Feijóo ha decidido reunirse con todos los líderes políticos, salvo los de EH Bildu, para tratar de convencerlos de que le presten su apoyo a la investidura. Le faltan solo cuatro escaños, pero alcanzar ese maldito puñado de diputados se antoja más complicado que cruzar el Orinoco a nado. Sin embargo, no todos en el PP creen que sea una buena idea hablar con algunos como Junts. Lo que Feijóo ha planteado como una simple ronda de contactos para sondear sensibilidades puede terminar convirtiéndose en un veneno letal para el partido. Esa foto del gallego con los indepes catalanes provoca pánico y asco, mayormente entre el sector ayusista. Así las cosas, ¿cómo piensa verse el jefe de la oposición con los emisarios soberanistas? ¿Planea reunirse con ellos a escondidas, a puerta cerrada, en un despacho de los sótanos de Génova o en un desconocido y apartado bar de los extrarradios de Madrid? ¿Acudirá disfrazado, con peluca y con gafas de sol, escabulléndose por las esquinas para que los periodistas no lo pillen in fraganti camino de la reunión?
No lo va a tener fácil Núñez Feijóo para sacar adelante esta primera ronda de contactos con los líderes de las demás fuerzas políticas. Durante estas últimas semanas, en el PP se han dedicado a construir el relato ficticio de que las cuentas, más tarde o más temprano, saldrían. “Vamos a dialogar con todos”, “La investidura es posible” y “Hasta el rabo todo es todo” han sido frases que hemos escuchado entre altos cargos populares. Ciertamente, ni ellos mismos creían en la remota posibilidad de que esos cuatro escaños cayesen del cielo, pero han insistido una y otra vez en alimentar la fábula. Ahora, cuando la realidad y la aritmética parlamentaria se imponen como un destino cruel, se encuentran con que van a reunirse con los revolucionarios de Junts para nada. Y esa estrategia escuece y mucho en el ala ayusista, la más dura y carpetovetónica del partido.
A día de hoy poco o nada se sabe sobre cómo van a ser los contactos PP/Junts. Se ha filtrado que Feijóo se niega en rotundo a viajar a Waterloo para verse con Carles Puigdemont y mendigarle los votos. Sería demasiada humillación, aunque eso es lo que espera el impulsor del procés: que el mandatario gallego se arrastre hasta sus pies. Alberto Núñez Feijóo se ha pasado demasiado tiempo arremetiendo contra los separatistas y enemigos de España (por momentos no ha hablado de otra cosa, como si no tuviera otro programa político para el país) y esa entrevista, esa foto con el archivillano de la patria, sería una imagen demasiado fuerte. Sin duda, desencadenaría un rosario de lipotimias, desmayos y parraques en Génova. Por otra parte, aunque Feijóo insiste en verse con los líderes de Junts, rechaza hablar de “cuestiones descabelladas” como una ley de amnistía o un referéndum de autodeterminación en Cataluña. Muy bien, perfecto. Entonces, si se cierra en banda a las pretensiones de los independentistas, ¿de qué piensa hablar con ellos, del calor que hace, de lo sabrosas que están las butifarras, de cómo va el Barça en la Liga de Fútbol? Nada tiene el menor sentido. Si lo que pretende es hacer de esa ronda de contactos catalana un teatrillo de variedades, una mala escenificación propagandística para mostrar que él no es como Sánchez –ese presidente dispuesto a vender España para mantenerse en el poder–, ya puede ahorrarse el trámite. El país no está para coñas ni para perder el tiempo.
Cuesta trabajo creer que Feijóo termine viéndose, al final, con los dirigentes del mundo independentista. Seguramente Ayuso le parará los pies amenazándole con un cisma en el partido. Además, está Abascal, que observa atentamente cada movimiento del máximo responsable del Partido Popular. Un solo tropiezo, un solo error de cálculo, un café con los de Puigdemont y los de Vox saldrán en tromba, con los cuchillos entre los dientes, acusando al líder del PP de derechita cobarde y de aliado de los enemigos de España. Y eso no es bueno para las encuestas. Los ultras sin duda le robarán electorado al principal partido conservador, un bocado que podría verse reflejado en las urnas en el caso de que haya que repetir elecciones.
Mientras tanto, el moderado Borja Sémper trata de hacer malabarismos políticos para explicar que el PP está negociando con el Anticristo. “Esto no es lo mismo que irse a Waterloo o estar dispuesto a impulsar una ley de amnistía como sí que está dispuesto a hacer el PSOE”, asegura el portavoz de campaña de Génova. Lo que está ocurriendo estos días tiene confundido al votante del Partido Popular. Los líderes se han pasado años diciéndole a la militancia que el PP es el partido que garantiza la unidad de España, las esencias de la nación, y a las primeras de cambio Feijóo termina en la misma mesa charlando amigablemente con los del procés. ¿Cómo se digiere eso, cómo se justifica esa inmensa contradicción?
Si lo que quiere el mandatario del PP es lograr una foto que lo inmortalice como estadista negociador, puede posar con los empresarios, con la Conferencia Episcopal, con las asociaciones antiabortistas, con la “gente de bien”. Más allá de ese mundo, lo cierto es que nadie quiere sentarse con él porque apesta a ultraderecha. Le queda, eso sí, la foto con Pedro Sánchez, que ha aceptado verse con él mañana mismo para hablar de la investidura (aunque mucho nos tememos que el presidente del Gobierno ha tragado con la reunión por pena y le dará cuatro pases de pecho, enviándolo de nuevo a los toriles de Moncloa). El secretario general del PSOE sigue llevando ventaja de cara a una posible investidura. Está dejando que Feijóo se cueza en su salsa, que se achicharre como un churrasco, para entrar él en escena como único aspirante con posibilidades a la Presidencia del Gobierno. Esa es la única realidad por mucho que Feijóo se empeñe en construir mundos paralelos.