El Gobierno cree que Ayuso le vuelca los trenes

El nuevo caos ferroviario provoca la indignación de miles de ciudadanos en las estaciones de Atocha y Chamartín

21 de Octubre de 2024
Actualizado el 22 de octubre
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Caos en la estación de Atocha durante el fin de semana.
Caos en la estación de Atocha durante el fin de semana.

Cuando el Gobierno pasaba por su peor momento, estalla un caos ferroviario de dimensiones colosales. Lo que le faltaba a Pedro Sánchez, miles de viajeros tirados de cualquier manera en las estaciones madrileñas. Incluso se vieron grupos de ciudadanos bailando la conga como forma de protesta ante la grave situación. Un bochorno para el sanchismo. En plena ofensiva judicial y con las derechas agitando el malestar social en la calle, algo así termina por consumar la tormenta perfecta. Y mientras tanto, la sensación que transmite Moncloa es la de un boxeador noqueado sobre la lona.

Existe el riesgo real de que al Ejecutivo de coalición no se lo lleven por delante las comisiones y chanchullos de la trama Koldo/Ábalos, ni la obsesión compulsiva del juez Peinado con Begoña Gómez, ni siquiera las supuestas filtraciones del fiscal general del Estado sobre los fraudes del novio de Ayuso, sino simple y llanamente la indignación de la gente. La democracia consiste, mayormente, en tener contento al pueblo. Las hermosas palabras sobre el inmigrante africano, sobre la heroica resistencia de Gaza ante su genocidio o sobre la urgencia de construir una Europa más decente y feliz quedan en papel mojado cuando colapsa la vida cotidiana de miles de ciudadanos obligados a bajarse de un tren averiado para patear por un oscuro túnel, a hacer cola ante una ventanilla cerrada o a dormitar en las estaciones.

La España de Sánchez descarrila y el presidente sigue paralizado. ¿Dónde está aquel empuje del principio, aquella fábrica de producir ilusiones desde la izquierda, aquellos proyectos que nos iban a catapultar entre los primeros países de la UE? Quedan muchos borradores aparcados en el cajón, no solo un plan de vivienda que pueda sacar a los españoles del zulo a 1.500 euros el mes, sino el plan de modernización de una red de transportes propia del siglo pasado; la agilización de un ingreso mínimo vital que, pese a ser una gran idea, no está llegando como debiera a todas las familias que lo necesitan; la reforma de una Sanidad pública en ruina que, tras la pandemia, sucumbe ante la falta de inversión; y, por supuesto, la lucha contra la desigualdad y la pobreza. Últimamente asistimos a otro fenómeno preocupante: el nacimiento de un personaje propio de posguerra, el pobre con trabajo, el asalariado explotado que no llega a final de mes. El nuevo Carpanta de nuestro tiempo.

Los asuntos de Estado se le van amontonando a Pedro Sánchez, que parece sufrir un bloqueo político y mental del que no le va a sacar el documental Moncloa. Cuatro estaciones, esa docuserie de los de Netflix que nadie quiso emitir en su momento por panfletaria y propagandística. El paisaje que nos queda tras otro fin de semana negro en las líneas de Cercanías y en el corredor levantino del AVE es propio de un país bananero donde nada funciona. Las incidencias en la red viaria madrileña se han multiplicado en el último año y lo peor es que no parece que haya nadie al mando para superar esta nueva crisis de los trenes. En las últimas horas, la imagen de miles de personas abandonadas a su suerte en Atocha y Chamartín clama al cielo. No se diferenciaba demasiado de esos escenarios propios de películas distópicas en los que una muchedumbre aterrorizada trata de escapar de algún tipo de desastre como una guerra nuclear, una catástrofe natural o un apocalipsis zombi.

La imagen de caos, incompetencia y anarquía empieza a ser letal para este Gobierno. O se rehace Sánchez, recuperando la iniciativa y levantándose de la lona con iniciativas que avancen en la resolución de problemas concretos, o está políticamente muerto. El presidente ha caído en la trampa que le ha urdido Ayuso, la araña negra de Chamberí, que ha sabido tejerle una tupida tela para inocularle el veneno letal. La política del ventilador y el “y tú más” a cuenta de la corrupción no es un buen negocio para Moncloa. Con la que está cayendo en España, refocilarse en el lodazal decadente que propone Ayuso no hace más que incrementar el cabreo y la indignación ciudadana, que acaba en la desafección a la democracia y en el voto a la extrema derecha. Contra el populismo solo cabe un arma eficaz: políticas reales y efectivas para la ciudadanía.

Ante ese panorama, el Gobierno se defiende como puede del caos ferroviario, buscando las hipótesis más peregrinas y descabelladas. Es cierto que hombres que amenazan con tirarse a las vías y extraños descarrilamientos, todo ello en un mismo fin de semana, suena algo raro. Demasiadas coincidencias en un momento especialmente delicado para el sanchismo. Pero habrá que esperar al informe de los peritos y expertos. En las últimas horas, el ministro Óscar Puente ha alimentado la teoría de la conspiración al asegurar que no es “normal” que se dé la orden de volcar un tren a la deriva para que no se estrelle contra la estación, una tesis a la que se suma Raúl Blanco, presidente de Renfe. ¿Quiere decir con esto el señor ministro que ha habido una mano negra capaz de sabotear trenes para terminar de darle la puntilla a Sánchez? ¿Está el titular de Transportes apuntando directamente a Ayuso, como si en sus horas libres la lideresa se enfundara el mono azul de Super Mario Bros para, encapuchada, bajarse a las entrañas de la red ferroviaria subterránea y aflojar unas cuantas clavijas, manivelas y tornillos? La presidenta de Madrid puede ser cualquier cosa, una trumpista falangizada si se quiere, una marquesona ácrata que vive con su novio en una mansión pagada con el fraude fiscal. Pero de ahí a querer retratarla como a una de esas asaltatrenes de las películas del Oeste, va todo un abismo. Lo que tiene que hacer el señor Puente es no tuitear tanto y trabajar más, empezando por mejorar el servicio ferroviario. Antes de que la gente termine votando al PP, o peor, a Vox, por pura rabia contra un sistema inoperante, caótico e inútil.

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