Uno de los desafíos más apremiantes para las democracias en la actualidad proviene de la ingente cantidad de datos que recopilan las corporaciones, especialmente a través de plataformas digitales que forman parte de nuestra cotidianidad. A esto se suma la opacidad con la que estos datos son utilizados. Las redes sociales, en particular, ostentan un poder considerable sobre el discurso y la expresión, pero su impacto real en la sociedad es difícil de evaluar. A menudo, estas plataformas amparan el anonimato y emplean algoritmos diseñados para maximizar la participación de los usuarios. Para comprender los posibles perjuicios que las plataformas digitales causan a la sociedad y, a partir de ahí, diseñar políticas públicas adecuadas, se requiere de investigación profunda y rigurosa. Sin embargo, las corporaciones que controlan los datos no siempre facilitan el acceso a una cantidad suficiente de ellos a investigadores verdaderamente independientes, o bien, censuran los datos que se pueden consultar.
Ahora bien, ¿por qué las personas dan crédito a afirmaciones erróneas o, simplemente, no las cuestionan? Una de las razones radica en la tendencia humana a creer solo aquello que se desea creer. Upton Sinclair, en su obra "Yo, candidato a gobernador de California y cómo me vencieron" (1934), lo expresó con acierto: "Es difícil lograr que un hombre entienda algo cuando su salario depende de que no lo entienda". Los psicólogos sociales han dedicado esfuerzos a estudiar fenómenos como la ceguera voluntaria, el razonamiento motivado, el pensamiento grupal y la desconexión moral, que explican esta tendencia. Por su parte, los economistas políticos exploran la captura regulatoria, un proceso por el cual los reguladores, en lugar de actuar en nombre del público, se identifican con los regulados. Esta captura va más allá de los incentivos económicos, como las "puertas giratorias", e incluye formas insidiosas de captura intelectual y social.
Aunque los académicos tienden a considerarse inmunes a la captura, esta visión, en sí misma, refleja una forma de ceguera intencional. Los sesgos pueden ser subconscientes, y el sentido común sugiere la necesidad de ser conscientes de los motivos que impulsan a las personas, así como de los datos distorsionados, por ejemplo, aquellos basados en una contabilidad creativa. Los modelos teóricos, incluso si "explican" (como "explicar" el tabaquismo al teorizar que los cigarrillos tienen beneficios para la salud) o se "calibran", pueden carecer de conexión con la realidad, lo que los inhabilita como herramientas para la formulación de políticas. Un gerente de riesgos de un importante banco, familiarizado con la investigación académica, bromeó en una ocasión: "con amigos [como los académicos], ¿quién necesita lobistas?".
El capitalismo, en su práctica actual, ha socavado la gobernanza en todos nuestros sistemas económicos y políticos. Las instituciones y los procesos adolecen de opacidad, las reglas a menudo funcionan mal y la rendición de cuentas es insuficiente. Para que las leyes y las instituciones, tanto del sector privado como del gobierno, sean confiables, se requiere un esfuerzo por mejorar la gobernanza en todos los ámbitos. Instituciones confiables son la base para propiciar y facilitar la innovación y la prosperidad, al mismo tiempo que se preserva nuestro planeta y se promueven la justicia y los derechos humanos.
En última instancia, los gobiernos deben abordar los daños provocados por el capitalismo "financiarizado". Solo así las corporaciones podrán contribuir a la economía y servir a la sociedad sin generar distorsiones ni socavar las instituciones democráticas clave. Para ello, es fundamental una mayor transparencia. Esto implica una divulgación adecuada de información, sistemas sólidos que incentiven la denuncia de irregularidades (whistleblowing), auditorías confiables y mejores reglas y rendición de cuentas en todas las instituciones. Asimismo, es crucial establecer consecuencias claras para aquellos líderes que, pudiendo hacerlo, no logran prevenir daños de forma reiterada.
Otros elementos esenciales son la participación de expertos independientes en la formulación de políticas y la existencia de medios de comunicación competentes e independientes que ayuden a contrarrestar el engaño y la desinformación. Una mejor educación sobre el funcionamiento de los mercados, las corporaciones, la política y las leyes, que comience idealmente en la escuela secundaria, podría ser de gran utilidad.
Los académicos, a través de la investigación, la enseñanza y una participación más amplia en la sociedad, pueden desempeñar un papel crucial. Para hacerlo con eficacia, es necesario mirar más allá de los compartimentos estancos tradicionales y examinar críticamente los supuestos, tanto explícitos como implícitos, que nosotros mismos y otros actores sociales asumimos. Brindar asesoramiento político reflexivo, alzar la voz para cuestionar afirmaciones erróneas, especialmente en temas que son confusos para muchos, y ayudar a exigir cuentas a los poderosos, pueden considerarse deberes cívicos inherentes a la labor académica. Quienes gozan del privilegio del conocimiento y la libertad de expresión, deben usar sus voces para el bien común.