El rechazo del decreto ómnibus del Gobierno está provocando auténticas muestras de indignación en la ciudadanía. Hablamos de varias medidas que iban a mejorar la vida de la gente, como la subida de las pensiones, las ayudas por la riada en Valencia, el bono transporte y el escudo social energético, todas ellas desestimadas por la pinza PP y Vox a la que se ha sumado Carles Puigdemont, inesperado agente fundamental en toda esta operación. El bloque de las derechas (nacionalistas españoles y catalanes) ha tomado la decisión de ir a por todas para tumbar el sanchismo, aunque para ello tenga que pasar por encima del bienestar y los derechos de los españoles. Así de majos son estos patriotas: demagogia barata y crueldad con el pueblo a partes iguales.
Pero si nefasta ha sido la actuación de la oposición en todo este triste asunto, también resulta criticable, y hasta reprobable, la forma de actuar del Ejecutivo de coalición, que ha tratado de sacar adelante su paquete de medidas económicas de una tacada, es decir, metiendo todas las normas en un mismo saco para que la derecha no tuviera margen de maniobra. Trilerismo tramposo del bueno. En realidad, fue un absurdo trágala de Sánchez que finalmente se ha demostrado inútil, ya que, igual que él quiso aprobarlo todo de golpe, todo ha sido desestimado también de una sola vez. Lo normal hubiese sido presentar cada decreto uno a uno y negociarlo o transaccionarlo con la oposición, que es lo que toca en un sistema parlamentario. Así que le guste o no, al premier socialista le han devuelto el toro a los toriles no solo por el fanatismo de algunos, sino también por errores propios y cierta soberbia. Ahora, la imagen que queda de este Gobierno es la de un organismo insolvente y maniatado que no puede hacer realidad el programa político que prometió en campaña electoral. Una maquinaria averiada.
Y llegados a este punto la gran pregunta es: ¿cuánto tiempo es capaz de aguantar un Ejecutivo florero que no puede hacer otra cosa que resistir por resistir, sin armas para hacer frente a las necesidades y demandas de un país? Poco, quizá menos de lo que parece. Miguel Ángel Revilla, que ayer cumplía 82 años, asegura que habrá elecciones generales este año, probablemente después del verano. Esta vez el nardo que se tira el cántabro puede ir bien encaminado, ya que todo apunta a que no le queda mucha más salida a Pedro Sánchez. Puigdemont le ha dado la puntilla aliándose con la derecha española más recalcitrante y ahora el presidente se ve en franca minoría, vulnerable y a la intemperie. Las últimas negociaciones entre PSOE y Junts no han servido para acercar posiciones y el dirigente soberanista catalán ha cumplido aquella promesa de que el Gobierno de coalición “mearía sangre” para acabar la legislatura. Las primeras gotas rojas de la sangría están cayendo ya.
Así las cosas, el presidente del Gobierno se encuentra contra la espada y la pared. Si cierra un acuerdo con la derecha independentista se pone en su contra a Esquerra y cede a la ambición de Puigdemont en cuestiones inasumibles en las que el Estado no puede transigir. Y si le da la espalda, lo que le queda es más de lo mismo; un calvario parlamentario como el que el PSOE ha vivido en las últimas horas, las más largas y agónicas de este mandato. Haga lo que haga, pierde, y eso lo sabe bien Feijóo, que está tensando la cuerda al máximo, aunque sea a costa de fastidiarle la vida a las clases bajas y medias (medias por decir algo, ya que en España vamos hacia dos estratos sociales separados por una gran brecha, los ricos y los pobres, haciéndose realidad el gran proyecto trumpista). Lo que se está debatiendo aquí, a fin de cuentas, es si la socialdemocracia, tal como la conocíamos, tiene algún futuro o si nos dirigimos ya hacia un ciberfascismo multinacional con Elon Musk haciendo el saludo romano y el paso de la oca, o sea nostalgia nazi, privatización de todo, recortes a calzón quitado y demolición total del Estado de bienestar. Hasta el momento, el socialismo español estaba resistiendo con tenacidad y bravura a la ola reaccionaria si tenemos en cuenta que la izquierda europea hace tiempo que es cosa del pasado, casi una pieza de museo.
En ese contexto diabólico llegaba el Foro de Davos, donde Sánchez ha dado uno de esos grandes discursos para la posteridad sobre la democracia, un triste canto de cisne frente a la polarización y el bulo que lo invaden todo, un relato que lamentablemente ya no se lleva porque el mundo ha cambiado virando hacia la pesadilla. “Las redes sociales están afectando el sistema democrático en todo el mundo, al menos de varias formas que no podemos seguir ignorando. La tecnología que nos iba a liberar se ha convertido en el instrumento de nuestra propia opresión”. Y razón no le falta, perfecto el análisis. El problema es que entre los culpables de la gran tragedia mundial están él y los que han tomado parte en la inoperancia de la izquierda europea de los últimos años. Y de eso no habla nunca el premier español.
El discurso del resistente a ultranza, del último socialista antes del advenimiento del autoritarismo reaccionario, resulta tan verídico, cierto y conmovedor como intrascendente e infructuoso. En buena medida porque nadie parece escuchar al otro lado: los progresistas se cuentan a la baja y los que hay están aburguesados, anestesiados, entregados y resignados ya ante el empuje imparable de los vientos neofascistas. No parece que haya partido, salvo una movilización súbita y de última hora de las masas demócratas que, a esta hora, no se ve por ningún lado. En plena campaña a las presidenciales en USA hubo un momento en que Kamala Harris parecía conectar con el electorado todavía no fanatizado y tener opciones de remontada. Incluso se llegó a hablar de una victoria demócrata, aunque por la mínima. No fue así, todo fue un espejismo. Trump ganó con holgura, demostrando que esta época, por triste que pueda parecer, le pertenece. Son los signos de los tiempos, solo nos queda esperar a que pase el vendaval de odio y rezar para que a esta gente ultra no se le vaya demasiado la cabeza hasta terminar en un Cuarto Reich, un régimen seguramente más blando que el que se impuso en Alemania hace un siglo (los nazis han aprendido a adaptarse al medio y saben hasta dónde llegar) pero ya de calado mundial. Fascismo globalizador.
Este Sánchez de Davos (quizá, quién sabe, el último que vayamos a ver) es pura nostalgia de un mundo que se nos va de las manos, del mundo de ayer, como decía Stefan Zweig, algo que pudo ser y no fue. Una bella idea, la socialdemocracia igualitaria, que entre todos la mataron y ella sola se murió. El líder español es el último canciller de una República de Weimar a la española a la que, entre decadencias y mediocridades, le quedan cuatro telediarios.