En un ejercicio de populismo escandaloso y provocación deliberada, Javier Milei convirtió el Madrid Economic Forum en un mitin de exaltación ultraderechista donde la economía fue mera coartada. Arropado por Santiago Abascal y una platea hostil al gobierno español, el mandatario argentino desató una sucesión de improperios, fantasías autoritarias y promesas mesiánicas con una puesta en escena más propia de un culto que de un foro internacional.
Una tribuna para el insulto
El espectáculo ofrecido por Javier Milei en el Palacio de Vistalegre no fue un acto económico, sino un mitin ideológico teñido de resentimiento y desprecio por las instituciones democráticas. El presidente argentino se refirió al jefe del Ejecutivo español, Pedro Sánchez, como un "bandido local", entre aplausos y vítores de una audiencia predispuesta al linchamiento verbal. El tono no fue accidental ni impulsivo; fue deliberado, ensayado, una provocación diplomática premeditada, un acto hostil en suelo ajeno.

Más grave aún fue la permisividad con la que se dejó que un líder extranjero arengara al público a “dar zurra” a un presidente democráticamente electo. La política convertida en espectáculo violento, una constante del manual reaccionario, dejó paso a la apoteosis del insulto cuando la multitud, jaleada por el propio Milei, gritó sin rubor: “Pedro Sánchez, hijo de puta”. La banalización del odio, amplificada desde la tarima por un jefe de Estado, resulta un signo inequívoco del deterioro democrático que ciertos sectores no solo toleran, sino promueven.
El delirio como programa político
Durante más de una hora, Milei no expuso políticas públicas ni defendió ideas económicas con datos o argumentos contrastables. Ofreció, en cambio, un cóctel de resentimiento y consignas de brocha gorda: “el Estado es una organización criminal”, “los impuestos son un robo”, “muerte al socialismo”. Cualquier posibilidad de debate técnico quedó sepultada bajo una avalancha de exageraciones y afirmaciones mesiánicas.
Más que una visión de futuro, lo que proyectó fue una suerte de delirio narcisista con pretensiones apocalípticas. Mientras presume de haber reducido impuestos y combatido a un “Estado parásito”, Milei insulta abiertamente a periodistas, tilda a los medios de “basura mediática” y acusa a la prensa crítica de “noticias inmundas”. El desprecio sistemático por la prensa libre debería encender todas las alarmas en cualquier democracia que se precie.
Abascal: silencio cómplice
Aunque Santiago Abascal no tomó la palabra durante el acto, su sola presencia funcionó como legitimación del mensaje. El líder de Vox asume sin ambages el ideario libertario de Milei, pese a su incompatibilidad manifiesta con los valores democráticos más básicos. El silencio de Abascal ante los insultos y el fanatismo es, en sí mismo, una declaración de intenciones: si el ultraderechismo argentino se convierte en una referencia política, es porque comparte con la extrema derecha española no solo el desprecio por la izquierda, sino también una profunda incomodidad con el Estado de derecho, la convivencia plural y el disenso democrático.
Ambos líderes comparten una lógica común: la construcción de enemigos internos, periodistas; funcionarios; políticos progresistas y la apelación constante al conflicto como único horizonte. Esta estrategia de polarización permanente no busca gobernar ni convencer, sino destruir. En su mundo binario no hay ciudadanos, solo “argentinos de bien”, “patriotas”, “parásitos” y “socialistas de mierda”.
Lo ocurrido en Vistalegre trasciende el mal gusto o la grosería política. Es el síntoma de un fenómeno mucho más inquietante: el uso del poder institucional para socavar las propias instituciones desde dentro, el uso de la tribuna pública para dinamitar los fundamentos del diálogo democrático. Convertir el insulto en estrategia de Estado es una forma de autoritarismo.
Lo que Milei y Abascal ofrecieron no fue un foro económico, sino un ensayo general de la antipolítica. Frente a la crítica, el insulto, el grito. Frente al dato, la consigna. Y frente a la democracia, el culto a la personalidad.