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Los diputados no tienen cerebro (y posiblemente tampoco corazón)

18 de Junio de 2024
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El Tribunal Constitucional ha sido claro y conciso, el curul es individual. O lo que es lo mismo, el diputado electo es responsable de su acción política y legislativa en el Congreso de los Diputados de manera independiente. Cualquiera que desease votar en contra de una decisión de su partido podría hacerlo sin ningún problema. Nadie le expulsaría de su representación, sí le moverían del escaño hacia el grupo mixto, vía expulsión, pero seguiría siendo diputado. ¿Por qué entonces tragan con todo los que sus jefes les dicen?

Hay que pensar, en primer lugar, que carecen de cerebro. Nada más situarse en una lista electoral hacen entrega de sesera y entendimiento al jefe de filas y a esperar. Cuando toman posesión de la representación desconectan, juntan las manos y “a vivir que son dos días”. No vuelve a existir ser humano ahí o en los distintos recintos políticos en los que actúe. Pasan a ser focas que mueven las aletas delanteras para obtener un premio (reelección), muñecos de ventriloquia que dicen lo que les mandan y poco más humano queda en ellas y ellos.

Dicen que les obliga el programa y la lealtad al dirigente máximo. En parte es mentira. Por ejemplo, los diputados socialistas se presentaron a las elecciones aduciendo que no se apoyarían indultos, amnistías o una financiación diferenciada para Cataluña. Nada de eso está en el programa electoral. Nada de eso está en las resoluciones congresuales. ¿Por qué deben apoyar todas esas medidas cuando muchas son contrarias a la voluntad manifestada por su propios votantes? No hay que olvidar que pese a ir en una lista de un partido, el sistema electoral hace que se voten listas pero de personas diferentes en las distintas provincias. Ergo se deben a sus votantes provinciales e, incluso, regionales. En Palencia nadie ha votado a Pedro Sánchez. Salvo en Madrid, nadie lo ha hecho en toda España. Eso de que se vota a un dirigente concreto es una falacia. Se vota a un partido (no hay otra posibilidad) y a personas de ese partido. Esas personas no responden a un jefe sino a un contrato con la ciudadanía mediante la palabra dada y el programa.

Cierto que hay partidos que casi ni presentan programa electoral (caso del PP) por lo que la posibilidad de actuar de sus diputados al margen de las decisiones de la jefatura son mayores. Todos los diputados, por lo tanto, tienen un margen de actuación más amplio del que dicen tener. Lo que no está en el programa es de libre decisión. Cierto, no se puede soslayar, que hay cierta ética, cierta estética y ciertos valores que simbólicamente rodean a cualquier partido y, en cierto modo, obligan. Pero más obliga la nobleza personal de cada electo.

Es curioso, otro ejemplo, que los diputados populares de aquellas regiones que sufren el saqueo del agua mediante trasvases se callen siempre en favor de sus correligionarios que se hacen con ese agua. Afirman a los labriegos y empresas de sus regiones que les ayudarán en todo y votan a favor de quitarles el agua (que no sobra) mientras las desaladoras —que en Arabia Saudita, por ejemplo, están salvando a sus ciudadanos y su agricultura de subsistencia— se quedan a medio uso o ninguno. Se callan cuando el Mar Menor está siendo infectado por las pestilencias de los residuos agrícolas, pero señalan a otros porque no hay una buena depuración (por carencia de aguas muchas veces). Podrían defender a sus votantes, a sus “soberanos”, pero no lo hacen. Y así con cualquier partido.

Al jefe de filas se le debe respeto no sumisión. Esto no lo han comprendido o no tienen la posibilidad de comprenderlo porque dejaron su cerebro a la entrada. Hay numerosas votaciones de conciencia, donde entran en juego valores propios, en las que se traga con lo solicitado por el jefe de filas. Hay votaciones contrarias a los principios básicos ideológicos de los partidos en los que nadie osa siquiera opinar distinto. Como la mayoría no tiene ningún sitio mejor donde trabajar, tragan con lo que sea para repetir en las listas. Y todo porque los propios diputados han aceptado los sistemas autoritarios que existen dentro de los partidos. Paradójico que los diputados de Vox aparezcan como defensores de la democracia cuando su partido es un sistema autocrático. Lo mismo se puede decir del PSOE sanchista o del PP de toda la vida. Dirigentes y cargos públicos han tragado con estatutos menos democráticos que la democracia orgánica franquista. Son culpables de la podredumbre del sistema.

Cuando desde un lado, especialmente los descerebrados del PP, se dice que este o aquel dirigente regional del PSOE exija a sus diputados que voten distinto a lo que le exigen desde la Moncloa están, aunque no lo parezca, siendo tan totalitarios como el dirigente máximo. Los diputados son libres y responsables individuales de sus actos si se cree en la democracia. Si no se cree es normal que exista ese tipo de discursos. Lo interesante de todo ello es que se echan en cara, da igual el bando (Sumar o Podemos son iguales), cosas no democráticas. Los diputados no creen en la democracia parlamentaria, como mucho en la partitocracia. ¿Por qué no han cambiado el reglamento para tener más autonomía y palabra? Pueden hacerlo si se ponen todos de acuerdo pero se vive muy bien tocando las palmas.

Si todos los diputados tomasen conciencia de su verdadera representatividad y función, los jefes de partido ni les obligarían a cobrar a través del partido (que hay que ser idiota para aceptar algo así), ni les impondría cuestiones fuera del programa o los principios básicos o de conciencia. Es increíble que diputados que se dicen socialista (especialmente el secretario de Organización del PSOE castellano-manchego) traguen con todo pese a que sus representados y su secretario general regional opine distinto, por exponer algo actual. Es incomprensible que cristianos y católicos traguen con los vientres de alquiler u otras cuestiones que suponen pisotear la dignidad humana. No puede ser que solo sea falta de cerebro, en muchas votaciones demuestran no tener ni corazón.

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