Sigue estrechándose el cerco alrededor del presidente de la Generalitat, Carlos Mazón. Cada minuto que pasa se hace más insostenible su situación y en el Partido Popular se alzan voces internas que exigen su dimisión antes de que acabe llevándose por delante la reputación del partido. El honorable ha cometido una buena cantidad de errores y negligencias en la gestión de la riada de Valencia, la mayor catástrofe natural de la historia, pero a esta hora todo se centra en saber qué demonios estuvo haciendo entre las 14.30, cuando supuestamente se fue a almorzar, y las 19.30, cuando volvió a dar señales de vida para tomar las primeras decisiones tras una jornada negra en la que el agua ya había arrasado media provincia.
¿Dónde anduvo Mazón, con quién estuvo almorzando, qué hizo, qué asuntos tan importantes reclamaron su atención mientras su equipo de colaboradores trataba de contactar con él? El presidente guarda silencio y a esta hora, diez días después de la tragedia que ha costado cientos de muertos, los valencianos aún no saben en qué empleó un tiempo precioso, nada más y nada menos que cinco horas que hubiesen sido suficientes para salvar muchas vidas humanas. Todo son excusas fallidas del político valenciano en el ojo del huracán. En los últimos días, el presidente autonómico no ha hecho más que echar balones fuera y dar bandazos en busca de una coartada que no encuentra. Primero dijo que esa tarde estuvo en una comida privada, después que el almuerzo era de trabajo, hoy El Español publica que estuvo “de picoteo” por los alrededores del Palau, un picoteo corto de cinco horas. Nada encaja mientras el escándalo crece. Si es verdad que estuvo al pie del cañón, ¿por qué no muestra a la opinión pública la agenda oficial de la Generalitat y da cuenta exactamente, y minuto a minuto, del contenido de la misteriosa reunión? Sencillamente porque esa comida oficial tan importante nunca se celebró. Lo que estuviese haciendo, queda para él. Pero los valencianos quieren saber, necesitan saber. Y ya va tarde el presidente en la necesaria rendición de cuentas ante la ciudadanía. La democracia es, ante todo, transparencia, esa que está faltándole al barón popular hasta hoy protegido por Alberto Núñez Feijóo. En Génova ya sopesan soltar amarras con el delfín valenciano y dejarlo caer. Esa sería, según fuentes populares, la única forma de minimizar daños, de controlar el chapapote, de reducir el roto que está sufriendo el partido justo en el peor momento, cuando creía tener acorralado a Pedro Sánchez a cuenta de los casos Koldo y Begoña Gómez.
El tiempo pasa y Mazón calla. Un silencio que le delata. Quizá él no lo vea así, pero tiene la obligación de convocar una rueda de prensa, ya mismo, para dar todas las explicaciones necesarias, para aclarar tantas preguntas sin respuestas y cabos sueltos. Mientras tanto, la prensa sigue tirando del hilo para reconstruir los pasos del dirigente popular en aquella tarde aciaga del 29 de octubre, día de la infamia. Según las últimas informaciones de la Cadena Ser, el mandatario valenciano se reunió con el presidente de la patronal regional, Salvador Navarro, a las 13.30 horas. En esa entrevista, ambos hablaron “de los presupuestos de la Generalitat y de hospitales” (conociendo la filosofía del Partido Popular en materia sanitaria, cabe sospechar que alguna privatización que otra saldría en esa conversación).
Al ser preguntado, Navarro responde que Mazón no se refirió, ni por un momento, al tema de la dana. Ni una palabra, ni una mención, ni un vistazo al reloj de oro para excusarse con su interlocutor y decirle que tenía prisa porque algo monstruoso se estaba gestando en los cielos. Era el momento de dejarlo todo, de irse corriendo para el Cecopi y ponerse al frente del gabinete de crisis, con chaleco rojo de emergencias o sin él. No lo hizo. Todo lo cual no deja de ser chocante, ya que a esa hora ya tenía sobre la mesa los avisos y alertas meteorológicas de la AEMET. Valencia estaba en alerta y él lo sabía. Sabía del riesgo de desbordamiento de los barrancos del Río Magro y del Poyo; sabía de los avisos de la Confederación Hidrográfica del Júcar; sabía de las llamadas de la delegada del Gobierno a su consellera de Justicia, ya a mediodía, para advertirle de la gravedad de la situación e informarle de que ponía a su disposición todos los medios del Estado.
De modo que a esta hora la pregunta sigue siendo la misma. Tras la reunión con el representante de la patronal, el rastro de Mazón se pierde en una tarde crítica en la que él, como responsable último de la coordinación, tenía que estar al timón del dispositivo. Pasan las horas y el presidente sigue dando la callada por respuesta. Y crece la indignación ciudadana, que prepara una gran manifestación para pedir que rueden cabezas, y no solo en el Consell, ya que la rabia popular se dirige también contra el Gobierno de España. El culmen del despropósito se completa cuando nos enteramos de que la mano derecha del capitán botarate, la consellera de Interior de la Comunidad Valenciana y responsable de Emergencias, Salomé Pradas, reconoce que desconocía la existencia del sistema de alertas masivas a los móviles, un programa informático puesto en marcha por Ximo Puig y que pudo salvar muchas vidas. Por lo visto ella no se había enterado de esa herramienta fundamental hasta que un técnico le aconsejó lanzar la alerta a la ciudadanía, ya cuando los valencianos estaban con el agua al cuello. Un técnico. ¿Qué podía dirigir esta señora si ni siquiera estaba al tanto de los medios con los que contaba la Generalitat y tuvo que ser un subalterno el que la informara?
Esto es la conjura de los necios. Un inmenso escándalo protagonizado por una serie de políticos y funcionarios ineptos que no supieron hacer su trabajo. Las dimisiones tienen que llegar ya, sin más pérdida de tiempo. Gente desmañada con la cabeza de chorlito (coeficiente intelectual cortito) y el corazón helado (insensibilidad ante el peligro que corrían sus paisanos) no puede seguir ni un minuto más en sus cargos. Son un peligro público. Pero no se van, y no solo no se van, sino que pretenden liderar la reconstrucción regada con miles de millones de euros de fondos estatales y de la UE. No por favor, que no toquen nada más, que se larguen a sus casas, que se vayan todos a donde tienen que estar: al vertedero de la historia. Y si puede ser lleno de barro, mejor. Para que sepan lo que se siente.