A lo largo de su carrera política, Carles Puigdemont ha mentido muchas veces. El primero y mayor de todos los embustes: haber tratado de convencer a su pueblo de que el Brexit catalán era posible. Muchos se creyeron ese cuento y participaron de buena fe en la inmensa performance que fue el procés sin que el dirigente de Junts reconociera en ningún momento que todo era una formidable patraña para embaucar al votante.
En los últimos días, CP ha vuelto a soltar una de sus mentiras al asegurar que retornaría a Barcelona para participar en la sesión de investidura del socialista Salvador Illa. De esta manera, su gesto tendría un sentido institucional y no sería un mero entrar y salir de Cataluña para demostrar que su desafío al Estado sigue vivo. No cumplió su palabra. Tras dar el mitin del Arco de Triunfo, un lugar emblemático de Barcelona, se escabulló entre la multitud con un sombrero de paja, se metió en un coche y salió disparado de allí sin que los Mossos d’Esquadra pudieran (o quisieran) detenerlo.
“El retorno no puede ser ninguna provocación o gamberrada. No puede ser que me haga una foto en Figueras y salga corriendo”, decía Puigdemont un 9 de abril de 2024. Antes de las elecciones (elecciones en las que el independentismo ha salido claramente derrotado) el líder de Junts aseguraba que no le tenía miedo a la posibilidad de ser detenido. “El verbo no es temer, no temo una detención, pero no contemplo que pueda producirse”, decía entonces. Otra mentira más. El pasado jueves, llegado el momento de entrar en el Parlament para tomar parte en la sesión de investidura, el dirigente soberanista decidió poner pies en polvorosa, no en dirección a la sede del Legislativo catalán, sino hacia la frontera. Todo el discurso de heroicidad, patriotismo y valentía que había mantenido durante meses se venía abajo como un castillo de naipes.
Parece obvio que este mismo jueves Carles Puigdemont ya contemplaba su más que posible detención. Había llegado el momento de la verdad, de comportarse como un auténtico líder de masas, como un icono social o, al contrario: como un prófugo que escoge seguir huyendo de la Justicia. Por desgracia, optó por la segunda de las salidas, de modo que el exhonorable pudo “cagarse en los calzones”, como ya ocurriera cuando negoció con Putin la llegada de 10.000 soldados rusos para consumar la independencia, tal como han declarado algunos investigados en el sumario de la trama rusa del procés. Mucho se ha escrito sobre si estaba planeado que el dirigente separatista se entregara tras dar su mitin ante 3.000 personas junto al Arco de Triunfo. Una de las hipótesis señala que Puigdemont había aceptado una salida honorable: dirigirse por última vez a sus correligionarios y dejar que dos mossos le pusieran las esposas para llevárselo al cuartel. No fue así. Si existió ese acuerdo secreto entre la cúpula de la Policía Autonómica y el líder soberanista, se rompió en el último momento después de que Puigdemont se viera atenazado por el miedo y por un ataque de nervios. Y si ese supuesto pacto no existió nunca, tampoco sale bien parado el expresident, ya que igualmente incumplió la palabra dada a sus votantes de que acudiría al Pleno.
Todo en este hombre es fingimiento, truco, impostura. No ha dicho ni una sola verdad desde que proclamara aquello del Espanya ens roba (una de las mayores falacias que se han vertido en la historia de Cataluña). Y lo peor de todo es que sigue embaucando a unos y a otros en sus falacias. “Mi obligación es ir al Parlament. Si hay debate de investidura yo estaré allí”, dijo en julio de este año. Mentira tras mentira, artificio tras artificio, embuste tras embuste. El pasado jueves, al ser nombrado por la Mesa del Parlamant para votar sí o no a Salvador Illa, lo único que quedaba era su asiento vacío. Un asiento que era como la prueba fehaciente de que nos encontramos ante el mayor impostor de la historia. También aseguró que si no era president, dejaría la política, y tampoco ha cumplido. “Si no es como presidente tiene poco sentido que vuelva para hacer oposición”, proclamó en el mes de abril. Y esto solo tirando de la hemeroteca de los últimos meses, sin remontarnos a años atrás. Para Puigdemont, el gran tramposo más que el gran mago Houdini del escapismo, los hechos no significan lo mismo que las palabras.