Mañana se celebra el Día Internacional de la Juventud. Pero en la España de Pedro Sánchez, los jóvenes no tienen nada que celebrar. Cumplir 30 años sin haber podido emanciparse, sin estabilidad laboral y destinando el 90% del sueldo (cuando lo hay) a compartir un piso en alquiler. Esta es la fotografía, nítida y dolorosa, de la juventud española. El sistema no solo no protege a sus jóvenes, sino que los empuja al borde del abismo económico, personal y laboral.
Con más de 8 millones de jóvenes en el país, la paradoja es sangrante: España, país envejecido cuyo gobierno debería volcarse en proteger su relevo generacional, lidera año tras año las peores estadísticas de Europa en materia de juventud. El paro juvenil sigue siendo el más alto de la Unión Europea, superando el 30%, y las cifras no hacen más que empeorar cuando se analiza el impacto por género o situación social. Esto no es fango, son cifras oficiales.
En la España de Sánchez no se hace más que poner trabas a la juventud. Se frivoliza, se les infravalora, se les ridiculiza porque se ha creado el cliché del joven que sólo vive pegado a una pantalla. Sin embargo, la realidad es que viven con filtros que intentan maquillar una precariedad estructural brutal.
Uno de cada cinco jóvenes que desea trabajar no encuentra empleo. Entre las mujeres jóvenes, el panorama es aún más crudo: el paro femenino subió un 14% en el último año, y ellas, aunque acceden en mayor medida a la educación superior (el 50,9% frente al 38,7% de los hombres), cobran un 13,2 % menos desde su primer contrato. Todo un ejemplo de progresismo, valga el sarcasmo. A la falta de oportunidades se suma el problema estructural de la temporalidad: el 40,4% de los contratos juveniles son temporales, casi el triple que la media europea. Muchos de ellos se encubren bajo la figura del “fijo discontinuo”, un eufemismo para camuflar jornadas parciales, inestabilidad y bajos ingresos. OTro ejemplo de progresismo.
Lo que es evidente es que si el trabajo es inestable, el acceso a la vivienda se vuelve directamente una quimera. La mayor parte de los jóvenes no puede permitirse ni siquiera alquilar un espacio propio. El 90% de su salario se va en vivienda compartida, dejando poco margen para la autonomía personal o el desarrollo vital.
Los títulos universitarios no sirven para nada
La idea de que estudiar era una vía segura para prosperar ha sido desmentida por los hechos. Uno de cada tres jóvenes con estudios superiores no tiene empleo, y el paro entre personas con formación académica alta ha crecido más de dos puntos en el último año, alcanzando el 31,3%.
Mientras tanto, la tasa de abandono escolar temprano continúa muy por encima de la media europea: un 13 % frente al 9,3 % continental. Los chicos, especialmente, son quienes abandonan antes los estudios y menos acceden a educación superior.
En ambos extremos (quienes no pueden seguir estudiando y quienes sí lo hacen pero luego no encuentran empleo) se da una sensación común de fracaso estructural del sistema: no hay seguridad ni garantías, solo frustración, es decir, el caldo de cultivo perfecto para que la extrema derecha o los iluminados autocráticos antisistema halle crezcan. Luego habrá quien se lleve las manos a la cabeza cuando es el principal responsable de la situación actual.
Ser joven ya es una condición vulnerable. Pero ser joven y además mujer, inmigrante, o tener discapacidad, multiplica los obstáculos. La intersección de desigualdades convierte la juventud en un campo minado para miles de personas que nacen condenadas a luchar por lo básico: estudiar, trabajar, vivir con dignidad.
El gobierno de Sánchez, más allá de los titulillos y de las autoproclamas, debe demostrar su progresismo con políticas estructurales efectivas para revertir la situación. La propaganda o el titular fácil en una nota de prensa no sirve de nada. Entre las medidas urgentes estarían estrategias para combatir el abandono escolar, reformar el mercado laboral más allá del maquillaje legal y hacer accesible la vivienda de una vez por todas de una manera en el que no se discrimine a nadie.