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No se dejen pastorear por la casta

21 de Noviembre de 2023
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Congreso

En una de aquellas broncas que tenían los viernes en el palacio de la Moncloa Alfonso Guerra y Felipe González, el segundo llegó a afirmar que él gobernaba para los españoles no para el partido. Todos los españoles, sin distinción. Lo mismo intentó hacer Adolfo Suárez. Cada uno con sus querencias, como es lógico. La división actual entre buenos y malos, o el guerracivilismo por otros medios, comenzó a vislumbrarse en los tiempos de José María Aznar. Con aquello de la Conspiración entre partidos (PP e IU) más el sindicato del crimen mediático se hizo la distinción entre buenos y malos izquierdistas, entre españoles buenos y malos (curiosamente los comunistas eran buenos en aquellos tiempos). Luego entre Jordi Pujol, la realidad y verse en el primer plano internacional, Aznar rebajó un poco el tono que volvería a subir al concluir su mandato.

José Luis Rodríguez Zapatero sería quien volvería, con talante eso sí, a volver a dividir a la ciudadanía porque había que mantener la tensión. Se arropó con todas las majaderías de los filósofos postmodernistas y recuperó el guerracivilismo. Posiblemente en aquellos tiempos de baja intensidad, pero igualmente guerracivilismo. Que si los catalanes, los independentistas, eran buenos y la derecha española una cosa casposa; que si los vascos no eran tan buenos y había que cambiar pistolas por votos, pese a la derecha mala. Y que él se iba a contar nubes pero, en realidad, ha estado asesorando a toda la izquierda indigenista y dictatorial de América Latina. Mantener la tensión en todo aquel continente.

Mariano Rajoy intentó rebajar el ambiente pero tenía tanta corrupción, una crisis enorme y utilizaba a los aparatos del Estado para acabar con la oposición que si no era guerracivilismo, muy democrático no era aquello. El procés le vino de perlas para oscurecer lo demás pero era tanta la hediondez que nadie aguantó el olor pestilente de la corrupción. Y llegó Pedro Sánchez, acompañado por los tangueros de Podemos, las cabras locas de Ciudadanos y un Pablo Casado tan nesciente como necesitado de bronca y España pasó de la fraternidad al guerracivilismo. Un estado de división fomentado por todos los partidos políticos donde había buenos y malos por doquier. Ahí emergía la mierda que hoy se vive en España alentada por todos los medios de comunicación. Todos. Los de un lado y los de otro.

Utilizar como reclamo electoral “Yo o la ultraderecha” es un mecanismo de división que establece que hay españoles buenos y malos. No poder dormir porque cierto partido ocupase ministerios, luego durmió a pierna suelta, también es divisorio. Que los de derechas sean todos fascistas que no se pueden manifestar ante la sede de tu partido es guerracivilismo. Que Santiago Abascal hable de los rojos como unos seres inhumanos es divisorio. Algo que también suele hacer Isabel Díaz Ayuso para ocultar que tras veintitantos años gobernando Madrid, toda la mierda es suya. Fachas y rojos. Buenos y malos. Bronca constante en favor de… sus bolsillos y los de sus amigos.

Los medios de comunicación están completamente comprados (cuando menos los más grandes y los regionales) por el poder político. Les tienen cogidos por las subvenciones mediante publicidad institucional y los amigos empresarios (o empresas semipúblicas) que ponen las monedas en este o aquel lugar según dictan desde la casta. Si a ello se le suma que viven gracias, mucho más que las suscripciones, por las visitas que obtengan, normal que la bronca, la denuncia falsa, el señalamiento y la división sean moneda corriente en las columnas de unos y otros. Ahí tienen a los Antonio Maestre, las Estefanía Molina, los Antonio Naranjo, los Arcadi Espada, los Jorge Bustos, los politólogos de la Carlos III o los juristas de la Juan Carlos I y tantos otros que ustedes conocen perfectamente, alentando la división.

No les hagan caso, por favor. Los españoles son mejores que ellos y tienen más asumido que, pese a peleas de bar, son muchísimas cosas más las que unen que las que separan. Al carecer todos de una visión, no ya de futuro sino de conjunto de España (en la derecha siempre recurren a los lugares comunes y en la izquierda balbucean), el futuro de España se está dictando en Bruselas, en California o en algún monte perdido. No hay un solo político que tenga una visión de futuro para todos los españoles sin distingo. El último que la tuvo, tal vez, fue Aznar (aunque fuese un tanto complementaria de EEUU), desde entonces la nada. Por ello les vienen bien dividir. Es la única forma de tener lectores y electores.

Unos quieren imponer la agenda globalista 2030, sí. Pero los otros quieren imponer la otra parte de la agenda globalista, la económica e industrial. Ambos una agenda cultural mezcla de gilipolleces postmodernas, de enganche a instrumentos electrónicos y monocultural. Al final toda soberanía cultural y educativa está sometida a lo mismo. Sean los socialcomunistas, sean los fachas. Hay que tener sociedades divididas para que por un lado u otro acaben modificando las opiniones libres, las alternativas propias y la libertad, la igualdad y la fraternidad nacionales sean réplica exacta de lo que han decidido cuatro. No entren al trapo. No se dejen arrastrar por la corriente.

Decía el premio nobel Elias Canetti que cuando la masa está abierta va captando a todos los individuos que puede para poder cerrarse y actuar como una sola configuración. Actualmente hay dos masas abiertas, las de unos y otros, que quieren captar todo lo que puedan para hacerlas chocar, para hacerlas enfrentarse y para obtener beneficios personales, que de otro modo no podrían obtener al servicio de sus amos. La casta política y mediática (la gran empresarial siempre está controlando el juego) quieren bronca y masas. No quieren personas autónomas, ni grupos tocados por la gracia, ni clase trabajadora, ni fraternidad, ni caridad, ni nada por el estilo, desean seres subyugados por ideas simples que se enfrenten a otros seres en similar situación. Lo de la Amnistía, siendo grave e inmoral, no es más que una posta del camino en ese enfrentamiento.

Seguro que su cuñado vota a Vox porque patatas, pero luego se deja el alma para darle Mahou y no Cruzcampo en la barbacoa dominical. Seguro que su prima es una feminista (clásica) que no aguanta sus cosas machistas, pero es la primera en quedarse con los sobrinos para que tengan una noche picarona. Y así con miles de situaciones donde un rojo deja dinero a un facha para llegar a fin de mes y que sus chavales coman algo más que arroz. Donde el cura del pueblo acaba ayudando al homosexual a lanzar su pequeño negocio. Ahora quieren controlar hasta esos mecanismos sociales de fraternidad. No hay que dejarles. Hay que impedírselo. A unos y a otros.

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