El desastre ecológico que ha provocado el vertido de 25 toneladas de material plástico en Galicia ha puesto en evidencia el mal funcionamiento de todo el sistema. Políticos que cayeron en la desidia (tanto autonómicos como estatales), funcionarios que no hicieron su trabajo y, por supuesto, una prensa nacional y regional que probablemente minusvaloró el alcance de un suceso cuyas consecuencias fueron engordando, como una bola de nieve, a medida que pasaban los días. Nadie prestó la debida atención a las peligrosas bolitas blancas, los famosos 'pellets' que hoy cubren toda la costa gallega, la asturiana, la cantábrica y aún más allá (dependiendo de las corrientes oceánicas, la marea plástica puede llegar a Finlandia o a la Laponia rusa, según).
Sin duda, la nefasta gestión ha tenido que ver con que el vertido se produjera en vísperas de Navidad y muchos de quienes tenían alguna responsabilidad en el suceso ya estaban pensando en las vacaciones. El 8 de diciembre (y esto quema mucho la sangre) Portugal informó a España de que el Toconaohabía perdido contenedores cargados con las dichosas bolitas. Además, el 13 de diciembre algún que otro testigo telefoneó a las autoridades gallegas alertando de la presencia de unos sacos sospechosos varados en la playa. Nadie se lo tomó en serio. Todo era alegría e ilusión navideña. ¿Un aguafiestas viniendo a estropear la apacible tranquilidad que se respiraba con una historia sobre pelotillas de goma y confetis abandonados? No hombre, no. Sin duda sería algún ecologista ocioso y desfaenado, uno de esos greñudos catastrofistas de imaginación calenturienta. Y así fueron pasando los días.
Como en una de esas malas películas sobre alienígenas que van conquistando el planeta poco a poco y en silencio, las inquietantes bolitas blancas seguían llegando por millones a las costas gallegas. Y nuestros políticos continuaban a sus cosas. Los del PP y Vox con su matraca mañanera de que Sánchez es un traidor-felón-amigo de separatistas; los del Gobierno tratando de tejer alianzas con Puigdemont, Junqueras, el PNV y Bildu para sacar adelante sus decretos anticrisis. O sea, los habituales aburridos sainetes del día a día de la vida pública española mientras el gravísimo problema seguía creciendo sin control y sin que nadie le prestara la debida atención.
Esta desidia también es imputable a la prensa, a toda la prensa, la nacional y la local, que por lo visto despreció la noticia sobre las extrañas cosas translúcidas. Era más cómodo y fácil cumplir el expediente con el oportuno seguimiento a las tontunas diarias de los políticos, al tuit absurdo de Feijóo o Abascal y a la patraña de turno de Ayuso que ponerse a investigar el suceso. Y no sería porque no había antecedentes. Cada año se pierden en el mar más de 1.500 contenedores, muchos de los cuales se rompen al estrellarse contra las olas o el fondo marino, soltando sustancias de todo tipo letales para el entorno. Los medios de comunicación debieron pensar que el caso del carguero causante del vertido frente a las costas de Portugal no le interesaba a nadie, o quizá estaban más preocupados de informar sobre el Gordo de Navidad, el discurso de Felipe VI de Nochebuena, las uvas y la cabalgata de Reyes Magos. En España hay buenos reporteros, el problema es que las redacciones se quedan vacías en fechas festivas, no se cubren las vacantes y se trabaja bajo mínimos.
A todo esto se suma que la Xunta de Galicia pasó mucho del incidente, seguramente para no alarmar a la población, lo que hubiese sido contraproducente a las puertas de unas elecciones autonómicas. Manipulación política más desidia periodística, ¿qué podía salir mal? Ya sabemos cómo funciona el periodismo precario de hoy: si no hay nota de prensa oficial, no hay noticia. Y no la hubo, al menos sobre la gravedad y auténtica dimensión de lo que estaba ocurriendo. Sea como fuere, se consumó el apagón informativo y los gallegos –y por consiguiente el resto de españoles–, siguieron disfrutando de las fiestas mientras los centollos, nécoras, lubinas y pulpos, o sea los mejores manjares de nuestra tierra, la esencia de la Marca España, seguían alimentándose con las peligrosas y diminutas esferas blancas. Las únicas bolas que interesaban a los responsables de nuestra seguridad (más bien irresponsables) eran las que colgaban del árbol de Navidad, gran motor de la economía y el consumismo.
Solo cuando han pasado los fastos, cuando la UE ha advertido de que los microplásticos son nocivos para la salud, cuando los voluntarios de los pueblos afectados se han echado a las playas para retirar los 'pellets' con sus propias manos y cuando las televisiones han destinado, por fin, cámaras a la zona, se ha puesto el foco político y mediático en el incidente del carguero Toconao. Entonces, y solo entonces, el equipo de Alfonso Rueda ha empezado a reaccionar, poniendo en marcha su formidable maquinaria de propaganda para echar balones fuera. Un cúmulo de coartadas redactadas en un supuesto informe de un supuesto experto de una supuesta empresa privada que rechaza cualquier tipo de riesgo para la salud humana y que añade (no se lo pierdan) que las dichosas bolitas son incluso “comestibles”. O sea, que en una de estas los hosteleros gallegos se ponen a vender tapas de 'pellets' regadas con Ribeiro como si se tratara del mejor marisco de las Rías. Puro sarcasmo, sobre todo si tenemos en cuenta que los expertos europeos llevan años alertando sobre los vertidos de microplásticos al mar. Está claro que nadie va a sufrir un daño inmediato hoy por comerse un puñado de 'pellets' a palo seco. El problema vendrá dentro de unos años, cuando el páncreas, el riñón y el hígado empiecen a fallar y a sufrir extrañas intoxicaciones. Pero para entonces el actual Gobierno de la Xunta ya no estará en el poder para exigirle responsabilidades. ¿O sí?