró a millones de habitantes de los pueblos indígenas”; o cuando acusó a Felipe VI de tapar el genocidio tras el descubrimiento de América. En ese terreno del victimismo se siente cómodo el régimen chavista. Maduro puede presentarse como el heredero directo del libertador Bolívar, un indigenista en lucha secular contra los malvados imperialistas españoles (una patraña más, hace doscientos años que España ya no practica el colonialismo ni la esclavitud); o como el defensor de la libertad y el socialismo ante el avance imparable de la extrema derecha europea, mayormente en España, Italia y Alemania, tal como ocurrió en las primeras décadas del siglo XX (falso también, él suele comportarse como un dirigente autoritario, solo que del signo contrario); o como el hombre que se preocupa por los pobres y marginados frente al poder de las élites y las grandes multinacionales españolas (otra falacia, en Venezuela hace tiempo que se instaló una casta de burócratas que vive a cuerpo de rey mientras el pueblo pasa hambre o tiene que emigrar al extranjero en la diáspora más importante de este siglo, tal como ha denunciado Josep Borrell). Hace solo unos días, el discurso hostil de Maduro se ha reavivado al tachar de “partido franquista” al PP y de “falangista” a la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso.

Tras el Gobierno de Aznar irrumpió otro personaje en escena, José Luis Rodríguez Zapatero (el elegante conciliador de este inagotable culebrón), que intentó apostar por una política de distensión con escaso éxito. Durante su mandato se produjo uno de los episodios más rocambolescos que se recuerdan en la política internacional contemporánea, el famoso “¿por qué no te callas?” protagonizado por el campechano rey Juan Carlos en su cara a cara con Hugo Chávez durante la Cumbre Iberoamericana de Santiago de Chile (10 de noviembre de 2007). Las relaciones entre ambos países venían ya muy deterioradas tras el golpe de Estado de 2002 y el famoso comunicado hispano/yanqui. La escena, aún fresca en la retina de todos, ocurrió cuando Zapatero tomó la palabra y Chávez le interrumpió (momentos antes había arremetido contra Aznar con aquella frase para la historia: “Una serpiente es más humana que un fascista”). Cuando Zapatero le exigió respeto para el expresidente español del PP (en una muestra más de elegancia, saber estar y sentido institucional), Juan Carlos I instó a callarse al dirigente chavista, que quedó cortado. Ante el rifirrafe, la presidenta de Chile, Michelle Bachelet, llamó a la calma y pidió “no hacer diálogo”. El episodio fue explotado cómica y caricaturescamente en todo el mundo, por lo que tuvo de función de opereta, pero no dejó de ser un gravísimo incidente diplomático.

La historia de Zapatero con Venezuela continuó después de su mandato, cuando comenzó a mediar en el conflicto entre el chavismo y la disidencia. El propio líder opositor, Edmundo González Urrutia, actualmente exiliado en España, ha revelado que Zapatero fue el “artífice” de su diálogo con el régimen de Caracas. Sin embargo, no faltan voces en Venezuela que critican al expresidente español y lo consideran un “agente” al servicio de Maduro, a quien, por otra parte, siempre le gustó Zetapé desde que, en aquel desfile militar, se quedara tranquilamente sentado en su silla al paso de la bandera norteamericana. Aquello fue un desplante y también una protesta por la invasión de Irak, una performance muy aplaudida por el chavismo.

Sea como fuere, las mediaciones de Zapatero no sirvieron de mucho en la recuperación de las deterioradas relaciones bilaterales, ya que en 2018 terminó siendo declarado por la Asamblea Nacional de Venezuela, en aquel momento de mayoría opositora, como persona “no admisible” para un posible diálogo entre las partes. Al mismo tiempo, la también opositora María Corina Machado bautizó el “efecto Zapatero”, por el que cada vez que el expresidente español visita el país se disparan las detenciones de presos políticos, ya que, según ella, el presunto mediador divide más que une a la sociedad venezolana. Pese a todo, Zapatero no se ve a sí mismo como una amenaza ni como un pintor de brocha gorda llegado del otro lado del charco para blanquear al régimen, sino como un conciliador que trata de “buscar una solución política” al conflicto. Zetapé está convencido de que la llave del desbloqueo llegará “antes o después”, un caso claro de optimismo patológico, ya que desde que él entró en escena las cosas no han ido a mejor, sino más bien al contrario: Venezuela parece estar peor que nunca. El expresidente español se ve a sí mismo como un diplomático neutral e incluso ha confesado que se lleva bien con la oposición a la dictadura. No opina lo mismo Juan Pablo Guanipa, ex primer vicepresidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, quien afirma que no tiene respeto alguno por la figura de Rodríguez Zapatero. “En alguna oportunidad él fingió como mediador de procesos de diálogo y negociación en Venezuela, pero fue demostrando que era una agente del régimen de Nicolás Maduro. Hemos perdido la confianza en él. Creo que ha hecho un daño profundo a la lucha por la libertad y la democracia en Venezuela, algo que va en contra de los valores democráticos que defiende España”. A su vez, desde Madrid, Antonio Ledezma, ex alcalde de Caracas, pedía a Zapatero que, si quiere mediar, lo haga para decirle a Maduro que dimita y abandone el poder cuanto antes.

Mediaciones de paz

Zapatero empezó a viajar con frecuencia a Venezuela a partir de 2016. Él mismo ha reconocido que Juan Carlos Monedero, cofundador de Podemos, intervino para que Maduro lo aceptase como mediador. En aquel tiempo trabajó cordialmente con Delcy Rodríguez, mano derecha del dirigente venezolano y una inquietante dama que desempeña el papel de mujer fatal en este trepidante culebrón venezolano. En 2020, la ministra del petróleo y vicepresidenta del régimen se vería implicada en el escándalo Delcygate (su desembarco en el aeropuerto de Barajas para verse durante una hora con el entonces ministro de Transportes español, José Luis Ábalos, pese a que la UE le había prohibido poner el pie en suelo europeo en virtud de las sanciones contra el régimen bolivariano). Las malas lenguas aseguran que Delcy llama a Zapatero “mi príncipe”. “Chávez la detestaba, pero ella, que es servil, inteligente, y muy trabajadora, supo hacerse útil”, asegura la periodista Ibéyise Pacheco, autora de Los hermanos siniestros: la codicia y el odio en el confort del horror.

Por aquellas fechas, febrero de 2020, Zapatero se reunió con Nicolás Maduro en Caracas. El encuentro se celebró en la sede del Gobierno venezolano y estuvieron también presentes la esposa del líder chavista y primera dama del culebrón, Cilia Flores, así como los vicepresidentes Delcy Rodríguez y Jorge Rodríguez. En diciembre de ese mismo año, Zapatero acudió en calidad de observador internacional a las elecciones parlamentarias. E incluso llegó a pronunciar un discurso retransmitido por la televisión estatal, donde pidió reflexión a la Unión Europea acerca de la estrategia a seguir sobre Venezuela. Todo fue en vano. La bola de nieve de la desconfianza mutua rodaba pendiente abajo y se hacía cada más grande.

Poco se sabe acerca de cuáles son las actividades de Zapatero como mediador (este tipo de gestiones suelen llevarse con la máxima discreción) ni cuáles son sus emolumentos, ya que es difícil pensar que lo hace por altruismo y vocación pacifista. La cuestión es que Delcy Rodríguez y Zapatero hablaron hasta en dos ocasiones para tratar sobre la salida del país de Edmundo González Urrutia tras las últimas polémicas elecciones envueltas en incesantes rumores de pucherazo del régimen de Maduro. Mientras tanto, en el PSOE se ha agrandado la brecha. Frente a la posición conciliadora de Zapatero (quizá demasiado respetuosa con Maduro) se sitúa Felipe González, corrosivamente crítico contra el régimen chavista: “Maduro nunca aceptará una derrota electoral. Si acepta la celebración de elecciones, es para ganarlas”. La pelea de jarrones chinos promete continuar en los próximos meses.

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