José Luis Ábalos ha dejado la presidencia de la Comisión de Interior del Congreso de los diputados. Obligado por el presidente del Gobierno y general secretario del PSOE, Pedro Sánchez, ha dado un paso y parece que no está dispuesto a dar más. Al contrario que otros defenestrados, porque el amo de la Moncloa se cansó de ellas y ellos, no hay posibilidad de colocarle en una empresa del SEPI (donde ha colocado a su escolta y amigo como jefe de seguridad), por lo que iría a la calle sin oficio, ni beneficio como aquel que dice. Normal que no quiera dejar el buen sueldo que le llega cada mes y la buena vida que se pega en Madrid.
Esto es lo humano, lo material, lo egoísta pero ¿por qué ha de dejar el acta Ábalos? En la rueda de prensa en Ferraz la portavoz del PSOE, Esther Peña, ha afirmado que no hay ningún tipo de causa abierta contra el ex-ministro, no aparece su nombre en ninguna instrucción (aunque desde medios casposos ya habían vendido que sí), no ha metido mano en la caja, entonces ¿por qué cebarse en él?
Cabe recordar el caso Juan Guerra, donde el vicepresidente del Gobierno Alfonso Guerra dimitió de su cargo gubernamental pero permaneció, durante unas décadas además, como diputado en el Congreso. Éticamente abandonó el Gobierno y permaneció, porque así lo elegían sus compañeros y votantes, como diputado. Su hermano, por si alguien no lo recuerda —que los comienzos de los casos son recordados por todos pero olvidan las sentencias—, fue absuelto y solo Hacienda le hizo pagar una multa. Lo mismo sucede con Ábalos.
Porque si Ábalos tuviese que dimitir por haber colocado al machaca de Santos Cerdán, de Francisco Salazar, de Adriana Lastra, de Miguel Arranz y del propio presidente, qué decir de todos los que impulsaron su presencia en el ministerio. Todas esas personas dijeron en su momento “Hay que colocar a Koldo que se ha dejado los cuernos con nosotros durante las primarias contra la Gusana”. Y a otros periodistas podrán colarles lo que quieran pero a quienes se patearon las primarias y los congresos regionales de aquella campaña —estos lodos, cabría añadir— y acudieron a la sede de Chamberí, pues mire, no. Si dimite Ábalos el resto tiene que irse a su casa.
Es más, aquellos ministros o presidentas del Congreso que dieron contratos a la trama de Koldo, sabiendo quién era, deberían desfilar por motivos éticos igual que se pretende que haga Ábalos. O todos, o ninguno.
Tampoco pueden tirar piedras en el PP que Isabel Díaz Ayuso, pese a no haber delito —como de momento no lo hay en el caso Koldo—, consintió que su hermano se llevase un cuarto de millón de euros… que sepa de momento. U otros dirigentes peperos que tienen abiertos casos similares o peores. Para esos nadie pide la dimisión. Cabe recordar que en el Consejo de Estado está Soraya Sáenz de Santamaría, jefaza cuando se montó toda la policía patriótica. O M. Rajoy. Todos deben dimitir y a todos hay que pedir responsabilidades, independientemente de que sus gobiernos den publicidad institucional a los periódicos ¿o no? Porque si fariseos son los políticos, aún más los medios de comunicación que callan o que aplican distintos baremos éticos según sean de los que me aportan o de los que no.
Ya Sánchez debía olerse algo cuando dio la patada en el culo a Ábalos y a Lastra. Ahora le toca cargarse a Cerdán que es el gran culpable de que un tipejo sin escrúpulos como el tal Koldo haya llegado hasta donde ha llegado. El caso es que las dimisiones van dirigidas, realmente, no a lo ético —con esa parte ya ha cumplido Ábalos— sino a salvar el trasero del señor de la Moncloa. No otra es la pretensión. Porque de tener una alta concepción ética, en el PSOE ya se habrían cargado a Sánchez por mentir flagrantemente, y también destituiría al ministro Torres y ejecutaría a Francina Armengol. Por no hablar de Ximo Puig, ahora que va de embajador a la OCDE, y las cuentas de su hermano. Para ello habría que tener ética, pero no la tienen es simple estrategia política, como la Comisión de Investigación. Así, Ábalos debe quedarse con su acta o incluso pasarse al grupo mixto.