Ahora que vienen las navidades donde transitaremos con mayor frecuencia las calles de nuestras ciudades debido, entre otros motivos, a las cenas de empresas, familiares y amigos; y las compras navideñas; es necesario subrayar que tristemente, también, coincidiremos con un importe números de personas que viven a la intemperie de las aceras de nuestro barrio.
Según el Instituto Nacional de Estadísticas (INE) en el año 2022 existieron 5539 personas sin hogar mientras Inserta Andalucía, un grupo social que se dedica al estudio y ofrecer alternativa a este colectivo, en el año 2023 más de ocho mil personas en Andalucía se encuentran sin hogar. Asimismo, como los datos señalan, el número de personas que viven en la calle va incrementando de manera notoria y, esto, conlleva a unas consecuencias socioeconómicas no sólo para la persona en sí sino, además, para toda la comunidad.
Las identidades de los que sobreviven en la calle son diversas. Migrantes y nacionales; gente mayor y joven, aunque se incrementa el número de jóvenes; hombre y mujeres, generalmente varones pero aumenta el número de hembras. De igual manera, para la personas sin hogar los efectos son nefastos.
En este sentido, las adicciones persiguen al inquilino de la calle ya que las drogas y al alcohol haces sus estragos; y, con ello, deteriora el físico y el cerebro de la persona disminuyendo así la esperanza de vida. Esto sumado a vivir sin un techo que te abrigue del frio y te proteja del calor; y con una alimentación lejos de lo nutricional es evidente que, también, la vida se siga recortando.
Y la vida para este colectivo no solo se sigue cortando sino que, en ocasiones, directamente se para puesto que existe un incremento importante de personas sin hogar que sufre violencia. En la última encuesta sobre personas sin hogar del INE del año 2022 manifiesta que el 50,3% de personas sin hogar han sido víctimas de algún delito o agresión (palizas, insultos e intimidación). Sin embargo, no sólo llama la atención este dato si no que según el Obsertartorio HATEnto estos delitos va creciendo, sobre todo entre los jóvenes, que me imagino que la polarización social que vivimos será una de las causas; el 87% de las personas agredidas no denuncia; el 81,3% lo ha sufrido en más de una ocasión; y el 68% de las personas que presencian estos delitos no hicieron nada para pararlo o le ayuda a esta persona sin hogar para interponer la pertinente denuncia.
En esta línea, la criba de personas sin hogar podría aumentar ya que no son los y las que, únicamente viven en la calle, sino que podemos sumar aquellas personas que habitan en alberges, prostíbulos, chabolismo, ocupación, hacinadas en habitaciones o en pisos pateras (por ejemplos, trabajadores migrantes que trabajan en el campo que, incluso, algunos y algunas padecen abusos, violaciones y agresiones como señaló la revista alemana Correctiv) y los amenazados de desahucio, entre otros.
Si a lo anterior, añadimos a las personas instaladas en la nueva pobreza que son aquellas que no llegan a fin de mes; es decir, son capas de la población que aun trabajando reciben salarios que no alcanzan para responder a sus necesidades más básicas. Esto pone en serio riesgo poder satisfacer pagos relacionados con la vivienda, calefacción, alimentación, ropa y energía. Además, personas que necesitan obras en la casa debido a que tienen un familiar con algún tipo de minusvalía y que tampoco pueden ver satisfacer su necesidad básica. Por tanto, sus oportunidades vitales se truncan y son empujados a los comedores sociales, ropa de segunda mano o llevar años sin salir de su casa.
De esta manera, existen una un gran número de “personas invisibles” que lo componen tres grupo: uno, las personas sin hogar; dos, aquellas que ejerciendo algún empleo no logran, por sus paupérrimos salarios, satisfacer las necesidades más básicas (pobreza del siglo XXI); y, tres, los que albergan un techo sin ser de su propiedad como aquellas en situaciones de hacinamiento, los que viven en prostíbulos o los son amor o amas de casa.
Estos grupo que son invisible lo hemos creados nosotros; es decir, la sociedad ya que no sólo miramos para otro lado y no actuamos sino que, sin ir más lejos, los condenamos hasta tal punto que nos generan odio y rechazo. Y, con ello, hablamos de la aporofobia.
La aporofobia, el rechazo o aversión hacia las personas en situación de pobreza, surge de factores como la estigmatización de la pobreza, asociándola con ideas negativas de fracaso o peligrosidad; el miedo a lo diferente, percibiendo la pobreza como una amenaza; el individualismo extremo de sociedades que priorizan el éxito personal sobre el bienestar colectivo; y la falta de empatía, derivada del desconocimiento y la distancia social. Este fenómeno tiene graves implicaciones, como la discriminación estructural, que perpetúa la exclusión en ámbitos como el empleo, la vivienda o los servicios básicos; la polarización social, que acentúa las desigualdades y debilita la cohesión; y una crisis ética, al reflejar una pérdida de valores fundamentales como la solidaridad y la justicia social. Además, las personas que lo sufren experimentan rechazo y deshumanización, lo que afecta su autoestima y dificulta su integración.
La sociedad, impulsadas -en continuadas ocasiones, por determinados medios de comunicación o grupos políticos y sociales-, ha llegado a un punto que las personas invisibles son tan ignorada por instituciones y ciudadanía que nos hemos creído la gran mentira que son “invisibles” por decisión propia. Como se puede pensar que vivir en la puñetera calle es gozo para una persona en el siglo XXI. Pues así, y no sólo existe ese pensamiento sino que encima, nos genera odio y rechazo como muestra el concepto de la aporofobia.
Ciudadanía, cuando una persona camina, lamentablemente, en dirección hacia el sendero de la “invisibilidad”, solamente es por una razón: el sistema falla. No hay otro argumento. Por tanto, para combatir la aporofobia, además, de requerir un cambio cultural y educativo que fomente la empatía en “los invisibles” también es fundamental modificar el relato, luchar la batalla cultural y, por supuesto, diseñar políticas socioeconómicas que aborden las causas estructurales de la desigualdad.
Primeramente, quitarnos de la cabeza que no hay persona pobre puesto que hay dos tipos de personas: las que tienen oportunidades y las que no. De ahí que una persona pobre o invisible es un relato que no han querido vender hasta tal punto de querer convencernos que su situación es, únicamente, culpa suya. Y, por supuesto, no es así. Las situaciones de los invisibles, pobres o sin hogar es debido que no tienen oportunidades para acceder a un trabajo que les posibilite satisfacer no sólo las necesidades fisiológicas sino, también, las asociadas con el desarrollo personal. Por ello, invito que cambiemos el relato manifestando que ni existen ni invisibles ni pobres sino “desiguales”.
Para combatir la batalla cultural es necesario visibilizar y denunciar las causas estructurales de la desigualdad. Estas causas, o fallos del sistema, están siendo perpetuados por aquellos que gobiernan las instituciones actuales. Ellos y ellas no se atreven a corregirlo puesto que están supeditados a la élite socioeconómica. Y es más que obvio, que no van a permitir eliminar esos fallos estructurales del sistema ya que para ello deberían redistribuir las oportunidades a consta de renunciar riqueza y privilegios.
En este caso, ¿son soluciones factibles y prorrogables en el tiempo crear albergues para los sin techo donde no puedan llevar mascotas, tener parejas y cumplir con un estricto horario? Evidentemente no ya que prefiero estar mal viviendo en la calle pero con alguna dignidad libertaria. ¿Son soluciones factibles dar limosna durante un tiempo –políticas asistencialista- a este grupo invisible? Evidentemente no ya que nunca saldrán de su situación de desigualdad.
Aquí se trata de luchar, con nuestras herramientas, contra los que concentran las oportunidades; y si de verdad creemos que con el sector político actual lo vamos a conseguir es que aún no hemos entendido nada.
De momento, el Gobierno de hoy, con la Internacional sonando de fondo, suscribe que van a crear una empresa pública de vivienda. Sin embargo, todavía sigo esperando, desde el 2015 ¡hace casi diez años!, que deroguen la ley mordaza.
¡Andalucía! Los invisibles, los sin hogar y los pobres; es decir, “los desiguales”, no son nuestros enemigos, y por ello, no podemos mirar para otro lado. Debemos actuar, cambiar el relato e ir a la batalla cultural de que existen dos tipos de personas: las que tienen oportunidades y las que no.
La situación de los desiguales, en su gran mayoría, jamás es una consecuencia de malas decisiones ya que es un perpetuo fallo estructural del sistema donde enmendarlo dependerá del compromiso y la voluntad de la gente en querer cambiar las cosas. De lo contrario, a la puñetera calle.
X la revolución de los desiguales…