Sánchez da por concluido su viaje de tres días por África. Un viaje que, en cierta manera, podría calificarse de decepcionante. El presidente del Gobierno ha ido al Senegal para constatar un sorprendente giro o viraje hacia la derecha en temas migratorios, de modo que ha pasado, en apenas 24 horas, de ver la inmigración como una oportunidad para las personas que llegan a la Península Ibérica, y también para nuestro país (puestos de trabajo, sostenimiento de las pensiones, etcétera) a los “retornos imprescindibles”, es decir, a devolver al espalda mojada a sus lugares de origen y si te he visto no me acuerdo.
Pocas veces se ha visto un cambio de posición tan radical, y eso que el premier socialista se caracteriza por haber hecho de la mudanza de opinión su seña de identidad. Dijo que traería a Puigdemont preso y miren ustedes cómo ha terminado la cosa; dijo que no habría amnistía y la ha habido; dijo tantas cosas, tanto digo Diego, que para qué vamos a relatarlas aquí.
La izquierda europea se humilla vergonzosamente. Ahí está el canciller alemán, Olaf Scholz, otro que se ha bajado los pantalones ante los discursos de odio propagados por Alternativa para Alemania, y quien ahora, tras el atentado del pasado viernes obra del yihadismo internacional, acepta ejecutar las deportaciones en territorio europeo, que es tanto como dar por buenas las devoluciones en caliente. Incluso está dispuesto a pactar ese atropello a los derechos humanos con la CDU, la derecha germana. Además, Scholz prometió el lunes un endurecimiento de las leyes sobre armas, en respuesta al ataque con cuchillo del último asesino integrista.
Corren malos tiempos para los derechos humanos, la solidaridad, la igualdad y la integración multicultural. Vox aprieta el acelerador en España, imponiendo su descabellada teoría del reemplazo (hay una invasión en marcha para sustituir al blanco cristiano por el negro musulmán, advierten Abascal y los suyos) y ese tipo de ideas ha contagiado al PP, cuyo líder, Alberto Núñez Feijóo, habla ya como un xenófobo convencido. Así es la política: los partidos supuestamente democráticos se ven obligados a comprar el discurso de los ultras y a ese carro se suben todos alegremente, conservadores, liberales y socialistas.
La única que sigue manteniendo un mensaje coherente y racional es Yolanda Díaz, quien ha tuiteado que “seguir las mismas recetas en migración que la derecha es un fracaso y un error”. Un serio toque de atención a Moncloa, que por el camino de la derechización por razones electoralistas irá por muy mal camino. Ya suenan tambores de guerra entre los socios del Ejecutivo de coalición. Y con razón: contra el racismo no caben medias tintas.
Lo único cierto, a esta hora, es que la extrema derecha europea está marcando no solo la agenda del conservadurismo en el viejo continente, también de la socialdemocracia. Que un dirigente que se llama a sí mismo socialista termine asumiendo los postulados de Vox en materia migratoria lleva a las bases al desencanto y la movilización. ¿Para qué queremos un partido socialista que apuesta por la misma política represiva, restrictiva y autárquica de los nostálgicos del régimen anterior? Pedro Sánchez está dando claros síntomas de debilidad y miedo ante el auge del neofascismo demagógico/populista y esa es la peor estrategia que puede adoptar un líder de la izquierda.
¿Cuál es la razón que argumenta Sánchez para dar un paso atrás y proponer el retorno inmediato de inmigrantes? “Principalmente –dijo– porque este retorno traslada un mensaje desincentivador, nítido, claro y contundente a las mafias y a quienes se ponen en sus manos, pero esencialmente porque la legislación europea y española obligan a ello”. Falso. Las mafias van a seguir operando en el Sahel, en el Magreb, en la costa norte africana, y ninguna medida del Gobierno de España va a disuadirlas de su negocio. Y fue ahí donde el inquilino de Moncloa dejó entrever, aunque no de forma explícita, su plan. Sánchez ha lanzado la iniciativa Alianza África Avanza para fomentar las inversiones en Senegal, también en Mauritania y Gambia. Y al tiempo lamentó que las redes criminales que trafican con seres humanos no dejan de crecer y jugar con las vidas de miles de personas y se asocian con otros tráficos ilícitos y con el terrorismo.
Lamentablemente, tras ese rimbombante titular lo que hay no es más que una sucia compra de gobiernos africanos para que colaboren en la represión policial contra los grupos que se dedican al tráfico de personas. Es decir, España ha decidido untar con un buen puñado de millones a estos estados fallidos donde prima la corrupción y las élites y dinastías autocráticas. Lo cual no deja de suponer la entrada de nuestro país en un asqueroso negocio propio de regímenes bananeros. Lo que estamos haciendo, lo que está haciendo Sánchez, es sobornar a estos países, a base de talonario (como nuevos ricos de la Europa opulenta) para que nos hagan el trabajo sucio en la selva, en el desierto y en las playas de las que parten las pateras y cayucos. Mal asunto si aspiramos a que el CNI se convierta en la nueva CIA española acostumbrada a tratar, a golpe de maletín, con los delincuentes, jeques, caciques y mafiosos del Tercer Mundo.