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Mbappé y Vinícius, dos formas muy diferentes de activismo político

La nueva estrella del Real Madrid pide el voto contra "los extremismos", pero no cita expresamente a Marine Le Pen

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análisis

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El pollo que se ha montado en Francia es de dimensiones colosales, históricas. Con la extrema derecha a punto de conquistar el poder, con Macron representando a la perfección el papel de político decadente del mundo de ayer y con la izquierda en modo esquizofrénico y entregada a la desesperada al imposible Frente Popular, aparece en escena uno de esos personajes líquidos de la posmodernidad que presuntamente vienen a ocupar el vacío dejado por el intelectual comprometido, que ya ni está ni se le espera: Kylian Mbappé.

El flamante nuevo fichaje del Real Madrid ha aprovechado la primera rueda de prensa de la Eurocopa para pedir el voto contra los ultras. “Estamos en una situación inédita y en un momento importante. Sabemos que los extremos están a las puertas de nuestro poder. Llamo a todo el mundo a votar, a tomar conciencia de la situación. Tenemos la necesidad de identificarnos con nuestros valores de respeto. Espero que tomemos la buena decisión”, alertó el futbolista francés. La declaración del killer del área tiene un indudable valor, ya que no es frecuente que un astro del balompié dé un paso al frente y salga de su zona de confort para enredarse en berenjenales políticos, y mucho menos a las puertas de un compromiso tan importante como el campeonato de naciones. Pero hubiese estado bien que Mbappé, ya puestos, ya metidos en harina, hubiese concretado algo más su manifiesto, ya que dirigir sus dardos contra todos “los extremos”, tanto de izquierdas como de derechas, es una forma de curarse en salud para no perder las simpatías de la mitad de los hinchas que votan Le Pen.

El astro rutilante debería haber puesto nombres y apellidos a quienes realmente amenazan la democracia y la seguridad en Europa, porque no es lo mismo el partido La Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon (el Podemos francés que allí sí funciona y que apuesta por la igualdad sin discriminación de raza o sexo, por la transición verde y por la mejora de las condiciones laborales de los trabajadores), que los nostálgicos lepenistas que quieren cerrar fronteras para que no entre ni un solo africano más en el país. Ambos son antiglobalistas, pero unos se muestran respetuosos con los derechos humanos y otros admiran el régimen de Vichy que colaboró con Hitler durante la Segunda Guerra Mundial. No es lo mismo.

Mbappé es una estrella con un lado oscuro. Cada verano, durante los últimos siete años, ha dejado a Florentino con un palmo de narices, compuesto y sin novia. Al término de cada temporada empeñaba su palabra, le prometía al constructor de Chamartín que ese año sí, que se iría con él, que se vestiría de blanco porque era su sueño desde niño. Sin embargo, al final, catarí que te vi, siempre acababa firmando por el PSG, un club Estado al servicio de los petrodólares, de la teocracia islámica, el machismo y la homofobia. No solo faltaba una y otra vez al pacto de caballeros, sin ningún pudor, sino que le daba igual jugar para un club en manos de unos camelleros sin escrúpulos. Le ponían el cheque encima de la mesa y él, con los ojos en blanco y el signo del dólar en las pupilas, a firmar. Solo cuando se ha sentido asfixiado en su cárcel de oro, chantajeado y a punto de ver truncada su carrera deportiva (pese a ser el mejor futbolista del mundo aún no ha ganado la Champions), ha decidido romper cadenas, dejar a los jeques y venirse a Madrid. ¿Qué ha sido de la personalidad, de la integridad, de la valentía y la honestidad, cualidades todas que deben alumbrar a un icono del activismo social? Ningún gran referente se comporta con semejante oportunismo. Ningún líder falta a una promesa, que es lo más sagrado que tiene un hombre.

Pero la incoherencia de Mbappé no ha quedado solo en ese cruel juego del gato y el ratón que ha mantenido con el club merengue desde hace más de un lustro. El pasado mes de mayo, los titulares de los diarios deportivos soltaban la bomba: “Mbappé, de barbacoa con los ultras”. Tras publicar su adiós al PSG, el número uno mundial se fue de bares (seguramente con estrellas Michelin) con los de la CUP (no confundir con los indepes catalanes, en este caso hablamos del Collectif Ultras Paris), el sector más radical del club, la barra brava parisina, la peña controlada por la ultraderecha y con más cabezas rapadas por metro cuadrado de los estadios franceses. Fascismo pata negra, racismo duro, extrema violencia. ¿Entonces en qué quedamos, Kylian, estamos con ellos o contra ellos? ¿Acaso mamá, siempre muy ocupada con tus contratos millonarios, no te avisó en aquella ocasión de que alternar con los nazis estaba feo, malo, caca? Si este es el hombre que tiene que salvarnos del auge nazi en toda Europa, vamos aviados.

Con la crisis tremebunda de la política nos está llegando un nuevo fenómeno, el del famoso o celebrity con millones de seguidores en redes sociales que toma partido por la causa de la democracia frente al ascenso del nuevo populismo neofascista. Se trata de caras conocidas que provienen de diversos ámbitos, de los mundos virtuales (youtubers, creadores de contenido e influencers como Ibai Llanos); del cine y la música pop (Susan Sarandon, Taylor Swift); y también del deporte, en este caso del fútbol, que hace tiempo se constituyó en la nueva religión u opio del pueblo frente al tedio de la política. Antaño, los líderes de masas salían de La Sorbona, hoy se forjan tras la pantalla del ordenador, en los camerinos de Hollywood o en los vestuarios futboleros. Esta forma de concienciación social no tiene por qué ser ni mejor ni peor que Sartre dando la vara con los problemas del marxismo. A fin de cuentas, lo importante es que el mensaje cale en la sociedad. Pero el mensaje debe ser sólido, consistente y sobre todo coherente. No se puede estar en misa y repicando con la peña de hooligans supremacistas. El teatro para el penalti fingido o simulado. En la vida real no vale tirarse a la piscina.

En los últimos tiempos hemos asistido a un caso más que loable de activismo social y político: Vinícius Jr., un jugador prodigioso que no duda en dejar de darle patadas al balón, parando el partido si es preciso, para dirigirse a la grada y encararse con el Ku Klux Klan de los estadios. Es así, con esa convulsión, desencadenando un terremoto en todo el planeta, como la lucha antirracista ha conocido un nuevo impulso que se ha dejado sentir en las últimas decisiones judiciales. En efecto, hace solo unos días, la monolítica y siempre conservadora Justicia española movía ficha y tres aficionados eran condenados a ocho meses de prisión por cánticos vomitivos contra el delantero madridista, el execrable “negro de mierda”, el insoportable “Vinícius eres un mono” o el “muérete ya”. La resolución –histórica, aunque haya pasado desapercibida en medio del ruido por otros asuntos como la amnistía, el caso Begoña Gómez o la guerra abierta en el Poder Judicial–, servirá sin duda para que a los energúmenos procesados se les quiten las ganas de airear su xenofobia a los cuatro vientos, al menos por una temporada. Eso es movilización de verdad y de la buena; eso es capacidad de influencia en la sociedad; eso es un mito a la altura de Mohamed Alí que puede cambiar el mundo. Vini se expone y habla en el campo de batalla; Mbappé lo hace en la burbuja de la sala de prensa. Vini se encara con el nazi; el otro hace algunos quiebros sospechosos, cojeando ideológicamente. Se agradece que el nuevo divo del madridismo dé un paso al frente contra el fascista posmoderno. Toda ayuda es poca en esta guerra sin cuartel que nos ha caído encima. Lo malo es que se le ha visto la tramoya, la retórica y el cartón.  

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