El Partido Popular prepara una ponencia sobre inmigración que dará un giro copernicano a las políticas sobre extranjería desde la instauración de la democracia. El Congreso popular de julio servirá para adoptar el modelo Meloni, es decir, mano dura con el migrante, que será expulsado de España de forma inmediata si no tiene contrato de trabajo, permiso de residencia y una hoja de antecedentes penales inmaculada y limpia de polvo y paja. Es, sin duda, el ideario con el que la musa de la extrema derecha italiana llegó al poder en las pasadas elecciones.
Feijóo se está radicalizando. Ha copiado íntegramente el discurso de Vox, ha adoptado como propio el trumpismo más vergonzante y ahora pretende asumir el apartheid a la italiana. Recuérdese que el melonismo desarrolla las políticas racistas de aquel otro ministro de Interior, Matteo Salvini, que propuso sacar barcos de guerra al mar para bombardear pateras. Y que permitía, sin ningún remordimiento, que los inmigrantes a la deriva se ahogaran sin mover un solo dedo. Es decir, racismo hasta sus últimas consecuencias, incluso a costa de dejar morir a personas en peligro, una práctica que atenta no solo contra el Derecho internacional y el Derecho marítimo, sino contra los valores más elementales de la especie humana. El pasado año, y tras tres años de procedimiento, la justicia italiana absolvió a Salvini por el bloqueo del desembarco de los inmigrantes a bordo del barco de la oenegé española Open Arms en 2019. Todas las miradas estaban contra Salvini (que en aquel momento era ministro de Interior) y para el que la Fiscalía pedía seis años de prisión por secuestro de personas y omisión de socorro. Durante su mandato como ministro, Salvini obligó a los migrantes a permanecer a bordo del barco de Open Arms durante casi tres semanas, sin comida ni agua, frente a la isla de Lampedusa, en el sur de Italia.
“Tomar medidas diferentes en España a las que se toman en otros países que han tenido resultados exitosos puede derivar y deriva en un efecto llamada para este verano del que les quiero alertar”. Eso es lo que mantiene ahora Alberto Núñez Feijóo. Egoísmo antes que solidaridad; xenofobia antes que integración; apartheid antes que convivencia multicultural entre diferentes razas. Vox sube en las encuestas y el gallego, muy cuestionado por el empuje de Isabel Díaz Ayuso, teme que siendo “blandengue” no le alcance para llegar a la Moncloa. Y en ese contexto de debilidad, es el más débil el que suele pagar el pato. La mano dura contra el otro, contra el que viene de fuera, suele ser la estrategia más recurrente de los populistas demagógicos. Fue así, propalando el rechazo y el odio al extranjero, como los fascismos se auparon al poder en el pasado siglo y como los nuevos movimientos autoritarios posdemocráticos están alcanzando cuotas de poder en todos los países de la UE. España no podía ser un oasis de respeto a los derechos humanos. Más tarde o más temprano tenía que llegarnos la ola, la influencia racista Trump, y va a ser Feijóo quien blanquee la nueva ideología hasta integrarla como normal en las instituciones. Sin embargo, no es normal. El rechazo al migrante por el color de su piel es propio de regímenes supremacistas. Las recientes imágenes de jóvenes fascistas paseándose por Madrid entre gritos fascistas no han caído en saco roto en Génova 13, donde se impone la consigna de leña al moreno.
Feijóo recurre al discurso xenófobo e incluso le pide ayuda a Von der Leyen para que Europa le ayude a controlar la inmigración. Italia y Grecia, dos territorios que despliegan agendas antimigratorias radicales y que se encierran en la autarquía, son los modelos del dirigente del PP. En Grecia, donde ahora gobierna el conservador Kyriakos Mitsotakis, se han blindado las fronteras terrestres con la construcción de un muro con Turquía y se han aprobado medidas como la aceleración de las devoluciones de turcos a los que se les ha denegado el asilo político, informa diario Público. No obstante, a finales de 2023 dieron el visto bueno a la regularización de 30.000 inmigrantes para hacer frente a la escasez de mano de obra. Y en la Italia de Giorgia Meloni la legislación contra los migrantes no ha hecho más que endurecerse. “La neofascista italiana ha aprobado cuatro paquetes normativos a través de los cuales busca facilitar la expulsión de menores no acompañados por la vía de acelerar las pruebas clínicas para verificar su edad”, añade el citado medio. Mal, muy mal va la democracia española cuando el principal partido conservador se abraza sin pudor a ideologías propias de otros tiempos felizmente superados. El próximo Congreso del Partido Popular promete ser interesante. Feijóo no quiere hablar de Vox en ese “cónclave”, pero va a empezar a asomar la patita ultra. Dice el gallego que quiere una inmigración regulada e incluso, si es preciso, menos inmigración en España. Lo que no dice es cómo piensa resolver el problema de la natalidad en España y cómo cubrir los cientos de miles de puestos de trabajo en el sector agrícola, en la hostelería y la construcción sin mano de obra extranjera. Sin inmigración no hay crecimiento ecomómico posible. Pero es más fácil caer en el populismo con efluvios nazis que afrontar políticas de integración verdaderamente eficaces. Y eso que se llaman a sí mismos democristianos. ¿Cristianos de qué, si ni siquiera respetan el primer mandamiento que les dio Jesús sobre dar comida al que tiene hambre y agua al que tiene sed?