Debemos suponer que la industria cultural habita dentro de una burbuja ajena a un sistema que castiga, a diario, a hombres y a mujeres que se ganan el pan con el sudor de su frente: la clase obrera, vaya. Sin interiorizar esta idea, a nadie medianamente progresista se le ocurriría dar su apoyo a un grupo de empresarios que se enriquecen a costa de los demás.
¿A alguien se le ha ocurrido pensar, por un momento, que no es lo mismo apoyar a la industria cultural que apoyar a la cultura? Ahora que la religión se ha convertido en una suerte de cultura pop, mediante el trabajo de «Los Javis», podemos aprovechar la coyuntura para hacer la comparación: no es lo mismo creer en dios que legitimar a la religión católica (o a cualquier otra religión, todo sea dicho).
Cualquier trabajador o trabajadora del sector que nos ocupa, desea que exista una industria potente. Me sumo a ese deseo, pero con matices: quiero un país con conciertos, con obras de teatro, con programas de televisión y de radio y con cine. Y con buen entretenimiento. No quiero que para levantar un espectáculo musical se dé de alta a 30 personas con un contrato que dura «lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks». Porque, aunque nos hagamos los sorprendidos y las sorprendidas, esas personas se ven, así, destinadas a una vida de miseria. Y esto -aunque a algunos y a algunas les ofenda que compare algo tan divino e intocable como la industria cultural con otra industria- es lo mismo que afirmar que quiero comer fresas con nata, pero no quiero que en Andalucía unos señoritos traten a los jornaleros y a las jornaleras como a ratas.
Y no nos confundamos: que los actores y las actrices desplieguen sus mejores trajes y vestidos en las diferentes galas, no tiene ninguna relación con su posición real en este tablero. ¿Sabéis quiénes luchaban en los años 70 para poder «gozar» de un día de descanso a la semana porque estaban obligados y obligadas a hacer 14 funciones semanales? Ellas y ellos: las actrices y los actores. ¿Sabéis quiénes eran los que se lucraban de la situación que tenían esos y esas artistas? Los empresarios.
Hoy estoy visiblemente enfadado: yo no creo que por tener un micrófono delante tengamos la obligación de reivindicar nada, pero de ahí a hacernos fotos con la reina de España y sólo hacernos los «progres» cuando la reivindicación nos afecta a nuestros intereses particulares, hay un abismo.
Por cierto: no, no he venido a descubrir el capitalismo. Sólo pretendo decir que dentro de este sistema económico, todos los sectores funcionan con unos códigos concretos y es lo mismo apoyar a Amancio Ortega que a cualquier mandamás de la farándula, aunque sea mucho más importante una película que una camiseta de manga corta.