Pasó la manifestación del PP contra la amnistía de Pedro Sánchez (algunos la han calificado como “fachifestación”, por su alto contenido ultra) y todo sigue igual. Igual o, quizá, algo peor, ya que solo ha servido para inflamar un poco más la situación en tierras catalanas. El president de la Generalitat, Pere Aragonès, ha calificado la protesta como una muestra de “odio, menosprecio y ataque a Cataluña”, de modo que el acto ha tenido el efecto contrario al que pretendía: hacer que más catalanes abracen “la causa de la independencia”. Cada vez que la derecha española mueve ficha en el irresoluble problema territorial crece el número de revolucionarios por la soberanía. El PP es una prodigiosa máquina de fabricar indepes.
No puede decirse que el sarao del domingo fuese precisamente una aplastante demostración de fuerza de la calle en contra de las medidas de Sánchez para reconducir el diálogo con la Generalitat. Congregar a 40.000 personas (según cifras de la Delegación de Gobierno, 60.000, según Génova), no está mal, pero no es una sentencia definitiva y contundente del país contra las políticas de acercamiento a Cataluña. En Colón se han visto manifas de los obispos contra la ley del aborto mucho más nutridas e impresionantes. Además, por si fuera poco, Génova hizo coincidir el evento con la hora en que los hinchas del Real Madrid se dirigían al Wizink Center para ver el partido de su equipo de baloncesto. Así que manifestantes y aficionados se juntaron en algún momento de la fiesta. Una tramposa maniobra sin duda pensada para hacer bulto y engrosar el número de asistentes.
El propio Sánchez, confiado en que la calle no arde contra él y en que la investidura de Feijóo fracasará mañana por falta de apoyos, se mostró tranquilo: “Se están manifestando en contra de un Gobierno socialista, pero lo siento, va a haber un Gobierno socialista”. El líder del PP, no obstante, está convencido de que el acto (en el que participaron Aznar, Rajoy y Ayuso con la matraca de siempre del “España se rompe”) le sirvió para exhibir músculo y de paso para fortalecer su liderazgo. Pero ni una cosa ni la otra. La riada humana de rencorosos contra la izquierda quedó en marejadilla y en cuanto a su posición en el partido no pudo salir peor parado. La imagen de un candidato que echa a las multitudes a la calle 24 horas antes de su investidura es el vivo retrato de la impotencia. Si a esto añadimos que Aznar y Ayuso chuparon más cámara que él y levantaron más pasiones entre la parroquia ultra, concluiremos que el tiro le salió por la culata.
La “fachifestación” no fue una buena idea, en realidad fue una idea delirante, ya que no era el momento ni tocaba. A día de hoy se desconoce si Sánchez y Puigdemont van a llegar a algún tipo de acuerdo, como tampoco se sabe el contenido de la negociación y de la futura amnistía caso de haberla. Por tanto, fue una manifestación contra la nada. Que el acto sirvió para que un puñado de hooligans se desahogaran y se quedaran a gusto abucheando e insultando al presidente, pues vale. Un par de exabruptos de mal gusto (“Sánchez traidor y corrupto”), improperios a la prensa libre, algunas pancartas con faltas de ortografía (“Sánchez comonista”, “amistia no”) y a las terrazas de Ayuso a disfrutar del soleado domingo con unas cañas y unos torreznos. La misma mala educación antidemocrática, el mismo odio sin sentido de siempre. En eso se ha convertido Madrid, en un indigesto cocido humano de rencor y cainismo guerracivlista. Qué tiempos aquellos en que la Villa y Corte era una ciudad tolerante, sabia y civilizada abierta a todos. Hoy, por influencia del ayusismo reaccionario, se ha transformado en un coto privado para la caza al rojo y en un criadero de intolerancia y mala baba rebosante de ácratas trumpistas y cayetanos muy haters.
Durante el mitin, Feijóo calificó la hipotética amnistía a los encausados por el “procés” de “cacicada intolerable en un Estado de derecho”. Más allá de la pataleta de alguien que soñó con ser presidente y no va a poder conseguirlo, poco más. Un Aznar más duro que nunca dio rienda suelta a su bilis (“No hay sinceridad, sino mentira; no hay coraje, sino cobardía”), Martínez-Almeida tuvo su minuto de gloria y la agitadora Isabel Díaz Ayuso articuló uno de sus habituales discursos simplones y patrioteros, el alpiste que le pide el populacho con ganas de guerra. Una vez más, la lideresa castiza fue quien mejor rentabilizó el aquelarre antisanchista.
En cualquier caso, si de algo sirvió la performance de ayer fue para dar oxígeno a Vox y a los independentistas. Los radicalismos florecen cuando en la calle se agita la rabia por la rabia. Feijóo ya lo ha intentado todo para llegar al poder: avivar la animadversión contra la adversario político; difundir el bulo del pucherazo; promover el transfuguismo en busca de cuatro “socialistas buenos” que le voten en la sesión de mañana; y organizar un acto multitudinario que por momentos recordó a aquellas concentraciones de la Plaza de Oriente donde los manipulados del régimen se reunían bajo un solo lema: el hueco y vacío“Viva Franco, Viva España”. Lo que vivimos ayer en Madrid fue un espectáculo patético y surrealista a mayor gloria de un señor que va a fracasar a una investidura y en su intento de ser reconocido como gran líder de la derecha española. Algo que, viendo cómo la parroquia jalea a Ayuso al grito de “presidenta, presidenta”, tiene más bien difícil.